Los padecimientos pueden fortalecerte
María Fontaine
Todas las personas saben lo que es el escozor de la injusticia o el dolor del rechazo o la pena por perder a un ser querido en algún momento de la vida. Esas experiencias pueden dejar lo que podríamos llamar heridas espirituales. Muchas de las cosas desagradables que nos suceden son comparables —espiritualmente hablando— con simples magulladuras y rasguños. Sin embargo, en algún momento casi todos sufrimos alguna herida profunda o grave de carácter espiritual.
Casi siempre que nos hacemos un daño físico de poca consideración, nos queda un moretón; pero el dolor es temporal. Del mismo modo, puede que muchas de las molestias que sufrimos a diario nos las hagan pasar moradas, o nos pongan negros, o negativos, o deprimidos, pero por lo general conseguimos olvidarlas en un tiempo relativamente breve. Confiamos en que a la larga sanarán. Sin embargo, cuando sufrimos una herida o lesión física grave, acudimos de inmediato a alguien que sepa aplicar el remedio indicado. Además la lavamos para quitarle la tierra, la desinfectamos y la vendamos bien para protegerla. A veces tenemos que hacérnosla examinar periódicamente para comprobar que está sanando como es debido.
Esto ilustra bastante bien lo fácil que pueden sanar nuestras heridas espirituales con fe, oración y el tratamiento adecuado. En cambio, si no dejamos que nos limpien y nos atiendan esas heridas al perdonar los agravios, o intentamos disimularlas, o no buscamos ayuda, pueden llegar a infectarse con rencores, dudas y resentimientos que luego se extienden e intoxican nuestra actitud ante la vida, nuestra felicidad, nuestra fe y nuestra relación con otros y hasta con Jesús.
El resentimiento empieza como algo pequeño, pero con el tiempo va arraigando y creciendo, igual que cuando se infecta una herida. Si la herida no se limpia, si no se elimina la infección, va extendiéndose silenciosamente a otras partes de nuestra vida, lo que hace que nuestra alegría se convierta en un cieno negro de resentimiento y que nuestra unidad con otros se convierta en aislamiento. Por consiguiente, así como se debe atender con celeridad y cuidado una herida grave y evitar el riesgo de infección, debemos guardarnos de cualquier herida espiritual y evitar que se infecte con el resentimiento.
La Biblia dice que tengamos cuidado de que el resentimiento no arraigue en nuestra vida. «Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos al Señor»[1]. «Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados»[2].
Asimismo, en la Biblia se nos exhorta a pedir ayuda y apoyo a quienes son maduros en la fe y a confesarnos nuestras faltas unos a otros y orar unos por otros para que seamos sanados[3]. En lo que se refiere a librarse del rencor, es muy beneficioso referirle esas experiencias a alguien que tenga un buen arraigo en la fe y en la Palabra de Dios. Cuando te desahogas y te ofrecen consejos basados en la Palabra y la oración, el siguiente paso es perdonar y seguir adelante. Podemos experimentar una auténtica liberación de los sentimientos negativos que nos pesan en el corazón. Los desafíos y dificultades no tienen por qué dictar la forma en que enfocamos las cosas hoy, pues Dios nos ha dado una vía para superar los sucesos negativos de nuestra vida. De hecho, eso precisamente desea que hagamos.
La Biblia dice: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas»[4]. El pasado quedó atrás. Vivirlo por medio del resentimiento solo hace que seas prisionero de algo que, en realidad, dejó tu vida hace mucho tiempo. Cuanto más inmersos vivimos en Jesús y en Sus Palabras, más nos convertimos en nuevas criaturas y más cierto es que las sombras de las cosas viejas pasan y son hechas nuevas. No es una transformación instantánea; pero si compaginamos nuestra voluntad con la del Señor, cada vez más tendremos paz y nos libraremos del resentimiento.
La vida cristiana es sobreponerse a las circunstancias. Es no permitir que las cosas nos depriman o nos hundan. Es convertir las piedras de tropiezo en trampolines. Es sanarnos en mente y espíritu por medio de la fe. Es recobrar la salud física, mental y espiritual gracias al amor del Señor. Es librarnos de la esclavitud del resentimiento por medio de la Palabra de Dios. Es permitir que Jesús transforme y renueve nuestro entendimiento y nos guíe a lo que sea Su voluntad en nuestra vida[5].
Nuestro entorno influye en nuestra vida en cierta medida. Todas las personas han tenido dificultades y heridas. Sin embargo, el Señor y Su Palabra nos piden cuentas a cada uno por la forma en que reaccionamos ante las situaciones en que nos vemos. Dios ha dado a cada persona libre albedrío, libre determinación. Nos pide a cada uno que tomemos decisiones acertadas y que procedamos como corresponde.
No podemos evitar que haya problemas, pero sí podemos elegir cómo vamos a reaccionar. Muchas personas han sufrido grandes reveses, quizá mucho peores que los nuestros. Algunas reaccionaron de una manera y otras de otra. En consecuencia, hoy en día son muy distintas unas de otras, y la vida que llevan también es muy diferente. A pesar de las dificultades, algunas encuentran satisfacción y alegría, mientras que a otras las consume la desesperación, la frustración, la ira y el odio. Muy a menudo quienes saben lo que es tener dificultades y las han superado son los que luego demuestran ser capaces de ejercer gran influencia e infundir a otras personas el valor y la fe necesarios para superar las dificultades que tengan. Su ejemplo es una prueba de que es posible sobreponerse a situaciones aparentemente imposibles y triunfar, a pesar de los apuros y los males.
Según la Palabra de Dios, las pruebas contribuyen a fortalecernos[6]. Piensa en esto: Si no tuviéramos necesidad de vencer ninguna dificultad, terminaríamos satisfechos de nosotros mismos y no adquiriríamos la fortaleza de carácter que es fruto de bregar para superar dificultades. Además, probablemente no podríamos compadecernos de los que han pasado lo mismo ni identificarnos con ellos[7]. Nos perderíamos el portentoso milagro que se produce cuando descubrimos que necesitamos a Jesús, y cuando nos damos cuenta de que siempre podemos hallar fortaleza en Él, hasta cuando no tenemos a quién recurrir. Tampoco sabríamos lo que es comprobar que Él en efecto no nos defrauda y que es capaz de darnos las respuestas que necesitamos para seguir adelante.
Dios desea que nuestra alegría sea completa[8], y una clave para tener ese gozo es dejar de lado todo peso de resentimientos y rencores que nos acosan, y confiar en que Dios puede hacer que todo redunde en nuestro bien, en el momento que Él decida.
Artículo publicado por primera vez en diciembre de 1992. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2015.
[1] Lamentaciones 3:40.
[2] Hebreos 12:15.
[3] Santiago 5:14, 16.
[4] 2 Corintios 5:17.
[5] Romanos 12:2.
[6] 1 Pedro 4:12-13; 5:10.
[7] 2 Corintios 1:4.
[8] Juan 15:11.
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