Me regocijo en el dolor
William B. McGrath
[In Sorrows Rejoicing]
Cuando recuerdo mis primeros años como cristiano, ahora entiendo mejor las razones por las que Dios permitió que ciertas penas entraran en mi vida. Aunque me había comprometido a servir como misionero y había comenzado a estudiar la Biblia regularmente, aún tenía mucho que aprender. Tenía expectativas bastante ingenuas sobre cómo sería mi vida en Cristo.
Supongo que había adoptado algunas expectativas iniciales algo gloriosas sobre el trabajo misionero en parte por las influencias de la cultura mundana. Ahora entiendo mejor que la cultura del mundo nos puede condicionar a pensar que debemos procurar y apreciar las cosas que alimentan el ego y la autoglorificación. El servicio, la mansedumbre y la humildad no se consideran fortalezas, no están de moda. Y creo que di demasiada importancia a las realizaciones vistosas y al desarrollo de rasgos de personalidad carismáticos y simpáticos. Me veía participando en trabajos destacados para el Señor, algo especial que sería admirado por muchos.
No tomé en cuenta que probablemente sufriría algunas penas y decepciones importantes, y tampoco supuse que tendría que adaptar mi actitud. No entendí del todo lo que implicaría «tomar mi cruz» y «negarme a mí mismo» (Mateo 16:24). Tampoco entendí que al dar mi vida a Cristo y someter mi voluntad a la Suya, terminaría participando de los padecimientos que Él vivió (1 Pedro 4:13). Lo bueno es que tenía la noción de que a pesar de mi pérdida terrenal estaba recibiendo un don inapreciable, la «perla preciosa» (Mateo 13:45–46), el privilegio de ser hecho «conforme a la imagen de Su Hijo» con recompensas eternas (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18).
Algo más que no entendí muy bien, y que todavía estoy aprendiendo, es la práctica bíblica de aprender a «esperar en el Señor». Noemí le dijo a Rut: «Espérate, hija mía, hasta que sepas cómo se resuelve el asunto» (Rut 3:18). Mi costumbre siempre había sido la de «arreglar» todo ansiosamente lo mejor posible, lo antes posible, incluso si era un poco a la carrera y por mi cuenta. Ahora he aprendido que a Dios le importa cómo respondo ante las circunstancias que Él permite que entren en mi vida; si me voy a quejar o confiaré en Él y aceptaré que Sus planes por lo general no son los mismos que los míos.
Esta cita de Elisabeth Elliot lo expresa de maravilla:
Muchas veces en mi vida Dios me pidió que esperara cuando yo quería hacer algo. Me condujo por tinieblas cuando yo quería luz. A mis súplicas para que me orientara, Su respuesta a menudo fue: «Siéntate tranquila, hija Mía». Me gusta progresar. Procuro encontrar evidencias de que Dios al menos está haciendo algo. [...] Claro que para la mayoría de nosotros esta prueba de esperar no se lleva a cabo en una casa silenciosa y vacía, sino en el curso del trabajo cotidiano, citas, compras de comida, intentando reparar el auto. [...] Esperar que el Señor obre es casi imposible a menos que al mismo tiempo también estemos aprendiendo a encontrar dicha en el Señor, entregarle todo a Él, confiar en Él y quedarnos quietos. [...] La verdadera espera no significa no hacer nada. [...] Una de las disciplinas de la vida espiritual que a muchos de nosotros se nos hace muy difícil aceptar es la espera. Ninguna otra disciplina revela más sobre la calidad de nuestra fe que ésa1.
Todos tenemos proyectos y cosas que anhelamos ver terminados, y nuestros logros a menudo quedan en suspenso. Pero durante mi espera, yo deseo aprender a enriquecer la confianza y expectativa de que Su respuesta vendrá a Su debido tiempo. Salmo 31:19 me promete que Dios ha guardado gran bondad para los que le temen a Él y confían en Él. Isaías 64:4 y 1 Corintios 2:9 son dos promesas que parecen ir de la mano, como un par de guantes. Ambas nos dicen que Dios ha preparado cosas maravillosas, más allá de lo que hayamos oído o visto: en Isaías para los que esperan en el Señor, y en 1 Corintios para los que lo aman.
La vida me ha deparado algunos sufrimientos que nunca habría podido ni debido prever. A través de todo el dolor, aspiro a obedecer las instrucciones de Jesús de «confiar» (Juan 16:33), y también tomarme a pecho el ejemplo de Pablo: «De ninguna cosa hago caso» (Hechos 20:24), y «tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18). ¿Cómo pudo decir eso Pablo? Debió haber experimentado la misericordia del Señor (Salmo 63:3; 17:7; 36:7).
La Biblia nos dice que Jesús mediante el sufrimiento aprendió a obedecer (Hebreos 5:8). Es razonable que también nosotros debamos soportar algún sufrimiento para aprender a obedecer y que debamos procurar aceptarlo como Jesús aceptó el Suyo, para que al final recibamos las bendiciones.
A cada uno de nosotros se le permite pasar por sufrimientos, aflicciones y angustias, y podemos estar seguros de que Dios está con nosotros en esos momentos y que Él nos comprende (Hebreos 4:15). Nuestra respuesta es ofrecerle tales dificultades a Él y seguir confiando, lo mejor que podamos, en que Él nos dará la gracia para pasar esa angustia como Él lo hizo, y triunfar al final.
Las gemas más valiosas soportan la molienda más tenaz. Somos el resultado de la destreza de Dios2.
El cristianismo no es para los débiles, aunque el mundo así lo crea. Es para los que tienen la valentía de humillarse. Es una puerta angosta que debemos atravesar [...], la pequeña puerta se abre a un lugar inmenso3.
1 Elisabeth Elliot, A Lamp Unto My Feet, Día 24, 1985.
2 Elisabeth Elliot, The Path of Loneliness, 1991.
3 Elliot, Path of Loneliness.
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