La celebración
Peter Amsterdam
La disciplina espiritual de la celebración está intrínsecamente ligada a la alegría de permanecer en la Palabra de Dios y obedecerla. Todo comienza aceptando lo que enseña la Biblia sobre la salvación y la redención: que es un don de Dios al que accedemos mediante la fe en Jesús como nuestro Salvador y que nos hace justos a los ojos de Dios. La salvación nos permite entablar una relación con Él y hace que Su presencia more en nosotros.
En el libro El espíritu de las disciplinas, Dallas Willard escribió: «Practicamos la celebración cuando lo pasamos bien y disfrutamos de nuestra vida y nuestro mundo juntamente con nuestra fe y confianza en la grandeza, belleza y bondad de Dios. Nos concentramos en nuestra vida y nuestro mundo como obras de Dios y dones que hemos recibido de Él»[1].
La celebración como disciplina estriba en festejar tanto interna como externamente hechos directamente relacionados con las bendiciones de Dios y Su interacción con nosotros. Consiste en celebrar frecuentemente sucesos significativos ligados al amor, la providencia y las bendiciones de Dios, tanto materiales como espirituales.
Practicamos internamente la disciplina de la celebración cuando nos detenemos a reflexionar sobre la presencia de Dios en nuestra vida; reconocemos que cada día es un regalo que Él nos hace. Confesamos que el mundo en que vivimos, la belleza que vemos, los alimentos que consumimos, la compañía que disfrutamos y todas las bendiciones que hemos recibido proceden de Él. Nos regocijamos en la certeza de nuestra salvación y hallamos alegría viviendo en sintonía con el Espíritu de Dios.
Vivimos con gozo en nuestro corazón, sabiendo que Él cuidará de nosotros, que nos dará «el pan nuestro de cada día», que nuestras necesidades quedarán cubiertas, que Jesús nos ha otorgado paz para que no nos angustiemos ni tengamos miedo[2], y que esa paz guardará nuestro corazón y nuestros pensamientos[3]. Estamos convencidos de que aun en las temporadas difíciles, en los momentos más sombríos, podemos seguir teniendo la paz de la presencia divina y el conocimiento de que, por muy dura que sea nuestra realidad, estamos seguros a la sombra de Sus alas.
Nuestra celebración interna, cimentada en nuestra fe, alegría, paz y fortaleza en Dios, conduce a la celebración externa. Una de las formas fundamentales de celebrar nuestra paz y alegría consiste en rendirle culto a Dios, alabándolo con palabras, canciones, música, bailes, alzando los brazos, haciendo lo que sea que nos ayude a regocijarnos en Sus bendiciones. También festejamos externamente cuando nos reunimos con otros —familiares, amigos, creyentes como nosotros— para conmemorar nuestras alegrías, triunfos e hitos. Dedicamos tiempo a celebrar las bendiciones que Él ha traído a nuestra vida y a la de los demás, los logros, el terminar grandes proyectos, conseguir un nuevo trabajo, aprobar exámenes, salvar almas. Cuando hacemos celebraciones familiares como cumpleaños y aniversarios, graduaciones, bodas o nacimientos, aprovechamos la oportunidad de celebrar el evento y al mismo tiempo demostrar gratitud hacia Dios. Las celebraciones religiosas son incluso más significativas cuando nos concentramos en lo espiritual y el significado personal de los eventos que celebramos.
Todos nos enfrentamos a pruebas, tribulaciones y dificultades, que a veces nos llevan a centrarnos en nuestro sufrimiento, nuestras preocupaciones, nuestros temores y la tristeza de la lucha. La celebración consiste en reconocer que en toda vida hay temporadas de aprietos y también temporadas de alegría y felicidad. Para nuestra fe es importante que nos regocijemos y celebremos la bondad de Dios para con nosotros y los demás, independientemente de la clase de temporada que estemos atravesando.
El apóstol Pablo escribió: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús»[4].
Eso no significa quedarse sin hacer nada, sino que debemos presentarle a Dios en oración nuestras necesidades e inquietudes, y de esa manera poner nuestra confianza en Su amor y providencia en vez de preocuparnos. Cuando adquirimos esa confianza, nos libramos de la ansiedad, y nuestro corazón se llena de paz, pues dejamos de arrastrar nuestros temores y preocupaciones.
Pablo continúa con una recomendación de que centremos nuestros pensamientos en cosas que sean dignas de elogio, y dice que si lo hacemos, la paz de Dios estará con nosotros. «Hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros»[5].
La decisión de centrar nuestros pensamientos en cosas que son excelentes, buenas y encomiables es un acto de la voluntad que requiere un esfuerzo deliberado; o sea, es una disciplina. La decisión de confiar en Dios y no preocuparse, de creer que cuidará de nosotros y de actuar en consecuencia, también es un acto de la voluntad. Se trata de hacer el esfuerzo de escoger una forma de pensar y de vivir que cuadre con lo que manda la Palabra de Dios y que a la larga conduzca a la alegría. Con esa alegría y celebración en nuestro corazón, reflejamos el gozo del Señor en nuestras acciones y actitudes. Valoramos la vida, pues reconocemos la mano de Dios en toda ella y sabemos que es una bendición que hemos recibido de Él. Apreciamos la buena comida, el vino, la belleza, el arte, la música, el humor, el sano entretenimiento y la diversión. Nos deleitamos en este hermoso mundo y en todo lo que Dios ha puesto en él. Celebramos todo eso porque sabemos que proviene de Dios.
Los cristianos tenemos motivos para ser las personas más alegres del mundo, porque estamos salvados, el Espíritu de Dios mora en nosotros, y algunas de las manifestaciones de la presencia del Espíritu en nuestra vida son el amor, la alegría y la paz[6]. El amor y el gozo de Dios, la paz que está a nuestro alcance por medio de la salvación, nos llenan de alegría, libertad y vida. Deberíamos irradiar alegría y tener ganas de compartirla con los demás. Es una alegría que alimentamos y aumentamos cuando leemos, estudiamos y aplicamos la Palabra de Dios, cuando pasamos ratos a solas con Él en silencio, cuando confesamos nuestros pecados y cuando anotamos y repasamos las maravillas que vemos hacer a Dios. Se expresa en nuestras oraciones, nuestras alabanzas, nuestra adoración y nuestro compañerismo. La transmitimos por medio de nuestro servicio y cuando hablamos de la salvación con otras personas.
Cuando fortalecemos nuestra confianza en Dios, a medida que vamos creciendo en fe gozamos de más paz interior, la cual produce alegría perdurable. Cuando nos disciplinamos para permanecer en el gozo de Dios, confiando en Él, echando sobre Él nuestras cargas, amándolo y regocijándonos en Su amor por nosotros, nos volvemos cristianos alegres, cristianos que lo celebran a Él en cada aspecto de su vida. ¡Ojalá seamos todos cristianos de ese tipo, pues esos son los que resplandecen, para la gloria de Dios, como una ciudad situada en la cima de un monte!
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en septiembre de 2018.
[1] Dallas Willard, El espíritu de las disciplinas (Miami: Vida, 2010), 178.
[2] Juan 14:27.
[3] Filipenses 4:7.
[4] Filipenses 4:4; 6,7.
[5] Filipenses 4:8,9.
[6] Gálatas 5:22,23.
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