La Palabra, la Palabra, la Palabra
David Brandt Berg
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«El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán». Mateo 24:35
La Palabra de Dios es la verdad más poderosa del mundo, pues contiene Su espíritu y Su vida[1]. La Palabra es la chispa espiritual de Dios que enciende en nosotros Su vida, Su luz y Su poder.
Para afianzar nuestra relación con el Señor, una de las cosas más importantes que podemos hacer es leer, asimilar y obedecer Su Palabra. Es ella la que nos mantiene sintonizados con Dios y nos ayuda a seguir en Su camino. Adán y Eva solo se metieron en líos cuando dejaron de hacer caso de la Palabra de Dios[2]. Cuando escuchamos a Dios y Su Palabra, Él siempre nos dice la verdad; y obedeciéndola seremos felices y daremos fruto[3].
Tener fe en la Palabra de Dios es un principio de capital importancia. La fe en Su Palabra constituye la base de toda esta era de gracia. «Sin fe es imposible agradar a Dios», y: «La fe es por el oír la Palabra de Dios»[4].
Si bien Él es «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones», y «no nos desampara ni nos deja»[5], por voluntad propia permanece en gran medida oculto e invisible tras el velo del mundo espiritual. Por consiguiente espera que nosotros, Sus hijos, «andemos por fe, no por vista»[6].
Podría decirse que la mayor parte del tiempo deja que nos las arreglemos más o menos por nuestra cuenta: Él y Sus agentes angélicos intervienen muy poco de forma directa, visible o audible. No nos proporciona mucha asistencia sobrenatural claramente visible procedente del mundo espiritual. Por el contrario, deja muchas cosas en nuestras manos y espera que obtengamos de Su Palabra la fortaleza espiritual y la fe que necesitamos.
Quiere que nos embebamos ávidamente de Su Palabra a fin de que adquiramos la fe que nos hace falta para resolver las necesidades y afrontar las situaciones que constantemente se nos presentan. Por eso es tan importante la Palabra de Dios. Es el principal medio por el que Dios se comunica con nosotros y nos hace saber Su voluntad. Nos sirve para obtener la fe y las fuerzas para continuar sirviéndolo en esta vida.
Cuando queremos averiguar la voluntad de Dios, ¿qué es lo primero que consultamos? Su Palabra. Ahí está Su voluntad conocida, segura, absoluta, tal como fue revelada. Aunque no recibamos ninguna revelación, ni oigamos voces, ni recibamos profecías, ni tengamos el don de ciencia, o de sabiduría, o de discernimiento, o de sanidad, o de hacer milagros, ni ningún otro don del Espíritu[7], si simplemente hacemos caso de la Palabra de Dios y actuamos de acuerdo con lo que dice lograremos mucho para Él.
La Biblia es el libro más prodigioso, sobrenatural, milagroso, sorprendente y maravilloso del mundo entero. Nos dice de dónde venimos, cómo llegamos aquí, por qué razón estamos aquí, cómo podemos sobrevivir y ser felices mientras estemos aquí, y cómo podemos amar y disfrutar eternamente de alegría, dicha y paz.
Por muchas críticas, comentarios escépticos y mentiras que arrojen contra ella sus oponentes, nosotros sabemos sin sombra de duda que la Biblia dice la verdad, pues conocemos a su Autor. ¿Quién puede rebatir eso! Es posible que antes de que te presentaran al Autor, antes de conocer al Señor, no tuvieras gran interés en ella ni supieras si decía la verdad. Quizá nunca la habías leído o ni siquiera creías en ella. Pero ahora que has descubierto a Jesús y lo has aceptado en tu corazón, estás seguro de que Su Palabra es cierta, porque sabes que Él no te mentiría ni te diría nada que no fuera verdad.
«Tesoros nuevos y tesoros viejos» (Mateo 13:52)
Desde el mismo principio, Dios le dio a Su pueblo los conocimientos básicos y esenciales que necesitaba. A lo largo de la Historia fue comunicándole cada vez más, hasta que llegó un momento, pocos siglos antes de la llegada de Jesús, en que comenzó a revelar a fondo a los profetas lo que iba a suceder. Y cuando vino Jesús, con Sus apóstoles y los primeros cristianos, dio aún más detalles. Continuamente ha estado transmitiendo más información y detalles que necesitaban los seres humanos.
Mucha gente piensa: «Con la Biblia basta, no hace falta nada más. Desde aquellos tiempos, Dios no ha vuelto a hablar. Hoy en día no habla, no dice nada. Después de revelarle el Apocalipsis a Juan, se calló. Ya nadie recibe mensajes de Él».
