La bondad nunca se desperdicia
Recopilación
[Kindness Is Never Wasted]
Sean bondadosos y compasivos los unos con los otros, perdonándose mutuamente como Dios los ha perdonado por medio de Cristo. Efesios 4:32
Por largo tiempo los cristianos han celebrado la bondad como una de las virtudes del Cielo. Sin embargo, vivimos en una época en la que la bondad se entiende muy poco. Suponemos que es gratis, celebramos los actos espontáneos de bondad. Pensamos en la bondad como algo sin contexto. Claro, en nuestro mundo malo, es agradable sorprenderse por la bondad de un extraño, aparentemente gratuita y al azar. Pero la perspectiva cristiana sobre la bondad es mucho más profunda, más significativa y contextualizada.
La bondad cristiana no es una simple cortesía o virtud en el vacío, sino una respuesta sorprendente al maltrato y al dolor. No es algo que se hace al azar ni de manea gratuita, es una respuesta costosa, contraria al sentido común ante la mezquindad, ante un atropello, en vez de responder de la misma manera. […]
Entre otras gracias, a menudo la bondad aparece estrechamente relacionada con la paciencia y la compasión. […] En cuanto a la compasión, Efesios 4:32 explica memorablemente el mandamiento de ser bondadosos los unos con los otros con la palabra «misericordiosos» o «compasivos» (del griego eusplanchnos). La bondad es una expresión de un corazón tierno y compasivo. Colosenses 3:12 pone a los tres juntos, con la humildad y la mansedumbre: «Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia». […]
Pablo dice que la bondad es el producto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23; 2 Corintios 6:6), no del corazón humano natural. La auténtica bondad necesita intervención del exterior, del Espíritu de Dios y de Su divino Hijo, que entran a nuestro mundo, mostrándonos un nuevo camino, y al hacerlo, llegar al punto culminante de nuestra eterna salvación y gozo. […]
En última instancia, es la bondad de Dios la que derrite un espíritu que no perdona, ablanda un corazón duro, y transforma acciones poco amables. En Cristo, nos convertimos en la clase de personas que ven a otros, tienen compasión por ellos, les tienen paciencia y les manifiestan bondad, al saber que no solo se nos ha manifestado bondad a nosotros, sino que «en los siglos venideros [Dios mismo mostrará] las sobreabundantes riquezas de Su gracia por Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:7). Apenas hemos comenzado a probar la bondad de nuestro Dios. David Mathis1
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Los creyentes deben revestirse de bondad, ternura y perdón. Estas tres virtudes también tratan con las relaciones humanas. En el griego original, la frase «sean benignos unos con otros» literalmente significa «sigan siendo amables unos con otros». La gracia de Dios, que también se encuentra en Jesucristo, nos muestra lo que significa ser amables unos con otros. Como Dios es bondadoso hacia nosotros, así también debemos comportarnos hacia los demás. […]
La compasión y la bondad están estrechamente vinculadas. La compasión se puede definir como una sincera solidaridad o empatía hacia los que sufren o pasan necesidad. La bondad es el espíritu de servicio que ve a alguien en necesidad y se motiva a responder por medio de buenas acciones. La bondad es una acción tangible que resulta de la compasión. La bondad va más allá de solo palabras; se traduce en ayudar y servirse unos a otros (Hechos 28:2). GotQuestions.org2
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Todo el mundo ejerce influencia. Momento a momento, tu actitud y grado de felicidad se ven reflejados en las cositas que haces y dices, que no pueden menos que tener un efecto en los demás. ¿Qué impresión produces tú generalmente?
Haz memoria de algún gesto que haya tenido contigo una persona con el ánimo de alegrarte la vida. Luego proponte hacer algo parecido por otro. Verás que tú también te sentirás más feliz y optimista.
Los detalles importan. Los pequeños actos de bondad pueden crear una atmósfera de amor y ternura. Pídeme que te dé ideas de cómo manifestar amor a tus seres queridos. Y eso sí: nunca menosprecies el valor de las muestras espontáneas de amor. Inicia hoy una reacción en cadena de gestos de amor, y verás cómo mejora tu propia vida. No te arrepentirás. Jesús
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Mientras caminaba por el estacionamiento, solo pensaba en el grave diagnóstico que entregué a mi paciente Jimmy: cáncer pancreático. En ese momento, noté a un anciano que entregaba herramientas a alguien que estaba debajo de su auto averiado. El que estaba debajo del auto era Jimmy.
—Jimmy, ¡¿Qué haces?! —grité.
Jimmy se sacudió el polvo de los pantalones antes de responder:
—Doctor, el cáncer que padezco no me impide ayudar a otros.
