La hospitalidad de Nilda
Maria Silva
Quiero escribir algo sobre un aspecto de demostrar amor a otros —la hospitalidad—, pues hemos tenido una magnífica oportunidad de aprender acerca de este tema al ver en acción la hospitalidad sincera.
No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Hebreos 13:2[1]
Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad. Romanos 12:13[2]
Hace unos seis años nos mudamos a un barrio nuevo. Desde que llegamos aquí hemos tratado de ser abiertos con nuestros vecinos para demostrarles cariño y amabilidad. Siempre los saludamos con una sonrisa, les preguntamos cómo están; y para muchos de ellos, eso fue diferente, que un recién llegado, alguien que no conocen, fuera tan amistoso con ellos. Varias veces preparamos pizza en casa y fuimos a entregársela a ellos, recién salida del horno, como un gesto de amistad. Casi no podían creer que alguien hiciera algo así. Pensábamos que nos iba bien en eso de demostrar que nos preocupamos por nuestros vecinos. Y entonces conocimos a Nilda. Ella nos permitió ver los actos de bondad desde una perspectiva totalmente nueva.
Conocimos a Nilda a través de sus dos nietos que ya son adultos. Los dos tienen una discapacidad física del 100% debido a una enfermedad genética y degenerativa. A fin de ayudar a cuidarlos, Nilda decidió vivir en la misma casa con su hija y su familia. Atender a personas con discapacidad física genera mucho trabajo y causa estrés; y nadie culparía a esa familia por centrarse en sus problemas y desafíos. Pero eso no pasó con Nilda. Ella es la persona más hospitalaria que he conocido jamás. A los que pasan por allí siempre los invita a pasar y les ofrece una bebida o algo de comer.
Cuando empezamos a frecuentar su casa debido a que llevábamos a cabo una obra asistencial con sus nietos discapacitados, pensamos que ella era tan hospitalaria con nosotros porque estábamos ayudando a su familia. Sin embargo, nos dimos cuenta de que casi cada vez que pasábamos por allí o la visitábamos, había por lo menos un grupo o dos de personas que estaban de visita. Los chicos se ríen con frecuencia y comparan su casa a una estación de tren —mientras unos visitantes se levantan para irse, otros entran a la casa—, hay un flujo constante de personas.
Siempre hay bebidas y pasteles, o meriendas y platos sencillos que se preparan en minutos. A pesar de los desafíos y las dificultades que enfrenta esa familia, en su hogar hay un ambiente alegre y de optimismo. Las visitas son siempre bienvenidas.
Al entrar a la casa, de inmediato Nilda te invita a sentarte y sin preguntar llena la mesa de platos, tenedores, pasteles y meriendas. Seguidamente, pregunta si quieres café o té. No importa si está cansada o no se siente bien; su corazón está ahí contigo, y reunirá todas sus energías para servirte y ayudarte en lo que pueda.
Hasta nuestra perrita, que de vez en cuando la visita cuando nos acompaña, no se va sin que Nilda le ofrezca un tazón de agua y uno o dos manjares especiales para perros. De hecho, nuestra perrita reconoce a Nilda a la distancia y espera con ansia las delicias que le llegan cada vez. Con respecto a las personas que la visitan, Nilda presta atención hasta al detalle más pequeño.
Cuando alguien fallece, Nilda reúne algo de comida y bebida, lo pone en una bolsa y lleva esos artículos a la familia que está de luto; también pasa un tiempo con los integrantes de esa familia. Ella hizo eso por nosotros cuando nuestra abuela murió. Por lo visto, es una tradición local, pero ella lo hace de todo corazón y con verdadera empatía e interés.
Nilda quedó destrozada cuando su madre falleció repentinamente después de que murieron otros familiares de ella. La animamos lo mejor que nos fue posible, pero su frágil corazón quedó muy afligido. Ya no cantaba y dejó de asistir a las reuniones. Sin embargo, incluso en esa época difícil no cambió en nada su hospitalidad. La casa seguía llena de visitantes que nunca se fueron con sed o hambre, y aunque Nilda no ocultaba su tristeza, tampoco hacía alarde de ella frente a los demás. Luego, después de solo dos meses, volvió a ser como antes.
