La paz que nos prometió
William B. McGrath
[His Promised Peace]
Durante la Última Cena vemos a Jesús lavar los pies de los discípulos, y luego Él da lo que se ha llegado a conocer como Su discurso de despedida (Juan capítulos 14–17), durante el cual promete a Sus seguidores que les dará Su propia paz: «La paz les dejo; Mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.» (Juan 14:27.)
Hay diferentes formas y niveles de paz, pero la paz que Jesús ofrece es profunda y puede trascender nuestro entorno. Llega a nuestro corazón cuando, en circunstancias normales, nuestro corazón estaría afligido.
Después de Su resurrección, cuando se aparece por primera vez a Sus discípulos, les dice dos veces: «La paz sea con ustedes» (Juan 20:19, 21). Ocho días después, Él aparece de nuevo y les dice lo mismo, por tercera vez (Juan 20:26). Esta paz profunda y duradera, que el mundo no puede dar, es el don que Él prometió. Al comparar algunos de los muchos otros versículos en la Biblia sobre la paz de Dios, descubrimos que está estrechamente ligada a Su reposo, Su paciencia, Su fuerza y, por supuesto, a nuestra sumisión y amor por Él y Su Palabra. Hay muchas escrituras sobre «esperar en Dios» y «escuchar la voz de Su Palabra», que nos da Su paz.
Isaías 40:31 menciona la fuerza que nos da esperar: «Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán».
Juan el bautista se regocijó cuando escuchó las palabras de Jesús casi al final de su ministerio (Juan 3:29), y Jesús nos dice que es de sabios escuchar Sus palabras y llevarlas a la práctica, y que al hacerlo somos como los que construyen los cimientos de su vida sobre lo que perdura (Mateo 7:24).
«Los que aman Tu Ley disfrutan de gran paz y nada los hace tropezar» (Salmo 119:165). La paz que se cultiva a través del estudio fiel de la Palabra de Dios tiene fuerza para evitar que nos ofendamos y tropecemos, cuando de lo contrario eso sería lo que nos ocurriría. Como sabemos, ofendernos y resentirnos destroza la paz y la alegría.
Además, al meditar y estudiar Su Palabra, percibimos cada vez más la belleza de Jesús, Su sinceridad hacia nosotros, y lo que nos dio a través de Su sacrificio en la cruz. «Cristo es nuestra paz» (Efesios 2:14), y es el «Príncipe de paz» (Isaías 9:6).
Los escritos de Andrew Murray nos revelan cuánta paz y descanso nos da aprender a ser pacientes esperando en Dios:
La palabra paciencia deriva de la palabra que en latín se usa para sufrimiento. Sugiere que es como estar bajo la restricción de un poder del cual con gusto nos liberaríamos. Al principio nos sometemos contra nuestra voluntad. La experiencia nos enseña que cuando no tiene caso resistirnos, aguantar con paciencia es la opción más sensata.
Al esperar en Dios, es infinitamente importante que no solo nos sometamos porque estamos obligados a hacerlo, sino porque amorosa y alegremente consentimos entregarnos en los brazos de nuestro bendito Padre. En ese caso, la paciencia se convierte en nuestra mayor bienaventuranza y nuestra mayor gracia. Honra a Dios y le da tiempo para hacer Su voluntad en nuestra vida. Es la máxima expresión de nuestra fe en Su bondad y fidelidad. Le brinda a nuestra alma un descanso perfecto [perfecta paz] gracias a la certeza de que Dios está llevando a cabo Su obra. Indica nuestro pleno consentimiento de que Dios debe tratar con nosotros de la manera y en el momento que Él considere mejor. La verdadera paciencia es la entrega de nuestra propia voluntad. […]
La paciencia es una gracia para la cual recibimos una gracia muy especial. «Fortalecidos con todo poder según la potencia de Su gloria, para obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo» (Colosenses 1:11). Si alguno es propenso al desaliento, que tenga buen ánimo. En medio de nuestra espera deficiente y muy imperfecta, Dios mismo con Su poder oculto, nos fortalece y manifiesta en nosotros la paciencia de los santos, la paciencia del mismo Cristo. [...] La espera paciente en Dios nos da una recompensa abundante; la liberación es segura. Dios mismo pondrá un nuevo cántico en tu boca (Salmo 40:1,3)1.
Mi esposa recuerda una ocasión no hace mucho, cuando me embaucaron para darle un aventón a alguien a una ciudad a más de una hora de distancia en la noche. Este conocido nuestro había perdido su autobús en la parada local de autobuses en nuestro pequeño pueblo, y necesitaba desesperadamente un aventón para alcanzar el autobús en su próxima parada en una ciudad importante a más de una hora de distancia. Como estábamos ahí, acepté. Mi esposa se quedó en casa, porque ya era bastante tarde.
Durante el trayecto, sin que yo lo supiera, mi esposa intentaba comunicarse conmigo por teléfono, pero mi celular no tenía señal por las carreteras desoladas. Se puso muy ansiosa, por lo que finalmente recurrió a Jesús con una oración ferviente. Luego, con la misma hermosura de siempre, la paz inundó su alma, con fuerza, inexplicablemente, y se quedó apaciblemente dormida. Regresé a medianoche y todo estaba bien.
Este tipo de situaciones atemorizantes, nos pueden sobrevenir a todos, y generan miedo y ansiedad que se pueden superar con Su paz. A Dios gracias, Él nos da Su paz incluso en medio de tales circunstancias. Él prometió que Su pacto de paz nunca nos será quitado. «“Aunque cambien de lugar las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará Mi fiel amor por ti ni vacilará Mi pacto de paz”, dice el Señor, que de ti se compadece». (Isaías 54:10).
1 Andrew Murray, Waiting on God, capítulo 14, «The Way to the New Song».
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