La disciplina espiritual del estudio
Peter Amsterdam
Aprender es algo que hacemos todos a lo largo de nuestra vida y que nos enriquece de distintas maneras. Aprendemos mediante el estudio y mediante la experiencia. La educación que recibimos en los primeros años nos enseña lo básico y nos proporciona herramientas para seguir aprendiendo. A medida que avanza la vida, muchos seguimos estudiando, incluso después de empezar a trabajar. Con el tiempo, algunos se vuelven expertos en su campo. Aun entonces continúan dedicando tiempo y esfuerzo al estudio a fin de estar al corriente de los avances que se realizan en el ámbito de su actividad.
Las personas que quieren llegar a ser competentes en algún área se obligan a leer, estudiar, aprender y practicar. Invierten tiempo en ello, gastan dinero, compran libros y asisten a clases, conferencias o seminarios. A veces contratan los servicios de un instructor o un tutor. Se presentan a exámenes y obtienen diplomas y títulos que demuestran su competencia en su campo, profesión o materia de interés.
En nuestra vida espiritual como cristianos, el estudio también desempeña un importante papel. Así como estamos dispuestos a pasarnos horas estudiando para progresar profesionalmente o adquirir mayor preparación en diversos aspectos de nuestra vida, también debemos estar dispuestos a dedicar cierto tiempo a cultivar nuestra fe. Cuando le preguntaron a Jesús: «¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley?», respondió: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero y grande mandamiento»[1]. Al practicar la disciplina del estudio, amamos a Dios con nuestra mente.
Por lo general, los cristianos se sienten más cómodos amando al Señor con su corazón y con su alma. Santificamos a Dios, lo reconocemos como Señor, lo adoramos por encima de todas las cosas y le entregamos nuestro corazón y nuestra alma. Acudimos a Su presencia con devoción y alabanza; nos conmovemos cuando cantamos, adoramos y rezamos. Escuchamos o leemos testimonios de Su maravillosa obra, lo sentimos actuar en nuestra vida, vemos cómo responde a nuestras oraciones.
Amar a Dios con nuestra mente también es parte integral del mayor mandamiento, y suele costarnos más, ya que requiere aplicación al estudio. Muchos consideran que la doctrina o teología cristiana es más árida que un desierto, y que estudiarla es llenarse la cabeza de información innecesaria y hasta inútil. Sin embargo, la teología es la ciencia que trata de Dios, y estudiando la doctrina se aprende lo que los cristianos creen y el porqué de tales creencias. Es importante saber eso para entender nuestra fe y ahondar en nuestro conocimiento de Dios.
William Lane Craig lo explicó así: «Los cristianos debemos amar a Dios no solo con nuestra alma, no solo con nuestras fuerzas, sino también con nuestra mente. Y el estudio de Su verdad es una de las mejores maneras de expresar nuestro amor por Él: es una manifestación del deseo de conocer cómo es Él y cuál es Su verdad. De modo que el estudio de la doctrina cristiana es una demostración de nuestro amor a Dios; es disciplinar la mente con el fin de amar y conocer Su verdad. El estudio de la doctrina es una forma de amar a Dios con toda nuestra mente».
En lo que respecta a nuestra relación con Dios, la senda para descubrirlo y conocerlo íntimamente es aprender lo que ha revelado sobre Sí mismo en las Escrituras. Hace falta aprender acerca de Jesús, del sentido de la vida que llevó, del mensaje que predicó y de la muerte que sufrió. Es llegar a entender el plan divino de salvación, cómo se fue desvelando a lo largo del Antiguo Testamento y culminó con la vida y la muerte de Jesús. Es comprender quién es Dios, cuáles son Sus atributos, Su naturaleza y Su personalidad. Es aprender qué quiere de nosotros, Sus criaturas. Y para hacer eso bien, hay que estudiar.
A los cristianos se nos pide que amemos a Dios con toda nuestra mente. Se espera que estemos continuamente adquiriendo mayor madurez cristiana y ampliando nuestro conocimiento de Dios y de Su Palabra. «En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que solo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez»[2].
