La fe y las circunstancias
María Fontaine
La manera de afrontar las circunstancias varía según cada persona. Hay muchas maneras. Unos optan por el pesimismo, otros por un optimismo desmesurado y la mayoría por un punto intermedio. Conviene armarse de fe, optimismo y esperanza al afrontar numerosas situaciones. Para ser honestos, todos lidiamos continuamente con un sinfín de problemas. De no enfrentarlos con una buena medida de fe, resulta fácil abrumarse y volverse pesimista. En especial al tratarse de situaciones difíciles o de problemas graves.
Es muy fácil ceder, a menos que se tenga fe y se procure mantener una perspectiva optimista y se crea en las victorias que obtendrá el Señor, incluso de aparentes derrotas. Es perjudicial para el espíritu permitir que los problemas de cada día acaben con la fe. Conduce al desánimo y la angustia.
Algunas personas mantienen la fe y el optimismo siempre que se vean rodeadas de una situación positiva. Pero terminan sucumbiendo ante las dificultades y lo que parecen imposibilidades. Las circunstancias adversas afectan sobre todo a quienes tienen tendencias negativas o actitudes pesimistas. Los tientan a revertir a un estado mental negativo.
En la mayoría de ocasiones, quienes han sido pesimistas o negativos toda la vida no se convierten de la noche a la mañana en personas alegres y llenas de fe. Cuando se ha sido así toda la vida, las tendencias pesimistas suelen estar arraigadas. Se puede tardar mucho en superarlas.
Los cristianos tenemos como objetivo no ser arrastrados por las circunstancias, los problemas y las situaciones que otros enfrentan. Conviene manifestar fe e influenciar a otros para bien. La fe nos defiende de la inacabable sensación de agobio y preocupación que procede de los problemas a los que nos enfrentamos o a los que se enfrentan los demás. No obstante, se necesita una gran medida de fe para superar la ciénaga de dificultades y negativismo, y ayudar a otros a hacer lo mismo.
Una de las cualidades de quienes poseen mucha fe es que no se preocupan tanto. Manifiestan una perpetua confianza en el Señor. Las preocupaciones parecen no hacer mella en ellos. Se figuran que todo terminará por solucionarse, como en efecto suele ocurrir. Ese es el concepto fundamental de la fe. Si puedes creer, al que cree todo le es posible[1].
Estoy convencida de que quienes se dedican continuamente a resolver problemas necesitan de una fe fuertísima. Entre ellos se cuentan los misioneros en países difíciles, quienes aconsejan espiritualmente a otros y quienes asisten a personas desfavorecidas en países en vía de desarrollo. Las personas que se encargan en detalle de los problemas, las emergencias y todas las situaciones adversas que surgen sin parar, deben ser muy estables.
No pueden dejarse afectar por los problemas. Se debe tener muchísima fe y dependencia en la fuerza del Señor. De lo contrario, no creo que muchos sean capaces de enfrentarse a una avalancha de problemas y circunstancias adversas. Al menos no sin verse afectados por ellas. Las situaciones particularmente difíciles requieren de personas optimistas, motivadoras y llenas de fe.
Lo que más ayuda a las personas con problemas es fe en que podrán resolverlos. Que el Señor los resolverá por ellos y los ayudará a superar el estado de abatimiento y desaliento. La mayoría son lo suficientemente responsables como para resolver buena parte de sus problemas con la ayuda del Señor; pero necesitan aliento, y a menudo lo único que les hace falta es que reaviven su fe y les animen a levantarse e intentarlo de nuevo[2].
El optimismo consiste en levantar el rostro hacia el sol y nunca dejar de avanzar. Mi fe en la humanidad fue puesta a prueba en muchos momentos sombríos. Pero me negué a rendirme. No podía hacerlo. Ese camino conduce a la derrota y la muerte. Nelson Mandela
La tarea se presenta difícil, pero mientras perseveren, vencerán. Descubrirán el gozo que procede de superar obstáculos. Recuerden que ningún esfuerzo se pierde en la consecución de un objetivo hermoso. Helen Keller
El optimismo es una estrategia para crear un mundo mejor. Porque a menos que se crea que el futuro puede ser mejor, es casi imposible levantarse y tomar responsabilidad en su creación. Noam Chomsky
El Señor es mayor que las circunstancias
Todos tenemos algo que podría entorpecernos e incluso incapacitarnos tremendamente, si es que nos dejáramos hundir por ello en vez de superarlo. La maravilla de todo es que el Señor nos ha concedido un medio de sobreponernos a esas cosas. Más aún, ¡eso es lo que quiere que hagamos! Ya que tenemos acceso a Su ayuda, las circunstancias —pasadas o presentes— no tienen por qué dictar nuestra vida.
No hay más que recordar la cantidad de personas que, a lo largo de la historia, han remontado obstáculos aparentemente insuperables y han alcanzado la grandeza. Salieron triunfantes a pesar de la pobreza, de defectos físicos, de ambientes familiares que dejaban que desear y cosas así. Seguro que cada uno de nosotros podría poner unos cuantos ejemplos de grandes hombres y mujeres que vivieron experiencias o acontecimientos que habrían podido darles pretexto para llenarse de hostilidad o sentirse agobiados por ellos, pero ¡no cayeron en eso! Lo que hicieron fue esforzarse más aún por superar los obstáculos, y al hacerlo, se fortalecieron. En vez de quejarse del trago amargo que les había dado la vida, resolvieron endulzarlo.
