Lo sagrado en lo ordinario
Recopilación
«Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre» (Colosenses 3:17).
Todo lo que hagan.
La verdad es que a veces me encanta lo que hago y a veces lo detesto. ¿No es eso la vida en cada época? Hay partes que disfrutamos, partes que toleramos y partes que despreciamos. Partes que nos hacen reír, partes que nos hacen llorar y partes que hacen que resalten las venas de la frente. Y sin embargo, en todo ello, Dios nos insta a… «Todo lo que hagan… ¡háganlo en Mi nombre! ¡Háganlo para Mi gloria! Háganlo para servirme». En realidad, en Colosenses 3 hay una promesa de que recibiremos una recompensa cuando trabajemos con todo el corazón como para el Señor (Colosenses 3:23,24).
¿Se dan cuenta de lo que eso significa? Significa que hay valor en los rincones más insignificantes de nuestra vida. Significa que siempre tenemos un propósito. Siempre tenemos la oportunidad de adorar a Dios. Medité en esos versículos todo el día mientras lavaba platos y limpiaba encimeras. Pensé en Jesús mientras revisaba tareas, cepillaba cabello, barría pisos y preparaba los almuerzos para llevar. Y cuando sacaba el colector de pelusas de la secadora, lo sentí. Una inmensa gratitud.
Hice una pausa, mientras sostenía en un puño una bola de pelusa, y le dije a Dios: «No merezco servirte. ¡No merezco ser parte de Tu obra ni presentarme delante de ti y ofrecerte algún regalo!» En mi pequeño cuarto de lavandería con aire viciado, sentí el sorprendente peso de la generosidad de Dios, que me permitiría ser parte de Su historia, que rescataría los momentos más insignificantes de mi día, que se rebajaría a recibir un regalo de mis manos sucias.
Allí, de pie en mi cuarto de lavandería, comprendí que sirvo a un Dios tan generoso que está dispuesto a hacer sagrados los momentos comunes y corrientes. Él está dispuesto a tener comunión conmigo en lo rutinario de la vida cotidiana. Está dispuesto a reconocer mi diligente labor de doblar la ropa interior como un servicio para Él. ¿Verdad que es una maravilla? ¡A mí me parece alucinante!
Hoy me pregunto, ¿qué es todo lo que tienes que hacer? ¿Son tareas de la casa, como en mi caso? ¿Es cuidar a un enfermo? ¿Es orar (otra vez) por un hijo que te rompe el corazón? ¿Es ir a empezar otro día de trabajo? […]
Todo lo que hagas […] hoy tienes oportunidad de adorar a Jesús. Así pues, hoy, «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven» (Colosenses 3:23,24). Querido amigo, a quien sirves es al Señor Jesucristo. Jeanne Harrison[1]
Ver el reino invisible
En una oportunidad, escuché un relato de un hombre que cortaba fresnos negros y tejía cestas. Y entrelazaba oraciones al tejer cada canasta. La ropa que llevaba eran camisas desteñidas a cuadros y viejos pantalones vaqueros. Vivía solo en los montes Apalaches, donde las tierras no producían alimentos, pero había árboles para confeccionar canastas.
Vivía tan lejos en las montañas, que no pensaba que la ganancia por las canastas era mayor que los costos del transporte hacia un mercado del sábado por la mañana. Sin embargo, a diario cortaba árboles. Seguidamente, cortaba los troncos y luego los golpeaba con un mazo para ir sacando las tiras de madera. Las tiras caían al suelo.
Y aquel cestero trabajaba sin prisas y sin ser visto por el mundo. Tenía la mirada y el corazón fijos en lo invisible.
Robert Murray McCheyne escribió: «Cuando el corazón descansa en Jesús —sin ser visto, ignorado por el mundo— el Espíritu llega y suavemente llena el alma del que cree, haciendo que en su interior todo se avive, se renueve».
Día tras día, el cestero cortaba la madera de fresno; sacaba las tiras, juntaba todas las canastas. Contó que mientras sostenía las tiras húmedas y las entrelazaba —por abajo, por arriba— Dios le enseñaba a tejer oraciones con cada cesta, para llenar las canastas vacías, todo el vacío, con cosas eternas, invisibles.
Se diría que bajo todas las ramas de aquellos árboles con los que se confeccionaban las canastas, él sabía lo que el clérigo James Aughey escribió: «Como un miembro se fortalece con el ejercicio, así tu fe se fortalecerá por los esfuerzos que haces al estirarte hacia cosas invisibles». […]
No importa tanto lo que dejamos de lograr, sino que nuestra prioridad fueran las cosas invisibles. […] «Ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto […]» (Mateo 6:6). Las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:18).
