Lectura asimilativa de la Biblia
Peter Amsterdam
Los cristianos que desean tener una relación floreciente con Dios y se interesan por crecer espiritualmente reconocen que dedicar tiempo a leer y asimilar la Palabra de Dios es de vital importancia. En las páginas de la Biblia nos instruimos sobre Dios y Su amor por la humanidad, sobre Jesús y Su mensaje, y sobre cómo vivir en armonía con Dios y el prójimo.
Dios, el Creador, desea relacionarse con Su creación. Para posibilitar eso, se nos reveló por medio de la Biblia. En ella nos habla del amor que alberga por nosotros y de lo que ha hecho para propiciar que nosotros, siendo seres imperfectos y finitos, tengamos una relación con Él. Cuanto más permanecemos en Su Palabra y dejamos que ella more en nosotros, más aprendemos a vivir en armonía con Él, conforme a Su voluntad y a ser un reflejo de Él y de Su amor, sobre todo en nuestro trato con los demás.
Incluir en nuestro programa cotidiano un espacio para leer la Biblia nos da la oportunidad de conectarnos a diario con Dios. Nos predispone a abrirnos y dejar que Él nos hable a través de lo que leemos, nos instruya, nos guíe y nos ayude a sortear los problemas y dificultades de la vida. La lectura habitual de la revelación divina nos recuerda el código moral por el que debemos regirnos y nos proporciona orientación cuando tenemos que tomar decisiones.
La Biblia nos transmite las enseñanzas de Jesús, nos presenta Su ejemplo de amor y nos conduce a una relación con el Padre, hecha posible por el sacrificio del Hijo. Cuando permanecemos en Su Palabra, tomamos cada vez mayor conciencia del valor que Él otorga a cada individuo y del amor y la compasión que tiene por cada ser humano. A medida que asimilamos la verdad contenida en la Biblia, que meditamos y oramos acerca de esas verdades y que las aplicamos a nuestras acciones cotidianas, gradualmente vamos anclando tanto nuestra vida interior como la exterior al cimiento de la imitación de Cristo y de los atributos y la verdad de Dios.
Todos los días nos vemos asaltados por una andanada de información que nos llega por muy diversos medios y que de una manera u otra influye en nosotros. Reservar un rato a diario para leer lo que Dios ha dicho nos ayuda a sortear ese torbellino de información y conocimientos. Agudiza nuestra capacidad espiritual de discernir la verdad y la mentira. Hace que nos resulte más fácil mantener el corazón centrado en las cosas que son importantes para vivir con auténtica felicidad y paz interior y en consonancia con Dios y Su voluntad. Nos ayuda a soportar y superar todo lo que la vida nos depara.
Como dijo Jesús: «A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca»[1]. Permanecer en la Palabra de Dios nos mantiene en contacto frecuente con Su Espíritu. «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida»[2]. En parte, ese contacto con el Señor y esa paz prometida vienen como consecuencia de dedicar tiempo a la lectura de Su Palabra.
Sacar a diario un rato para leer no es tarea fácil. Requiere autodisciplina. Pero dedicar tiempo habitualmente a la lectura de las Escrituras vigoriza nuestro espíritu y nos hace cristianos más fuertes, bien cimentados en la verdad y el amor de Dios. Esa conexión con Dios y ese saboreo de Su Palabra hacen que nos dejemos guiar más por el Espíritu en nuestras interacciones cotidianas con los demás, en las decisiones que tomamos y en nuestra capacidad de permanecer firmes ante la tentación.
No hay una regla específica que dicte cuánto necesitamos leer a diario ni qué porciones de la Biblia se deben leer. La clave está en reservarse tiempo para hacerlo y perseverar en ello.
Conviene hacerse el propósito de leer cierto número de capítulos cada día. Fijarnos un objetivo realista nos motiva a persistir en la lectura aun en los días más ajetreados. El libro Disciplinas espirituales para la vida cristiana señala que con 15 minutos de lectura diaria se puede leer la Biblia entera en un año. Lo mismo se logra leyendo tres capítulos al día y cinco los domingos.
