La humildad, gracia redentora
Recopilación
Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes». 1 Pedro 5:5[1]
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El que desee íntima comunión con Cristo tiene que recordar la palabra del Señor: «Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a Mi palabra». A fin de subir al Cielo hay que agacharse. ¿Acaso no decimos de Jesús que «descendió para que pudiese ascender»? Debes hacer lo mismo. Debes descender a fin de que puedas ascender; pues la más dulce comunión con el cielo la obtienen las almas humildes y solo ellas. Dios no negará ninguna bendición a un espíritu que se ha acercado a Él con gran humildad. «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos», con todas sus riquezas y tesoros.
Cuando alguien es de verdad humilde y nunca se atreve a tocar siquiera una pizca de alabanza, no hay límite para lo que Dios hará por medio de él. La humildad nos prepara para ser bendecidos por el Dios de toda gracia y nos pone en condiciones de tratar con nuestro prójimo de manera eficiente. La humildad verdadera es una flor que adornará cualquier jardín. Es una salsa con la que se puede sazonar cualquier plato de la vida; y en todos los casos descubrirás que hay mejoras. Tanto en la oración como en la alabanza, en el trabajo como en el sufrimiento, la sal verdadera de la humildad no se podría utilizar excesivamente. Charles Spurgeon
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La debilidad es bendita, porque nos asegura más compasión y ayuda de Cristo. […] Cristo se compadece particularmente por los débiles. Pablo podía soportar aquel aguijón en la carne, con esa debilidad abrumadora, porque hizo que en mayor medida fuera objeto de la compasión y ayuda divina. La debilidad es una firme súplica para recibir la compasión divina. Pensamos en el sufrimiento o en la debilidad como una desgracia. Sin embargo, no lo es del todo, si nos hace más apreciados y nos acerca más al corazón de Cristo. Bendita sea la debilidad, pues esta se acerca a la fortaleza de Dios.
San Pablo nos dice que su aguijón le fue dado para mantenerlo humilde. No sabemos cuánto de su profunda agudeza y percepción de las cosas de Dios, y su poder en el servicio para su Maestro, lo debió San Pablo al aguijón que lo torturaba. Parecía ser un obstáculo, pero lo mantuvo en el valle bajo de la humildad; hizo que fuera consciente de su propia debilidad e insuficiencia, y por lo tanto, lo mantuvo cerca de Cristo, cuyo hogar es con los humildes.
La historia espiritual está llena de casos parecidos. Muchos de los siervos más nobles han tenido aguijones en la carne toda la vida, pero entretanto han tenido riquezas y bendiciones espirituales que jamás habrían tenido si hubieran sido concedidas sus peticiones de recibir alivio. No sabemos lo que debemos a los sufrimientos de quienes se han ido antes que nosotros. La prosperidad no ha enriquecido al mundo como lo ha hecho la adversidad. Los mejores pensamientos, las mejores enseñanzas de la vida, las canciones más dulces que han llegado a nosotros desde el pasado no provienen de personas que no conocieron privacidades, ni adversidad, sino que son los frutos del dolor, de la debilidad y del sufrimiento. Los hombres han pedido a gritos la emancipación de la esclavitud de las dificultades, de las enfermedades y los padecimientos, de la necesidad sacrificada; sin saber que lo que parecía ser un obstáculo para ellos en su carrera, fue precisamente lo que hizo que su vida fuera noble, bella y bendecida.
Muchas de las personas que han hecho el mayor bien al mundo, que han dejado una impresión profunda, perdurable en la vida de otros, no han sido los que se consideraron fuertes. En gran medida, la mejor obra del mundo la han realizado los débiles, los que llevaron una vida quebrantada. Los hombres exitosos han acumulado grandes fortunas, han establecido grandes empresas o se han ganado muchos elogios por algún logro material. Sin embargo, la mayor influencia que ha hecho que el mundo sea mejor, que ha enriquecido la vida de la gente, que ha dejado enseñanzas de amor y que ha vuelto más atractivas las primaveras de la sociedad, proviene en gran medida no de los fuertes, sino de los débiles. J. R. Miller[2]
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«Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte, y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia»[3]. ¡Así, toda la gloria será para Él, porque entonces se sabe que no fue obra del hombre!
Abraham tuvo que aprender que no era Abraham; era solamente Dios. Moisés tuvo que aprender que no podía ser Moisés. Y observando a Saúl y llegando a ser una desgracia él mismo, David tuvo que aprender que él no podía lograrlo por sí mismo. Elías tuvo que aprender que no era Elías, sino Dios.
Cuando Dios está a punto de engrandecerte, te reduce a nada para que no quede nada de ti y sea solo Jesús. ¡Cuando Dios logra quitarte a ti de en medio, entonces Él tiene una oportunidad! ¡Cuando te conviertes en un simple instrumento y un medio, en un simple diamante de polvo, entonces puedes serle de mucha utilidad a Dios! Él tiene que quebrantarte, humillarte y fundirte en el fuego, purificarte, limpiarte, cernirte, sacarte las impurezas. Tiene que arrancarte todo lo malo hasta que no quede nada, crucificar la carne hasta que esté bien muerta, mortificar la mente hasta que casi desaparezca... ¡para que Jesús pueda vivir, pensar y actuar en ti! ¿Se equivocó Dios? ¿O es necesario todo eso para hacernos como debemos ser? David Brandt Berg[4]
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La humildad precede a la honra. Proverbios 15:33[5]
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Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: «Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15[6]
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Pónganse Mi yugo. Déjenme enseñarles, porque Yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Mateo 11:29[7]
Publicado en Áncora en octubre de 2013.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] NVI.
[2] The Building of Character (Thomas Y. Crowell, 1894).
[3] 1 Corintios 1:27-29; RV 1960.
[4] Artículo publicado por primera vez en enero de 1971.
[5] NVI.
[6] RV 1995.
[7] NTV.
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