Lo que hizo el amor de Cristo
Recopilación
Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado Su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados.Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:5–8[1]
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Tú me cubres con el escudo de Tu salvación, y con Tu diestra me sostienes; Tu bondad me ha hecho prosperar. Salmo 18:35[2]
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Es interesante pensar sobre la nueva era de amor que Jesús instauró. Es cierto que ya había ternura en el mundo antes de que Él llegara. Había amor maternal. Había amistad profunda, verdadera y de la buena. Había amantes unidos por los más sagrados lazos. Había corazones incluso entre los impíos en los que estaba presente una bondad casi propia del cielo. Había lugares sagrados en los que el afecto ministraba con la ternura de los ángeles.
No obstante, en su mayor parte el mundo estaba plagado de maldad. Los ricos oprimían a los pobres. Los fuertes pisoteaban a los débiles. Las mujeres eran esclavas y los hombres eran tiranos. No se extendía la más mínima muestra de amor o de ayuda a los enfermos, los lisiados, los ciegos, los ancianos, los que tenían deformidades ni los enfermos mentales, ni se cuidaba de las viudas, los huérfanos ni los indigentes.
Hasta que llegó Jesús, y durante treinta y tres años anduvo en medio de los hombres haciendo toda clase de cosas. Tenía un corazón tierno, y de Sus palabras solo manaba la bondad. Pronunciaba palabras que pulsaban con ternura. […] Jamás cabía duda alguna del amor que contenían las palabras de los labios de Jesús. Emanaban comprensión y ternura.
La gente sabía siempre que Jesús era su amigo. Su vida estaba colmada de actos serviciales. No hubo maldad ni crueldad capaz de hacer que perdiera Su mansedumbre. Repartía bondad donde sea que fuera.
Un día clavaron sus tiernas manos a una cruz. […] Fue una grave pérdida para los pobres y los que vivían sumidos en la tristeza, y en muchos hogares debió de haber cundido el dolor. No obstante, si bien el ministerio personal de Jesús se vio truncado por Su muerte, la influencia de Su vida siguió presente. Había dado al mundo un Nuevo ejemplo de amor. Había dado lecciones de paciencia y mansedumbre que ningún otro maestro había enseñado antes. Había impartido nuevo significado al afecto humano, había puesto al amor por ley en Su Reino.
Tal como uno podría echar un puñado de especias al mar salobre y endulzar así sus aguas, esas enseñanzas de Jesús cayeron a la vida poco cariñosa y amable del mundo, y empezaron a transformarla en dulzura. Donde sea que el Evangelio haya llegado, han llegado esas magníficas frases del Maestro, y han caído en los corazones de las personas, dejando en ellas sus bendiciones de bondad [y amor]. J. R. Miller[3]
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Debe de haber sido fabuloso estar en compañía de Cristo, una Persona que gustaba de ti, te amaba y creía en ti, y que buscaba una cercanía mucho más profunda que la de quienes estamos limitados por nuestra condición humana. En Su presencia, una persona se sentiría importante. Después de todo, esos [discípulos] que conocieron en persona a Cristo acabaron haciendo grandes obras, demostrando una devoción inquebrantable. Debió de haber sido muy emocionante mirar a Dios a los ojos y que Él le devolviera a uno la mirada y le comunicara que los seres humanos, hasta el último individuo, tienen un valor y una belleza enormes, dignos de intimidad consigo mismos y con la divinidad. La comprensión de semejante verdad fue el motor de toda una vida de gozo y salud emocional entre los discípulos, que ni multitudes, ni insultos, ni abucheos, ni prisiones, ni torturas ni separaciones fueron capaces de deshacer. Fueron fieles hasta la muerte, incluso hasta sus propias muertes.
Nadie sale a dejarse torturar y arrestar por alguien que no los ama. Si alguien nos ama, somos capaces de hacer toda clase de cosas en su nombre, por esa persona, para ella. El que nos ama hará que seamos quienes somos. Donald Miller[4]
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El Nuevo Testamento relata la conversión de Saulo de Tarso. Naturalmente, los cristianos lo consideraban un terrorista. Dios tuvo la bondad de perseguirlo con Su amor para hacerlo uno de Sus discípulos escogidos. Quienes antes habían sido amigos [de Pablo] ahora amenazaban con matarlo. Los discípulos lo escondieron en una cesta y lo descolgaron por la muralla de una ciudad para que pudiera escapar de sus atormentadores.
En mi caso, el tormento lo llevaba en mi interior. Dios me rodeó de personas que me colocaron en una cesta de amor y persuasión, y me descolgaron hasta el otro lado de unas murallas que yo no podía escalar por mi cuenta. Tal es la gracia de Cristo, que nos sale al encuentro donde sea que nos encontremos.