Las cosas que no se ven son las más importantes. […] Cuando el corazón y la mente centran la atención en las cosas que no se ven, hay un cambio visible en nosotros. Lo exterior y lo visible únicamente llega a ser como Cristo en la medida en que nos concentramos en lo que no se ve y en la Persona invisible de Cristo.
Es precisamente lo que John Calvin suplicó: «Debemos hacer que el reino invisible sea visible entre nosotros». Ann Voskamp[2]
Cuando un Dios extraordinario llega a un mundo ordinario
Por muchos años, no reconocí la gravedad del relato [de la Navidad]. Incluso al detenerme a leer el relato de la Navidad, no asimilo el eterno significado de esas potentes palabras. En una frase, esto es lo que significa la Navidad:
Nuestro Dios extraordinario bajó a este mundo ordinario para habitar entre nosotros.
Nuestro Dios se preocupó lo suficiente como para entrar a este mundo quebrantado en el estado más vulnerable y recorrer todos los años de desarrollo al igual que nosotros. En Su vida, Jesús obedeció al plan de Dios, incluso hasta la cruz. ¡Servimos a un Dios admirable!
Si te cuesta encontrar a Dios en lo ordinario de tu vida (te entiendo; ¡no es siempre fácil!), recuerda que Él bajó a lo ordinario para que un día pudieras subir a Su hogar extraordinario en el Cielo. Mikayla Briggs[3]
Dios obra en lo cotidiano
El escritor inglés Gilbert Keith Chesterton escribió una serie de relatos sobre un párroco, el padre Brown, con gran habilidad para resolver crímenes. El humilde cura investigaba casos penales, pero procurando siempre comprender a los culpables y compadecerse de ellos. Además reza para que situaciones injustas salgan a la luz. Al inspector de policía del sector le disgusta la intromisión del cura en sus investigaciones. No obstante, aunque el padre Brown se abstiene de atribuirse mérito alguno por los misterios que resuelve, una y otra vez resulta ser indispensable.
En la serie se describe al padre Brown como alguien que trata de sacar el mayor provecho de su humilde condición en la vida, contentándose con prestar un servicio a los demás. No tiene automóvil, pero suele desplazarse sonriente en bicicleta. Si alguien lo insulta, no se deja afectar por el improperio. Por lo general responde con un simple elogio para la otra persona o señalando algo por lo que ambos pueden estar agradecidos. Simplemente sigue adelante, decidido a cumplir lo que considera que es su deber cotidiano.
Dios dispuso que cada uno de nosotros ocupara cierto lugar y cumpliera un propósito particular. Tal vez hallaremos mayor satisfacción en el lugar y en la condición en que estamos si aprendemos a sacarles el máximo partido, preparándonos para hacer las cosas de la mejor manera posible dondequiera que nos encontremos a lo largo de la senda de la vida.
No tiene nada de malo aspirar a hacer bien nuestro trabajo y recibir reconocimiento por ello; sin embargo, si menospreciamos el lugar que nos ha tocado en la vida, abrigando la ilusión de ocupar un puesto que se podría considerar más destacado, podemos terminar descorazonados y descontentos. Sin duda hay muchos individuos que sobresalen en posiciones de gran influencia o resonancia; pero la mayoría de nosotros ocupamos puestos considerados comunes y corrientes.
A veces las presiones sociales, la cultura del mundo y la mente humana se combinan y nos hacen tener en poco nuestro lugar y posición si estos no tienen nada de especial. Pero ningún puesto o lugar es común y corriente si es el que Dios quiso que ocupáramos, justamente con la intención de que lo sirviéramos a Él y a los demás.
Puede que nuestro lugar en la vida no sea tener un negocio lucrativo ni acaparar la atención de la gente; pero cuando priorizamos los valores principales —amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:29-31)—, ese lugar se convierte en uno muy especial, en el que encontramos profunda satisfacción. Donde sea que Él nos haya puesto, por el tiempo y propósito que sea, podemos ser Su sal y Su luz para el mundo. Eso hizo el padre Brown. William B. McGrath
Publicado en Áncora en noviembre de 2023.
[1] https://www.reviveourhearts.com/blog/dear-god-i-dont-want-serve-you-way.
[2] https://www.desiringgod.org/articles/see-the-invisible-kingdom
[3] https://www.findinggodintheordinary.com/blog/when-an-extraordinary-god-comes-to-an-ordinary-world
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