Charlas y textos sobre la Palabra de Dios
Además de leer personalmente la Palabra de Dios, puede ser beneficioso escuchar comentarios de otros sobre ella. Eso incluye leer, escuchar o ver sermones, charlas, mesas redondas y artículos en Internet relacionados con la Palabra y los principios divinos. Puede resultarte útil ver o escuchar a personas que comunican la Palabra de Dios de una manera que te llegue y refuerce tu conexión y relación con el Señor.
Con frecuencia resulta mucho más fácil escuchar a alguien hablar de los preceptos y enseñanzas de la Palabra de Dios que tomarse la molestia de leerla uno mismo y pensar y meditar en lo que ha leído. Si bien es espiritualmente nutritivo y provechoso oír sermones y leer artículos sobre la Palabra, estos no deberían desplazar los ratos que dedicas a leer la Biblia para beneficiarte de lo que el Señor te quiera indicar personalmente por medio de ella.
Meditar en la Palabra
Cuando leas la Biblia o escuches a alguien hablar de ella, es importante que te preguntes qué te quiere transmitir Dios a través de lo que lees u oyes. Pondéralo; pregúntate por qué te llamó la atención y qué puede ser lo que el Señor quiere decirte por medio de ello. Es un buen momento para dejar que el Señor se comunique contigo a través de Su Palabra.
Parte de meditar en la Palabra de Dios consiste en concentrarte en lo que lees o escuchas y reflexionar sobre ello. Vivimos muy ajetreados y muchas veces sentimos la necesidad de correr de una cosa a la otra. Por ello nos cuesta detenernos a pensar en serio en lo que hemos leído y cómo aplicarlo; pero es importante que lo hagamos si queremos que nos surta efecto.
En los salmos, David habla de meditar en Dios y Su Palabra: «En Tus mandamientos meditaré; consideraré Tus caminos. Me regocijaré en Tus estatutos; no me olvidaré de Tus palabras»[3].
Leer la Palabra de Dios y meditar en ella nos pone en comunicación personal con Dios. Cuando meditamos sobre lo que leemos, creamos una oportunidad para que Su Palabra nos hable al corazón, ya que estamos predispuestos y preparados para escuchar. Al meditar en Su Palabra, accedemos a Su presencia con ansias de aprender, de crecer, de transformarnos, de estrechar nuestra relación con Él, de hacer Su voluntad. Él anhela hablar con cada uno de nosotros directamente.
Si queremos que Dios esté presente en nuestra vida, si deseamos emular a nuestro Salvador, si queremos que la luz que brille a través de nosotros sea la de Dios y Su amor, es preciso que le dediquemos tiempo y que leamos Su Palabra. La Palabra de Dios —la Biblia— es el medio por el que Él se revela a la humanidad. Si queremos asemejarnos a Jesús, es vital que la leamos y que meditemos en ella, que la apliquemos a nuestro ser interior y a nuestras acciones externas.
Al absorber profundamente en nuestro corazón, con regularidad, el agua de Su Palabra, poco a poco nos vamos renovando, transformando y pareciendo más a Él. La gracia para vivir en sintonía con Su voluntad la adquirimos aplicando lo que leemos, los textos en los que meditamos. Lámpara es a nuestros pies Su Palabra y lumbrera a nuestro camino[4].
Hazte tiempo para comulgar profundamente con Dios por medio de Su Palabra. Te cambiará la vida.
[Jesús] dijo: «¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la obedecen!»[5]
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él»[6].
Has engrandecido Tu nombre y Tu palabra sobre todas las cosas[7].
En Tus mandamientos meditaré; consideraré Tus caminos. Me regocijaré en Tus estatutos; no me olvidaré de Tus palabras[8].
Artículo publicado por primera vez en enero de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2019.
[1] Mateo 7:24,25.
[2] Juan 6:63.
[3] Salmo 119;15,16.
[4] Salmo 119:105.
[5] Lucas 11:28.
[6] Juan 14:23.
[7] Salmo 138:2.
[8] Salmo 119:15,16.
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