Gracias a los obstáculos a los que se enfrentaron, llegaron más lejos de lo que habrían podido llegar de otro modo. George Bernard Shaw, por ejemplo, era tímido a más no poder. Pero como estaba decidido a superar ese defecto, hizo un esfuerzo por hablar en público, ingresó a asociaciones de debate y se levantaba a exponer en asambleas para superar la dificultad que tenía para hablar en público. Al final, esa debilidad se convirtió en su fuerte. Llegó a ser un orador brillante y agudo, además de un escritor importante.
Hay gente que nació en la más abyecta pobreza, pero luchó por salir de ella y hacer algo en la vida a pesar de su origen. En muchos casos, por haber tenido esas dificultades, esas personas fueron capaces luego de comprender a otros pobres y compadecerse de ellos, y trabajaron por mejorar su suerte. Booker T. Washington, por ejemplo, era un esclavo pobre al nacer, pero después de trabajar durísimo en minas de carbón y de sal, llegó a ser educador y portavoz de la comunidad afroamericana. Fundó una escuela para dar a otros la oportunidad de mejorar su situación.
A menudo los que saben lo que es tener dificultades y las han superado son los que luego resultan capaces de ejercer una gran influencia e infundir en otras personas el valor y la fe necesarios para superar las dificultades que éstas tengan. Los que presencian su lucha o se enteran de ella ven en el ejemplo que dan estas personas una prueba de que es posible superar grandes obstáculos en la vida, sobreponerse a situaciones aparentemente imposibles y triunfar, aunque la situación parezca desesperada. Sus victorias son un testimonio para todos nosotros de que las circunstancias difíciles no tienen forzosamente que derrotarnos, sino que podemos sobreponernos a ellas si tenemos el ánimo y la actitud debidos.
Jerome K. Jerome fue un escritor inglés. Su padre murió cuando él tenía 12 años, y a los 14 tuvo que ponerse a trabajar para mantener a su madre y su hermana. Más dificultades todavía encontró cuando murió su madre, pero después de tener muchos empleos, terminó convirtiéndose en escritor. Y no de relatos tristes, sino que fue un famoso humorista y se dedicó a redactar obras humorísticas para alentar a la gente. Él, que tuvo tantas dificultades en sus primeros años, afirmó: «Lo que nos fortalece es la lucha, no la victoria».
Me recuerda la historia de un joven que toda la vida padeció una tartamudez muy aguda. En varias ocasiones oraron por él, pero el Señor estimó más conveniente no sanarlo. Este joven cristiano al final llegó a la siguiente conclusión: «Me imagino que el Señor quiere que me valga de mi tartamudeo para Su gloria, porque cuando testifico, ¡a la gente le da tanta pena de mí que siempre me escucha!» Aunque no consiguió librarse de su defecto, no dejó que eso lo hundiera. No permitió que le hiciera retraerse y aislarse de los demás, sino que aprendió a aprovecharlo para beneficio propio para la gloria de Dios. Llegó hasta el punto de darle gracias a Dios por su incapacidad y de verle su lado bueno.
Quienes caminamos por fe desde luego que no tenemos por qué vivir limitados o imposibilitados emocional, mental o espiritualmente a causa de las cargas de nuestras circunstancias o del pasado. Es más: el Señor con frecuencia permite esas cosas para que luchemos por superarlas. La intención del Señor es que las dificultades que enfrentamos en la vida nos fortalezcan. En vez de tomar los obstáculos, las adversidades y las malas experiencias como algo terrible, que supone una desventaja o un impedimento, podemos aprovecharlos para mejorar nuestra vida. Podemos tomarlos como trampolines, como algo que nos ayuda a subir más alto. Así, esas cosas no nos frenan, no nos hunden, sino que de hecho podemos aprovecharlas para que nuestra vida y la de nuestros semejantes terminen por ser mejores que antes.
Con todo eso, podemos aprender a luchar con la ayuda del Señor, a fortalecernos con el esfuerzo. Si no tuviéramos necesidad de vencer ninguna dificultad, podríamos tener la tentación de sentirnos satisfechos de nosotros mismos y vagaríamos en la vida sin rumbo, con lo cual por lo general no adquiriríamos la fortaleza de carácter que proviene de bregar para superar dificultades. Nos podríamos perder la belleza que muchas veces produce el sufrimiento en nuestra vida. No encontraríamos amigos verdaderos como los que acuden a ayudarnos en nuestro momento de necesidad. No podríamos compadecernos de igual modo de los que han pasado lo mismo ni «consolarlos por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios»[3], ni comprender lo que están viviendo para poder ayudarlos a salir adelante.
Dios se vale de nuestras batallas y tropiezos para enseñarnos a ser pacientes y a confiar en el Señor y tener fe en Él. Nos ayudan a ser más misericordiosos[4].
Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen. Hebreos 12:1-3 RVC
Publicado por primera vez en junio de 1998 y adaptado en junio de 2013.
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] Marcos 9:23.
[2] Publicado por primera vez en junio de 1989.
[3] 2ª a los Corintios 1:4.
[4] Publicado por primera vez en diciembre de 1992.
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