Las pruebas equivalen a bien
Recopilación
Como «muchas son las aflicciones del justo»[1], ciertamente es un consuelo saber que «a los que aman al Señor, todas estas cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados»[2]. Es más, es imprescindible que convirtamos esta promesa de Romanos 8:28 en un elemento fundamental de nuestra vida, para poder salir victoriosos de las numerosas pruebas, dificultades, batallas y tentaciones que enfrentamos.
Si no pasamos todo lo que nos ocurre por el filtro de Romanos 8:28, si no vemos siempre nuestras decepciones, penas, pruebas, enfermedades, oposición, batallas y todo lo demás con el enfoque de Romanos 8:28, lamentablemente nos perderemos muchas enseñanzas importantísimas que el Señor quiere transmitirnos. Además nos privaremos de la paz que sentimos cuando confiamos totalmente en esa preciosa promesa y principio.
Si aprendemos esta sencilla ecuación: «pruebas = bien», nuestra vida se enriquece, aprendemos más, tenemos más paz interior, y reconocemos más fácilmente la mano del Señor en los acontecimientos de nuestra vida. Es totalmente diferente —como de la noche al día— contemplar una riada de problemas, batallas, pruebas y tribulaciones esperando que suceda lo peor, o contemplarla con la ilusión y expectativa de descubrir todo el bien que sabemos que el Señor hará que nos traiga. María Fontaine
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A menudo, Dios lleva a cabo su mejor trabajo en la oscuridad. No nos lanza pruebas al azar. […] No deja que los sufrimientos ocurran de manera fortuita en nuestra vida. […] Cada padecimiento que tenemos ha sido creado por Dios para nuestro bien. Las pruebas son el horno de Dios. Somos la arcilla y Él es el maestro alfarero.
¿Que lleva a cabo Dios en la oscuridad? Estas son solo unas cuantas cosas —entre miles—, que Dios realiza.
Nos obliga a depender de Él
De hecho, esperábamos morir; pero, como resultado, dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios, quien resucita a los muertos. 2 Corintios 1:9 NTV
Las pruebas nos recuerdan lo que ya es cierto: dependemos absolutamente de Dios. No podemos funcionar separados de Dios. No podemos llegar al Cielo excepto por la vigorizante gracia de Dios que resucita a los muertos. Dios nos lleva paso a paso por los padecimientos a fin de que disminuya nuestra confianza en nosotros mismos y que aumente nuestra confianza en Él.
Hace que tengamos perseverancia
Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Santiago 1:2-3 NTV
Sin perseverancia… seríamos como una semilla que germina rápidamente, pero que no tiene raíz. Los afanes de este mundo nos sofocarían. Dios quiere que tengamos una fe inquebrantable, firme, una fe que las pruebas y las dificultades no sacudan fácilmente. Los padecimientos hacen que nuestra fe madure y se vuelva firme.
Nos prepara para consolar a otros
Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros. 2 Corintios 1:3-4 NTV
Cuando tenemos sufrimientos, también recibimos el consuelo de Dios de un modo excepcional. A medida que el consuelo de Dios llegue a nuestra vida, Él nos prepara para consolar a otros que tengan padecimientos. No podríamos consolar a otros adecuadamente si primero no recibiéramos el consuelo de Dios. Las pruebas nos preparan para consolar a otros. Stephen Altrogge[3]
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Ninguno de nosotros puede llegar a una máxima madurez sin soportar el calor veraniego de los padecimientos. Así como el fruto del sicómoro no llega a la madurez si no ha sido magullado, como el maíz no sale de la hoja que envuelve la mazorca sin que se haya trillado, y el trigo no se convierte en harina fina hasta que se muele, así es poca nuestra utilidad hasta que somos afligidos. ¿Por qué estaríamos ansiosos de escapar de esos grandes beneficios? Tendremos que esperar con paciencia y decir: «Que se haga Tu voluntad, Señor». Dios esperó para darnos la gracia; esperemos para darle la gloria. Charles Spurgeon
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No dudaré cuando un gran vendaval
mis barcos azote y rasgue sus velas.
