La gloria de Dios
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El diccionario suele describir «gloria» como digno de honor, majestuosidad o gran alabanza. La gloria de Dios es el esplendor que proviene de Él. El Salmo 19:1 afirma: «Los cielos declaran la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de Sus manos». En el anterior párrafo se emplea la palabra gloria de manera paralela con «la obra de Sus manos» o Su poder y grandeza.
En el Nuevo Testamento, Jesús habló sobre la gloria de Dios: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella»[1]. Dentro de ese contexto, Jesús se refería a la resurrección de Lázaro; acto que glorificó a Dios y a Jesús.
En Hechos 7:55, Esteban levantó el rostro a los cielos momentos antes de su muerte y presenció la gloria de Dios. En este contexto, se refiere a la majestuosidad de Dios en el cielo. En Romanos, la frase «gloria de Dios» se emplea en tres ocasiones. Romanos 3:23 asegura que todos pecaron y han sido destituidos de la gloria de Dios. Romanos 5:2 se refiere a la gloria de Dios en el sentido de Su grandeza. Y Romanos 15:7 nos dice: «Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios». En este pasaje, la gloria de Dios se emplea en el sentido de honrar a Dios.
La gloria de Dios se destaca en varios pasajes de los escritos del apóstol Pablo. En particular, 1 Corintios 10:31: «Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Nuevamente aquí, la gloria de Dios es una referencia a honrar a Dios con nuestros actos. Hebreos 1:3 emplea esa frase de otra manera: «Él, que es el resplandor de Su gloria, la imagen misma de Su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder». El autor afirma que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios.
Por otra parte, en Apocalipsis se hace referencia a la gloria de Dios en tres pasajes. El primero, Apocalipsis 15:8 asegura que el santuario se llena de la gloria de Dios. Apocalipsis 21:11 describe la gloria de Dios que provenía de la Nueva Jerusalén. Y Apocalipsis 21:23 añade que la gloria de Dios es la luz de la ciudad.
En términos generales, la gloria de Dios se emplea de distintas maneras en las Escrituras. Puede referirse a la grandeza de Dios, a Su honor, Su belleza, Su poder o Su luz. En todos los casos, la gloria de Dios reconoce la fuerza suprema del Señor y nuestra necesidad de reconocerlo y servirle. Got Questions Ministries[2]
Todo proviene de Dios
«Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.» Romanos 11:36[3]
Todo es para Él. El objetivo final del universo es mostrar la gloria de Dios. Es el motivo por el que todo existe, incluyéndote a ti. Dios lo creó todo para Su gloria. Sin la gloria de Dios, nada existiría.
¿Qué es la gloria de Dios? Es quien Dios es. Es la esencia de Su naturaleza, el peso de Su importancia, la luz de Su resplandor, la demostración de Su poder y el ambiente de Su presencia. La gloria de Dios es la expresión de Su bondad y de todas Sus cualidades intrínsecas y eternas.
¿Dónde se encuentra la gloria de Dios? Solo miren a su alrededor. Todo lo creado por Dios refleja Su gloria de alguna manera. Lo vemos en todas partes, desde la más microscópica forma de vida hasta la insondable Vía Láctea; desde los atardeceres y las estrellas hasta las tormentas y los cambios de estación. Rick Warren
El arte de Dios
Sean cuales sean los motivos de Dios para tanta diversidad, creatividad y sofisticación en el universo, en la tierra y en nuestros propios cuerpos, todo se trata de Su gloria. El arte de Dios lo personifica a Él, refleja quién es Él y cómo luce Su apariencia.
Ese es el motivo por el que somos llamados a adorarlo. Su arte, la obra de Sus manos y Su creación hacen eco de la verdad: Él es glorioso. No hay nadie como Él. Él es el Rey de reyes, el Principio y el Fin, el que era, el que es y el que volverá a ser. Francis Chan[4]
Las esferas celestes de Dios
Las esferas celestes que Dios creó funcionan con precisión perfecta como las ruedas de un inmenso reloj, y permanecen prácticamente invariables en cuanto a curso, velocidad e inclinación, de forma que es posible calcular con la aproximación de hasta una décima de segundo ocurrencias tales como la salida y la puesta del sol, las fases de la luna, la salida y puesta de la luna, las mareas y los eclipses solares y lunares. Pueden decir con exactitud cuándo van a ocurrir y dónde van a ser visibles.
Hoy día es tan precisa la navegación gracias a los satélites que pueden fijar su posición con una precisión de unos cuantos metros. Afuera en el inmenso mar sin ninguna señal a la vista pueden saber el punto exacto en que se encuentran gracias a la certeza y a la posición fija de las estrellas y de los planetas de este maravilloso universo de Dios. Las maravillosas obras de Dios que son la tierra, el sol, la luna y las estrellas serán para siempre durarán tanto como el trono de Dios. De hecho, en cierto modo son el trono de Dios y declaran la gloria de Dios.
Dios es un Espíritu que está en todas partes. Es omnipresente, todopoderoso, omnipotente y omnisciente, o sea que lo sabe todo. No se puede encerrar a Dios dentro de los límites de ningún lugar o edificio, de iglesias o templos, y desde luego tampoco dentro de la tierra, o del Sistema Solar, la Vía Láctea; ni todo el universo. Dice que es mayor que todo ese conjunto. Ni siquiera podemos comprender o concebir cuán grande es Dios. Él lo es todo y está en todo y cada cosa[5].
Como consecuencia, algunas religiones falsas se han postrado a adorar a las criaturas de Dios, creyendo que adoraban a Dios en Su creación y, como dice el apóstol, «dieron culto a las criaturas en vez de al Creador»[6]. A Él no le importa que le glorifiquemos en Su creación y a causa de Su creación, pero no quiere que adoremos la creación como hacen algunos —las piedras y los árboles—, y desde luego tampoco quiere que adoremos los ídolos e imágenes que no son obra de Dios sino del hombre.
Hay que adorar a Dios ante todo, y Él no quiere dioses ajenos delante Suyo[7]. Hay que adorar al Creador, a Dios Padre, a Su Hijo Jesucristo, y a Su Espíritu Santo. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en agosto de 2018. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Juan 11:4; también el versículo 40.
[2] https://www.compellingtruth.org/glory-of-God.html
[3] Versión Reina-Valera.
[4] Francis Chan, Crazy Love (David C. Cook, 2013), 30.
[5] Isaías 66:1, Jeremías 23:24; Colosense 1:16-17.
[6] Romanos 1:25.
[7] Éxodo 20:3.
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