La maratón de la vida
David Bolick
[Going the Distance]
El argumento de que «la vida es una maratón, no una carrera corta» se ha vuelto un cliché para muchos. Es una resignación irónica a la realidad de que debemos esforzarnos cuando nuestros años dorados no se vislumbran tan prometedores. Me gustaría intentar hacer limonada de este limón.
Cualquier maratonista te dirá que los últimos kilómetros son los que separan a los fuertes de los débiles, a los aspirantes ocasionales de los verdaderos profesionales. Después de correr aproximadamente las tres cuartas partes de la carrera, la mayoría de los contendientes prácticamente han agotado sus reservas de energía y se refieren a ese punto como el momento en que te «chocas contra la pared». Para muchos es el momento en el que bajan los brazos, ya que saben que no hay escapatoria al aumento exponencial del desafío de esa recta final. Se vuelve un tema francamente psicológico y existencial, porque llegar a la meta básicamente se reduce a fuerza de voluntad y la mente sobre la materia, como ese versículo que dice que «algunos llegamos hasta los setenta» (los primeros tres cuartos de la carrera) y «quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan» (ese último tramo hasta la línea de meta), «sin embargo, solo traen problemas y penas» (Salmo 90:10).
Para satisfacer mi inclinación por la hipérbole cuando reflexiono en algunas de las maratones que he corrido, me vienen a la mente pensamientos de expediciones al Everest, donde cuanto más alto llegas, menos oxígeno hay. Han habido ocasiones en las que la única forma de seguir adelante era aminorar la marcha, apretar los dientes y aferrarme a mi fuerza de voluntad.
Los últimos años de la vida son muy parecidos a esa larga recta final de una maratón para muchos de nosotros. (Y creo que se puede decir lo mismo de los primeros años de un matrimonio o una aventura empresarial, la preparación para los exámenes finales, el pago del alquiler del mes, etc.). A veces creo que eso es lo que le sucede a todo el mundo, y no solo a los que nos estamos haciendo mayores. Aunque el ritmo cotidiano sigue siendo cada vez más vertiginoso, la cantidad de vida real en esos momentos fugaces es cada vez menor. La sociedad pareciera estar en una dieta de hambre, con poca gasolina.
Tanto los que llevan un ritmo más lento como los que lo llevan más rápido están sujetos a las mismas tensiones, ya que los adversarios clásicos de la vida espiritual —el mundo, el demonio y la carne— tiran de todos nosotros en un intento de alejarnos «de la vida que proviene de Dios» (Efesios 4:18). Sea como sea, «hermanos, es que nos queda poco tiempo […] porque este mundo, en su forma actual, está por desaparecer» (1 Corintios 7:29, 31), y «llevar a cabo la obra del que me envió (porque) viene la noche cuando nadie puede trabajar» (Juan 9:4) puede ser difícil, a menudo agotador.
Normalmente no comprendemos lo débiles que somos hasta que chocamos contra ese muro y nos damos cuenta de que si no sentimos que «Su poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9), no iremos muy lejos. Es fundamental que aprendamos a poner en práctica estas profundas verdades: «en la serenidad y la confianza está su fuerza» (Isaías 30:15); «quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes» (Éxodo 14:14); y «quédense quietos, reconozcan que Yo soy Dios» (Salmo 46:10).
Es probable que esté machacando demasiado la metáfora deportiva, pero seguiré haciendo referencia a las carreras de larga distancia, ya que aunque cada comparación se queda corta cuando intentamos describir lo indescriptible, existen algunos paralelismos útiles.
La mayoría de los corredores dependen de los carbohidratos para obtener energía, ya que se transforman rápidamente en glucosa y generalmente por defecto actúan como combustible. Pero un cuerpo humano solo puede almacenar cierta cantidad, y a menos que un corredor de maratón pueda dosificarlos bien y reabastecerse durante la carrera, corre el riesgo de «vaciar el tanque» en una competencia prolongada.
Pero es posible entrenar el cuerpo para usar la grasa de manera más eficiente durante el ejercicio. Se conoce como la «adaptación a la grasa» o «flexibilidad metabólica». Al consumir una dieta alta en grasas saludables y baja en carbohidratos, y al hacer ejercicios de resistencia regularmente, el cuerpo puede mejorar el uso de las grasas para obtener energía durante el ejercicio, lo que ayuda a conservar las reservas de carbohidratos en el cuerpo y retarda la fatiga durante un ejercicio de larga duración como una maratón.
Del mismo modo que hay que hacer esfuerzos sensibles y persistentes para adaptarnos a un sistema de combustible diferente, se necesita una diligencia similar bien dirigida y perseverancia para cambiar de una marcha a otra espiritualmente, por así decirlo. Después de años en los que actuamos con energía según la necesidad, superando obstáculos con brío y viendo resultados bastante rápidos, aprender a estar quietos y dejar que el Señor presente batalla por nosotros es un cambio importante. En lo personal, he descubierto que «procurar vivir tranquilos» (1 Tesalonicenses 4:11) es igual de desafiante que el entrenamiento más extenuante para una maratón. Pero al persistir en ello, empecé a vislumbrar ligeramente posibilidades enormes y alucinantes que se abren ante mí. Es como si la vida hubiera sido hasta ahora una carrera corta, tomando forma en mi entendimiento como un mero calentamiento para la maratón de la verdadera «carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12:1).
*
El Señor le ordenó:
—Sal y preséntate ante Mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.
Mientras estaba allí, el Señor pasó y vino un viento recio, tan violento que partió las montañas y destrozó las rocas; pero el Señor no estaba en el viento: Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto: Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. 1 Reyes 19:11–12
¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga y Su inteligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; levantarán el vuelo como las águilas, correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán. Isaías 40:28–31
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. 2 Corintios 4:16
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