Le pregunté qué la ayudó a sobreponerse tan rápidamente al duelo. Respondió: «Me di cuenta de que mi mamá estaría muy triste al verme triste. Ella querría verme feliz, así que empecé a cantar de nuevo y a divertirme». Simple. Tan simple y dulce como es Nilda.
No sé si en estos cuantos párrafos puedo de verdad describir la alegría, la amabilidad, la solicitud amorosa, la ayuda y la hospitalidad que ella brinda. Cuando pienso en ella me vienen a la mente estos versículos de la Biblia:
El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo. Mateo 23:11[3]
Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente porque es Mi discípulo, de cierto les digo que jamás perderá su recompensa. Mateo 10:42[4]
Eso me recuerda algo que leí:
Hay una razón por la que Jesús frecuentemente compartió las comidas con sus seguidores. La hospitalidad crea confianza entre extraños y establece puentes sobre el paisaje agreste de nuestra vida. Si los cristianos quieren dar el amor de Dios a su prójimo o vecino, simplemente tienen que invitarlo. Editorial de Crosswalk
Decidimos poner en práctica la hospitalidad y manifestar el interés y amor de Dios también de esa manera. No siempre podemos recibir visitas en casa, pues a menudo estamos fuera, atendiendo diversos aspectos de nuestros ministerios. Sin embargo, aprendimos a guardar provisiones de algunas meriendas y bebidas, las que podemos ofrecer a las visitas inesperadas, y a estar listos para invitarlos a entrar cuando nos resulte posible. Nuestra selección de meriendas no es tan elaborada como la de Nilda, pero hacemos lo que podemos.
Es asombrosa la diferencia que vemos en las personas y en las muchas bendiciones que el Señor trae a consecuencia de ello. Por ejemplo, cuando el mecánico nos trajo nuestro vehículo que había arreglado en su garaje, lo invitamos a tomar algo y conversamos un rato con él. Fue la primera vez que pudimos conversar para conocerlo mejor. Y el costo de la reparación resultó ser sumamente bajo, a pesar de que no le habíamos pedido un descuento.
Un técnico vino a reparar la cocina y aceptó que le ofreciéramos algo de beber. Después de conversar e intercambiar relatos, dijo que nos arreglaría la cocina gratuitamente para colaborar con nuestro trabajo.
Cuando el camión recolector de basura pasaba para recoger nuestra basura, invitamos a los empleados a que tomaran café y galletas, y conversamos un rato con ellos. Aunque era la primera vez que los invitábamos a entrar, el más joven dijo: «Yo ya he estado aquí». Explicó que creció en un orfanato y que hace varios años nosotros invitamos a los huérfanos a una fiesta en nuestro patio; que hubo pizza, una función de payasos y él fue uno de los chicos que asistieron. Cuando se iban dijeron que si alguna vez teníamos basura extra, con gusto se la podrían llevar. Ellos no sabían que a veces tenemos esa dificultad: ¡mucha basura!
No pedimos ninguno de esos favores, ni los invitamos con esa idea en mente, pero al manifestar verdadero interés y al poner en práctica la hospitalidad al estilo de Nilda, el Señor los conmovió para que ofrecieran algo.
Estamos muy agradecidos por Nilda y porque a través de su ejemplo nos enseñó la eficacia y el efecto de la hospitalidad en acción. Al haber tenido la experiencia desde el punto de vista del visitante, lo aplicamos a nuestra situación y empezamos a poner en práctica la hospitalidad en nuestra propia casa. Huelga decir que quedamos muy complacidos con los resultados inmediatos y con el efecto positivo que tuvo en los demás. Y estamos felices de poder testificar de esa manera.
Permítanme que añada un párrafo sobre el tema. Me pareció muy pertinente y alentador:
La estupenda imagen que nuestro Señor hace del Juicio revela otra fase del esplendor de la bondad. Nos dice que los pequeños detalles —como alimentar a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, ser hospitalarios con el desconocido, visitar a los enfermos, y los innumerables ministerios de amor que no tomamos en cuenta—, si se hacen en el espíritu correcto, ¡son aceptados como si todo eso se hubiera hecho al mismo Cristo! […] Lo mejor que podemos hacer con nuestro amor no es esperar la oportunidad de hacer algo excelente que resplandezca delante del mundo, sino más bien llenar todos los días y las horas con pequeños actos de bondad que harán que incontables corazones sean más nobles, más fuertes y más felices. J. R. Miller
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