Cuanto mejor sepamos lo que enseña la Biblia, más capaces seremos de responder a las preguntas que nos hagan y de defender nuestra fe con conocimiento de causa si alguien cuestiona lo que decimos. «Estad siempre preparados para presentar defensa […] ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros»[3]. Hoy en día, la gente es menos propensa que antes a aceptar la salvación si no se responde a sus preguntas, preguntas que a menudo ponen en entredicho la visión bíblica (aunque en algunos casos se deben a malentendidos sobre lo que dice la Biblia). El ser capaces de defender competentemente la fe y contestar las preguntas de las personas nos vuelve más eficaces como testigos.
La disciplina del estudio se trata de un compromiso para indagar el significado de las Escrituras, el mensaje que se transmitió a sus primeros lectores, las verdades que revelan y las doctrinas que se derivan de tales verdades. El propósito primordial de una lectura devocional es la reflexión: «¿Qué significan para mí las Escrituras? ¿Cómo se aplican a mi vida hoy en día?» Eso es importante, y es uno de los principales medios que usa Dios para hablar al corazón de las personas sobre sus necesidades, pecados, etc. A menudo hay un componente experiencial por el hecho de que la lectura devocional, el sermón, el testimonio, pueden inspirarnos, elevarnos el espíritu, crear en nosotros una sensación agradable y acercarnos al Señor; y todo ello es muy valioso y por supuesto nos lleva a aprender más sobre el Señor y Sus caminos. Sin embargo, la disciplina del estudio se centra en el esfuerzo por escudriñar a fondo la Palabra de Dios con el fin de adquirir conocimientos y ampliar nuestra comprensión.
Es importante estudiar el significado y el mensaje de las Escrituras, ya que por medio de ellas Dios se nos ha revelado y nos ha dado a conocer Sus instrucciones, Su plan, la senda para acceder a la salvación y Sus expectativas en cuanto a nosotros. Hay que hacer un esfuerzo por adquirir una perspectiva más integral de lo que Dios ha revelado a la humanidad por medio de Su Palabra escrita. Es muy distinto de leer la Biblia como fuente de aliento, o leer un devocionario, o escuchar una charla inspirativa. Estudiar las Escrituras con el propósito de saber más de Dios amplía nuestro conocimiento de Él y de nuestra fe. Es una forma de amarlo. Combinando esa clase de estudio y aprendizaje con las lecturas devocionales, amamos a Dios de todas las maneras que Él nos ha pedido: con nuestro corazón, con nuestra alma y con nuestra mente.
Al emprender esta clase de estudio, uno toma conciencia de cómo opera la fe. Entiende más a fondo los motivos de cada cosa. Cuando se conocen mejor las Escrituras, su contexto y su significado de conjunto —incluida la historia de la relación de Dios con la humanidad en general y con el antiguo Israel en particular, y el concepto del plan divino de salvación por medio de Jesús—, se capta con mayor claridad quién es Él y por qué hace lo que hace. Uno llega a conocerlo mejor y comprende mejor lo que quiere de nosotros y por qué. En pocas palabras, uno puede llegar a conocerlo personalmente de una manera aún más profunda. Los conocimientos que adquirimos al estudiar a Dios a nivel de fundamento, partiendo de una comprensión más profunda de lo que nos ha dicho sobre Sí mismo, nos permiten entender mejor los motivos por los que quiere que seamos y vivamos de cierta manera y cómo podemos ajustar mejor nuestra conducta a Su naturaleza.
Aunque cueste encontrar tiempo para estudiar y aprender, merece la pena. Se suele estudiar leyendo textos, pero hay también otras opciones: existen en línea cursos en audio y en video que enseñan muy bien el porqué de la fe cristiana. Si te resulta más fácil aprender escuchando que leyendo, te recomiendo el curso Defenders de William Lane Craig. Es esclarecedor y educativo, es alimento para el espíritu y explica de una manera excelente cada una de las principales doctrinas cristianas. El hecho de conocer mejor a Dios y comprender mejor Su Palabra te ayudará a ser mejor persona, mejor cristiano y mejor testigo. Te descubrirá un nuevo modo de amar a Dios, a fin de que procures amarlo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Artículo publicado por primera vez en agosto de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2019.
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