La Iglesia: conjunto de creyentes
Tesoros
[The Church—The Body of Believers]
Es una gran bendición y privilegio que los cristianos se puedan reunir regularmente a adorar al Señor y fraternizar. Muchos cristianos viven en países en los que no tienen la libertad de reunirse y fraternizar con otros creyentes. Deberíamos desear y procurar fraternizar con otros cristianos, porque necesitamos disfrutar de un rato en compañía de otras personas que comulguen con nuestras creencias, que amen al Señor y que hayan dedicado sus vidas a Él.
En el mundo actual no siempre es tarea fácil llevar una vida cristiana. De ahí que es una bendición reunirse con otros cristianos para disfrutar de la hermandad, para leer y estudiar la Palabra de Dios, para cantar y alabar al Señor, para orar unos por otros y solicitar oración. Es además un buen momento para comulgar juntos.
Hebreos 10:24–25 dice: «Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor (el del regreso de Jesús) se acerca».
El Señor sabía que nos haría falta reunirnos fraternalmente con otros cristianos, tanto para nuestra propia inspiración y solaz espiritual, como para fortalecernos con Su Palabra. Asimismo, tal como expresa el versículo anterior, cuando nos reunimos es para alentarnos unos a otros y motivarnos a tener más amor y hacer el bien. Existe igualmente gran fuerza en la unidad; y la oración en grupo y la hermandad atraen las bendiciones del Señor. (V. Hechos 4:32–33.)
Es importante, sin embargo, entender que el reunirnos para fraternizar y renovarnos espiritualmente —sea en una parroquia, en una casa privada, una tienda o una carpa— no es nuestro servicio al Señor. Decimos esto porque, en muchas iglesias tradicionales, llaman a las reuniones servicios religiosos, y algunos cristianos creen que asistir a la iglesia y dejar allí un donativo es el único deber que tienen los cristianos para complacer a Dios.
Pero nuestra labor y nuestro servicio al Señor se lleva a cabo en nuestra vida diaria, demostrando Su amor y verdad a los demás, viviendo de acuerdo a Su Palabra y compartiendo el evangelio con los demás. Las reuniones de convivencia espiritual y adoración nos renuevan, nos dan inspiración y fortaleza espiritual para los días venideros y para afrontar los problemas y dificultades que se nos presenten.
En el evangelio de Marcos, Jesús envió a Sus discípulos a que ministraran a la gente. Fue muy laborioso, y cuando terminaron aquel servicio, la Biblia dice: «Los apóstoles se reunieron con Jesús. […] Jesús dijo: —Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco» (Marcos 6:30–31). De igual manera, hoy en día existe una gran diferencia entre nuestro servicio al Señor y el «reunirnos con Jesús» y «descansar» con el fin de reinspirarnos.
Durante los primeros 200 años de su existencia, el cristianismo no poseía ningún edificio, y los cristianos se juntaban en donde pudieran. Jesús dijo: «Donde dos o tres se reúnen en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mateo 18:20). Aparte de celebrar reuniones secretas en bosques, catacumbas, etc., inicialmente los cristianos no tenían otro lugar de reunión que sus propios hogares. En repetidas ocasiones, el apóstol Pablo se refiere en sus epístolas a «la iglesia que está en su casa» (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19).
El significado original de la palabra «ekklesia», traducida como «iglesia» del griego, el idioma del Nuevo Testamento, textualmente significa «los llamados a salir o los elegidos» o «la asamblea de creyentes». La iglesia viva de Dios la constituyen los cristianos creyentes en Dios que siguen a Jesús, el cuerpo de Cristo, no un templo ni una confesión en particular. La iglesia es la asamblea de los verdaderos creyentes, no un edificio sin vida hecho de cemento y acero.
Desgraciadamente, a veces la cristiandad ha hecho hincapié en los edificios y, como resultado, la gente empezó a perder de vista su objetivo de conquistar el mundo con el amor de Jesús. Cuando empezaron a concentrarse en la adquisición de propiedades y edificios, perdieron de vista el llamamiento de la iglesia de ganar a millones de almas perdidas que jamás habían oído el evangelio de Cristo. Si la iglesia hubiera gastado ese dinero para evangelizar el mundo apoyando a los misioneros, imprimiendo publicaciones del evangelio y llevando el amor y la verdad de Dios a los necesitados, muchas más personas habrían escuchado el mensaje y los pobres, oprimidos y desnutridos del mundo hubieran recibido ayuda. Nuestra devoción a Dios nos debe mover fuera de la iglesia para comunicarnos con los que están buscando desorientados y sufriendo en el mundo.
Cuando se le preguntó a Jesús dónde debía rendir culto la gente, respondió: «Créeme que se acerca la hora en que ni en este (templo de este) monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. Los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren» (Juan 4:21, 23).
Esteban, el primer mártir de la iglesia primitiva, proclamó al momento de su muerte: «El Altísimo no vive en templos hechos por manos humanas» (Hechos 7:48). El verdadero templo en el que mora Dios es el corazón humano, tu corazón y el de todos aquellos que le conocen y le aman (1 Corintios 3:16–17). Las Sagradas Escrituras expresan claramente que Dios aspira a vivir en los corazones de la gente.
Ahora bien, no tiene nada de malo que los cristianos tengan un local en donde puedan reunirse y confraternizar periódicamente, recibir alimento espiritual e inspiración, y orar juntos, pues suele suceder que las casas particulares son demasiado pequeñas para acomodar a todo el mundo. Un edificio religioso se puede aprovechar al máximo para la gloria de Dios si, en vez de acudir a él una sola vez a la semana, se hace un uso más frecuente de él como lugar en el que los fieles puedan estudiar e instruirse con la Palabra de Dios, y aprendan a llevar una vida cristiana y a ser testigos ante los demás.
Cuando Jesús dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas noticias a toda criatura» (Marcos 16:15), se refería a que cada uno de Sus seguidores hiciera todo lo posible por propagar Su mensaje. Aunque tengan otros trabajos y obligaciones, de todos modos pueden transmitir las buenas nuevas del Evangelio a sus propias familias y amigos, colegas y compañeros de trabajo, y a personas que se encuentran durante el día.
La mayoría de los cristianos entienden la importancia de asistir a la iglesia con regularidad, y de apoyar económicamente a las misiones y a la iglesia, pero también es importante entender que cada cristiano está llamado a llevar su fe fuera de las cuatro paredes de ese edificio para ayudar a otras personas necesitadas. También debemos apoyar a los misioneros que abnegadamente dedican su vida a predicar el evangelio a los perdidos y a cuidar a los pobres y necesitados.
¿Y tú? ¿Dejas que Jesús brille a través de ti estés donde estés, a fin de dar ejemplo de Su amor? Cada uno de nosotros fue llamado a ser parte de Su iglesia viva que está propagando Su amor en el mundo y a ser como una ciudad asentada sobre un monte haciendo brillar Su luz en el mundo (Mateo 5:14). «También ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual, [...] para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta» (1 Pedro 2:5).
Tomado de un artículo en Tesoros, publicado por la Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en enero de 2024.
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