Creeré que Dios, a quien mi alma anhela,
cambiará en bien lo que me augura mal.
Y aunque llore al ver mis sueños destruidos,
«No me puedes fallar, ¡en Ti confío!»,
me oirás gritar.
No dudaré si me llueven quebrantos,
y las penas me ahogan como un río.
Creeré que las alturas que ansío
solo se alcanzan con dolor y llanto.
Y aunque mis cruces hoy me hagan gemir,
veré que con todo lo que perdí
salí ganando.
Ella Wheeler Wilcox
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Ningún médico ha pesado los medicamentos que administra a su paciente con siquiera la mitad del cuidado y exactitud con el que Dios pesa cada padecimiento nuestro. Ni un grano de más permite que sea colocado en la báscula. Henry Ward Beecher
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Las dificultades, las pruebas, las batallas, las angustias, los sufrimientos y las decepciones se deben a muchas causas, tienen motivos muy variados; pero sea como sea que se originen, independientemente de su causa, pueden tener la plena seguridad de que todas las cosas ayudan a bien a los que me aman. Como me aman, puedo convertir incluso esas batallas en bendiciones.
Si vieran como veo Yo —más allá del presente, más allá de este momento, más allá de lo que están sufriendo—, comprenderían mejor cómo es que las pruebas equivalen a bendiciones. Entenderían mejor cómo es que esa pérdida, ese dolor que sienten ahora en el corazón, esta época en que los asaltan tentaciones tan grandes y pruebas tan duras, a la larga pueden convertirse en bendiciones.
El secreto para comprender esto, la clave, está en las palabras «a la larga». Si creen por fe que Mi mano gobierna su vida y que todas las cosas redundan en bien, con el tiempo llegarán a comprender y ver lo que hoy creen por fe; se traducirá en algo real para ustedes. Jesús, hablando en profecía.
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Tengo un salvavidas. Es mi posesión más valiosa.
Navegando por el mar de la vida, innumerables veces atisbo una tempestad que asoma por el horizonte. Entonces me afirmo bien a mi salvavidas, en preparación para la implacable acometida.
Cuando se desata la tormenta, mi pequeña embarcación se ve azotada por embravecidas olas que amenazan hundirme y ahogarme. Pero el salvavidas me garantiza la salvación. Mejor dicho: algo más que sobrevivir. Saldré adelante, quizá con magulladuras y contusiones, pero triunfante.
A veces las tormentas aparecen a popa sin que las espere. Me sorprende la violencia de los elementos, y zozobra mi embarcación, arrojándome a las heladas aguas. Me ahogo, barboteo y hago esfuerzos por respirar, pero me encuentro en una vorágine. Cuanto más me debato, con más fuerza me atenaza el agua.
A solas, indefensa y perdida, aguardo el fin. La esperanza se apaga como una vela que llega a su fin. Mientras me hundo por última vez bajo las aguas, una Voz surge entre el estruendo de la tormenta: «¡Echa mano del salvavidas! —exclama—. Es tu única esperanza.»
Esforzándome para ver en la oscuridad, distingo algo que flota. Es mi salvavidas, siempre presente cuando más lo necesito. Me lo amarro y de inmediato empiezo a mantenerme a flote.
La oscuridad todavía me envuelve. El mar sigue revuelto, y las encrespadas olas amenazan hundirme. La lluvia continúa hiriéndome las mejillas. Pero floto de nuevo. Con plena confianza, con mi salvavidas, estoy a salvo y feliz esperando a que pase la tempestad.
¿Cuál es el secreto de mi salvavidas? Es tan sencillo que se puede pasar fácilmente por alto. Se trata de este versículo de la Biblia: «Sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas los ayudan a bien»[4].
TODO —tormentas, lluvia y vientos— redunda en nuestro BIEN.
Algún día lo entenderemos. Stellaris Jade
Publicado en Áncora en octubre de 2013.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] Salmo 34:19.
[2] Romanos 8:28.
[3] Pasajes seleccionados de http://blogs.christianpost.com/guest-views/god-often-does-his-best-work-in-the-darkness-15992.
[4] Romanos 8:28, RV 1995.
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