Los amates de la poesía inglesa recordarán la turbulenta vida de Francis Thompson. Su padre anhelaba que estudiase en Oxford, sin embargo Francis se perdió en un mundo de drogadicción y en más de una ocasión no dio la talla. Quienes lo conocían sabían que en su interior había un genio latente, si tan solo su vida pudiera ser rescatada.
Cuando Francis Thompson por fin sucumbió al Cristo que le seguía implacablemente las huellas, acuñó su inmortal «El sabueso del Cielo», en que describe los años anteriores al momento de la transacción:
Le huía noche y día
a través de los arcos de los años,
y le huía a porfía
por entre los tortuosos aledaños
de mi alma, y me cubría
con la niebla del llanto
o con la carcajada, como un manto.
He escalado esperanzas,
me he hundido en el abismo deleznable,
para huir de los Pasos que me alcanzan:
persecución sin prisa, imperturbable,
inminencia prevista y sin contraste.
Los oigo resonar... y aún más fuerte
una Voz que me advierte:
«Todo te deja, porque me dejaste».
Qué maravilloso el día en que dejé por fin de huir y, por Su fortaleza, permití que Sus brazos de amor me rodeasen. Ravi Zacharias[5]
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Una tarde… de pronto sentí dentro de mí un ansia muy intensa que me obligó a clamar en alto pidiendo ayuda a una potestad invisible. Mi cuerpo maltrecho estaba tan débil que mi voz no pasaba de ser un leve susurro, pero susurré ansiosamente mi súplica: «Si es posible que haya un Dios por alguna parte, revélate a mí; si existes habrás oído lo que dice mi esposo y la forma en que ora, y puedes revelarte a mí.» Fue como si una fuerza superior a mí me empujara a llamar y llamar…
Y eso sí que era extraño, por la sencilla razón de que yo siempre había sido bastante santurrona. Había vivido una vida muy recta, cosa de la que me sentía bastante orgullosa, estaba muy satisfecha conmigo misma. Cuando recordaba mi pasado y la labor humanitaria que había hecho, me sentía bastante satisfecha; ¿acaso no había arriesgado muchas veces mi vida realizando labores de rescate? Incluso en una ocasión en que llegué a las mismas puertas de la muerte y se había apresado de mí un miedo muy intenso, recordaba esos años de servicio sacrificado a la humanidad y me sentía muy satisfecha. Sin embargo, de pronto me parecían un «trapo de inmundicia». Era como si de pronto me hubieran sido abiertos los ojos y me viera a mí misma tal como era, por primera vez en la vida. Mis obras pasadas no eran nada. Mi servicio no lo había hecho para Dios, ni mi motivación era glorificarlo. El peso del pecado y del ego fue haciéndose cada vez mayor, hasta que ya no pude soportarlo, y por fin rompí en llanto.
Ojalá pudiera contarles exactamente lo que ocurrió en mi interior en aquel momento, pero la verdad es que es imposible. Nacer de nuevo es una obra misteriosa y sobrenatural que realiza la mano del Señor mismo, ¡y yo no sabría decirles cómo lo hizo, pero lo cierto es que transformó por completo mi corazón! […] Había dejado de estar sola, porque sentía Su presencia en aquella habitación, tan real como si hubiera un miembro de la familia en pie al lado de mi cama, y me dirigía a Él con tanta naturalidad como lo haría un niño con su padre… se lo conté todo y supe que Él me había oído y comprendido, porque mi espíritu atormentado se vio inundado por una paz inefable, que sobrepasa todo entendimiento, y una tranquilidad que me brindaba enorme alivio inundó mi corazón. No había visto ninguna visión, ni había oído ninguna voz, ni había percibido con mis sentidos ninguna prueba, pero dentro de mí había oído un «silbo apacible y delicado» y había entablado contacto con Dios, un contacto tan real y tan personal que podía decir en verdad: «Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi deposito.» Toda mi incredulidad se había desvanecido; Dios existía, efectivamente, y yo era «una nueva criatura en Cristo Jesús». ¡Había irrumpido la luz! Virginia Brandt Berg[6]
Publicado en Áncora en octubre de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] NVI.
[2] NVI.
[3] A Gentle Heart (Corazón tierno), New York: Thomas Y. Crowell & Company, 1896.
[4] Searching for God Knows What (Buscando solo Dios sabe qué), Nashville: Thomas Nelson, 2010).
[5] Jesus Among Other Gods (Jesús, entre otros dioses, W Publishing Group, 2000).
[6] El borde de Su manto, Virginia Brandt Berg
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