Llegar a los perdidos cueste lo que cueste
Palabras de Jesús
«Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?” Le respondió: “Sí, Señor; Tú sabes que te quiero”. Él le dijo: “Apacienta Mis corderos”. Volvió a decirle la segunda vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Pedro le respondió: “Sí, Señor; Tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Pastorea Mis ovejas”. Le dijo la tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que le dijera por tercera vez: “¿Me quieres?”, y le respondió: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta Mis ovejas”.» Juan 21:15-17[1]
Dar a conocer Mi Palabra y amor a otros —apacentar a Mis ovejas— puede ser difícil. A veces estás cansado y no tienes ganas de abandonar tu zona de confort para meterte en el lodo de las praderas y enfrentar los elementos. Pero aun así sales a compartir Mi verdad con otros y ministrarles, y esa fidelidad con que lo haces les demuestra el amor que les prodigo. Esa perseverancia con que los apacientas demuestra tu amor por ellos, que te compadeces de ellos, y eso te convierte en un buen testigo, tanto si escuchan tus palabras como si no.
No tienes que sentirte con ganas para apacentar a otras personas, ni tener visión de futuro para ellas; ni tampoco amarlas intensamente. Como es natural, si se dan esos factores es posible que te faciliten la tarea, pero ser fiel en compartir las buenas nuevas no depende de nada de eso, sino exclusivamente de que obedezcas y prediques con constancia a las personas que pongo en tu camino día tras día, para proveer las respuestas que necesitan los perdidos y encuentren su camino a Casa, y compartir Mi verdad con ellos. De esa manera demuestras que los amas y, mientras lo hagas, todo lo demás te será añadido: la motivación, la ilusión y el amor necesarios. Si por el momento no sientes nada de eso, sigue apacentando a Mis corderos. ¿Me amas? Apacienta Mis corderos.
Lo que de verdad importa
No es necesario haber vivido exactamente la misma experiencia que otra persona para poder ayudarla. Cada uno tiene su propia trayectoria y experiencias a las que referirse cuando testifican y hablan a otros. Es probable que hayan vivido una vida muy diferente a de la persona a la que te diriges, pero aun así habrán pasado sus buenas dificultades, y si me permiten intervenir, podré valerme de ellas para enseñarles a entender a los demás y consolarlos con la misma consolación con que siempre contaron ustedes.
Los he llamado a ser testigos, y no los llamaría a realizar una tarea para la que no los he preparado. Aunque no hayan tenido las mismas experiencias que las personas a las que intentan llevar Mi Palabra y Mi verdad, han pasado por toda una serie de experiencias de aprendizaje que les servirán de referencia, sobre todo si manifiestan apertura al poder y a la sabiduría de Mi Espíritu.
No es indispensable haber probado lo peor del mundo para saber que hay algo mejor. Ustedes también se habrán llevado desilusiones; seguramente alguien les habrá causado dolor, y se habrán sentido confundidos y atacados. Saben lo que es llegar a la conclusión de que Yo soy la única salida, la única solución, el bote salvavidas en el tempestuoso mar de dificultades en que se vieron en diversos momentos de la vida.
Las diferencias entre lo que experimentaron en la vida y lo experimentado por otros no son suficientes para impedir que Mi Espíritu obre a través de ustedes para ser un ejemplo de Mi amor. De muchas formas, el corazón del hombre es el mismo en todas partes, sin importar las circunstancias: casi todos quieren felicidad, amor, paz, satisfacción y saber que su presencia en este mundo es importante. Ustedes también se han sentido así en algún momento de su vida, porque los he preparado con constancia a lo largo de su vida, y seguiré preparándolos para que puedan ser testigos eficaces y fructíferos.
La única diferencia de consideración al testificar a otros es que ustedes conocen la verdad y el camino a través de Mi Palabra y Mi presencia en su vida, y las almas perdidas no. Los he escogido y les he dado la misión de compartir la verdad con quienes aún no la han encontrado.
Compartir su luz
La luz se percibe más claramente en la oscuridad, y esa velita de ustedes tiene muchísima luminosidad. Tienen muchísimo: las riquezas de Mi verdad y de Mi Espíritu, la alegría de servirme, su fe y todo lo demás que ustedes viven y respiran a diario.
En el mundo mucha gente anda muy confundida. Saben que la situación en su vida no anda bien, y decir que no conocen las soluciones no es una frase hecha. Es la pura verdad: no las tienen. Pueden detectar los problemas, pero están demasiado perdidos como para hallar las soluciones duraderas. Lo que ustedes saben y lo que han aprendido de Mi Palabra y de su vida de fe es vital y de enorme utilidad para resolver muchos de los problemas que aquejan a la sociedad.
El mundo suele presentar el orgullo, por ejemplo, como algo bueno y el camino al éxito. Le enseña a la gente que debe creerse lo máximo y anteponer su amor propio, sus necesidades personales y deseos a los demás. Pero Mi Palabra enseña: «Antes del quebranto está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu»[2]. Cuando comparten con otros la sabiduría de que el orgullo es destructivo, esa verdad es capaz de alterar la perspectiva de la vida de una persona y transformar tanto su manera de relacionarse con los demás que experimente un cambio radical.
Ese es solo uno de los muchos errores generalizados que se enseñan a las personas y se creen a pie juntillas. Ustedes conocen numerosas respuestas que la gente necesita para sus problemas. Les es fácil menospreciar las verdades que tienen, y sentirse ineptos o incompetentes como si no tuvieran recursos que ofrecer. Pero Yo los he llamado a ser una luz en medio de las tinieblas, comida para el hambriento y agua para los que perecen de sed. Los he llamado a encontrar a quienes están confundidos y buscan respuestas, y darles gratuitamente lo que ustedes han recibido de gracia.
La verdad puede ser chocante para algunos y puede que no estén preparados para recibir tanto al principio. No obstante, a medida que dosifiquen Mi Palabra y verdad a un ritmo que les permita recibirlo y asimilarlo, verán ante sus propios ojos cómo un hijo del mundo se convierte en hijo de Dios, vuelve a nacer. Es maravilloso, ¡sobrecogedor!
Les he otorgado tanto el llamamiento como la capacidad de llegar a los perdidos con la verdad y apacentar Mis corderos. Al compartir lo que tienen con otros, presenciarán los espléndidos tesoros del renacimiento de almas perdidas al ayudarles a encontrar el camino a Casa.
Publicado por primera vez en noviembre de 2007. Texto adaptado y publicado de nuevo en septiembre de 2018.
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