Gracias a Dios, Él no ha guardado silencio, no cerró la boca hace 2.000 años cuando la Biblia se terminó de escribir. Es un Dios vivo, un Dios que habla, que sigue hablando, que no ha parado de hablar desde entonces. En los siglos que han transcurrido desde la época de Jesús, los apóstoles y los primeros cristianos ha estado en comunicación con Su pueblo, Sus profetas y Sus hijos. Hoy en día sigue vivo y sigue hablando.
Alimento para el alma
Jesús dijo: «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida»[8]. La Palabra de Dios contiene Su vida misma. Es lo que nos da vida, alimento, sustento, fuerza y salud espirituales. Por ello, una dieta sana y equilibrada de Su Palabra es esencial para quien desee desarrollarse bien y permanecer cerca de Él.
A Jesús mismo se le llama en la Biblia el Verbo, la Palabra[9]. Jesús es la Palabra, el Espíritu y la vida, y si quieres crecer y mantenerte sano espiritualmente necesitas tomar una dosis de Él cada día, darte un buen banquete comiendo y bebiendo Su Palabra. Del mismo modo que es preciso comer para estar fuerte físicamente, también hay que alimentarse de la Palabra, beber la Palabra, para estar espiritualmente fuerte.
«Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis»[10]. Igual que un bebé que no puede vivir sin la leche de su madre. Si no nos nutrimos con la verdad buena, sana, fortificante, alentadora y alimenticia de la Palabra de Dios, espiritualmente pasaremos hambre y terminaremos muriéndonos.
Es imperativo que nutramos nuestra alma; de lo contrario no creceremos espiritualmente, nunca llegaremos a madurar del todo, siempre seremos bebés o niños espirituales por no habernos alimentado debidamente con la leche de la Palabra de Dios. Los cristianos que descuidan la Palabra se van debilitando hasta que el mundo termina venciéndolos. Dejan de lado su única esperanza de victoria: la vida, luz, fuerza y poder de la Palabra.
Cuando uno está espiritualmente débil, con frecuencia es porque no se ha fortalecido bien a base de la Palabra, no se ha llenado de ella, no se ha sumergido en ella, no se ha dado un festín de Palabra. La Palabra no ha sido su vida, su fortaleza y su salud como tendría que ser. Si te ocupas tanto en una y otra cosa que ni tienes tiempo para la Palabra de Dios, te aseguro que puedes sufrir un ataque de nervios. A la primera que las demás actividades no te dejen tiempo para leer la Palabra, es señal de que andas demasiado atareado.
No puedes abandonarte y meterte tanto en otras cosas que descuides tu inspiración, el alimento y sustento espiritual que necesitas y que viene de la Palabra. Yo sé que muchas veces me deprimiría si no me alimentara con la Palabra de Dios.
En cambio, si la lees con avidez buscando sinceramente al Señor, seguro que Él te hablará por medio de ella. Y cuanto más hondamente la ames, la estudies y te alimentes de ella, más crecerá tu espíritu y más te darás cuenta de que Dios puede hablarte alto, claro y directo por medio de Su Palabra escrita.
Las veces en que el Espíritu Santo nos llama la atención sobre un pasaje o un versículo y lo aplica a nuestra situación, la Palabra cobra vida. Cuando leemos las palabras del Señor, Él les infunde vida, nos habla personalmente, nos da soluciones para nuestros problemas y responde a nuestras oraciones. En el momento en que las aplica a nuestra situación, de repente cobran vida. Dejan de ser meras palabras, palabras que nos entran en la cabeza; de pronto nos hablan al corazón y las captamos de verdad. «La exposición de Tus palabras alumbra; hace entender a los sencillos»[11].
El gran profeta Jeremías exclamó: «Hallé Tus palabras, y yo las comí. Tu Palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón»[12]. Job declaró: «Guardé las palabras de Su boca más que mi comida»[13].
Jesús dijo: «Solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual nunca le será quitada»[14]. ¿Cuál fue la «buena parte» que escogió María? Se sentó a los pies de Jesús a escuchar Sus palabras. ¡Reposar en el Señor, sentarse a Sus pies, escucharlo y oír Su Palabra es tan necesario! Ya ves lo importante que es la Palabra de Dios.
Compilación de pasajes de David Brandt Berg publicada por primera vez en noviembre de 1988. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2014. Leído por Miguel Newheart.
[1] Juan 4:24.
[2] V. Génesis 3.
[3] V. Juan 15:11; 13:17.
[4] Hebreos 11:6; Romanos 10:17.
[5] Salmo 46:1; Hebreos 13:5.
[6] 2 Corintios 5:7.
[7] 1 Corintios 12:8–10.
[8] Juan 6:63.
[9] Apocalipsis 19:13; Juan 1:1,14.
[10] 1 Pedro 2:2.
[11] Salmo 119:130.
[12] Jeremías 15:16.
[13] Job 23:12.
[14] Lucas 10:42.
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