Y luego hizo un ademán al anciano para que arrancara el vehículo. El motor encendió. El anciano dio las gracias a Jimmy y se fue. Luego, Jimmy se subió a su auto y también se marchó.
Para mí, esta fue la moraleja: La bondad no tiene límites ni restricciones. Mohammed Basha
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Olvidé que no estaba permitido llevar líquidos en el equipaje de mano, así que cuando pasé por la revisión de seguridad en el aeropuerto, tuve que entregar todos mis artículos para pintar. Cuando volví una semana después, un asistente estaba en la zona de equipaje con mis pinturas. No solo me las guardó, sino que miró cuándo volvería a fin de estar allí y devolvérmelas. Marilyn Kinsella
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Mis vecinos Jay y Treva, se han portado de maravilla desde que nos mudamos aquí. Cuando mi marido, Jim, tuvo cáncer del cerebro, ellos me ayudaron con los trabajos del jardín y a quitar la nieve. Cuando Jim falleció, siempre me ayudaban con lo que podían. Las comidas, el trabajo en el jardín, quitar la nieve, guardar mi cubo de basura cuando yo lo olvidaba. Ellos siguen cuidándome y si por un tiempo no me ven afuera, me mandan un mensaje de texto para asegurarse de que estoy bien, y que no estoy deprimida ni nada. Sé que siempre puedo contar con ellos, ¡que me apoyan pase lo que pase! Shelly Golay3
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Ruth fue a su buzón y solo había una carta. La tomó y la miró antes de abrirla; luego volvió a mirar el sobre. No tenía estampilla ni matasellos, solo su nombre y dirección. Leyó la carta:
Querida Ruth:
El sábado en la tarde estaré en tu barrio y me gustaría visitarte.
Siempre con cariño,
Jesús
Le temblaban las manos cuando puso la carta en la mesa. Pensó: «¿Por qué el Señor quiere visitarme? No soy especial. No tengo nada que ofrecer». Ruth recordó que no tenía nada en los armarios de la cocina. «¡Dios mío! De verdad no tengo nada para ofrecerle. Tendré que correr a la tienda y comprar algo para la cena». Buscó su monedero y contó todo lo que tenía. Cinco dólares y cuarenta centavos. Pensó: «Bueno, por lo menos puedo comprar pan y fiambre». Se puso el abrigo y salió con prisa.
Una barra de pan francés, doscientos gramos de pavo en lonchas y un litro de leche […] y Ruth se quedó con doce centavos hasta el lunes. Sin embargo, se sintió bien mientras volvía a casa, con sus escasas ofrendas bajo el brazo.
—Señora, ¿nos puede ayudar?
Ruth había estado tan absorta en los planes para la comida, que no había notado dos figuras que estaban acurrucadas en el callejón. Un hombre y una mujer, vestidos en poco más que harapos.
—Señora, no tengo trabajo, y mi esposa y yo hemos estado viviendo aquí en la calle; y bueno, ahora ya empieza a hacer frío y tenemos hambre, y bueno, si pudiera ayudarnos, lo agradeceríamos inmensamente.
Ruth los miró. Estaban sucios, olían mal, y estaba segura de que podían conseguir algún trabajo si de verdad querían. Le dijo:
—Señor, me gustaría ayudarles, pero soy pobre. Solo tengo un poco de fiambre y pan, y esta noche tengo un invitado importante y planeaba servirle eso.
—Sí, está bien, señora. Entiendo. Gracias de todos modos.
El hombre puso un brazo alrededor de los hombros de la mujer, se dio la vuelta y se dirigieron de nuevo al callejón.
Cuando los veía marcharse, Ruth sintió una punzada en el corazón, algo que ya le resultaba familiar.
—¡Espere, señor!
La pareja se detuvo y se dio la vuelta; y ella corrió al callejón tras ellos.
—Miren, tomen esta comida. Encontraré algo más para ofrecer a mi invitado.
Les entregó la bolsa con los comestibles.
—Gracias, señora. ¡Mil gracias! ¡Gracias!
Ruth se dio cuenta de que la esposa temblaba. Se quitó el abrigo y lo puso sobre los hombros de la señora. Le dijo:
—Mire, tengo otro abrigo en casa. Tome este.
Luego, sonriendo, se dio la vuelta y volvió al auto… sin el abrigo y sin nada para servir a su invitado. Recordaba las palabras: «Gracias, señora. ¡Mil gracias!» Cuando Ruth llegó a la puerta de su casa, tenía frío y también estaba preocupada. El Señor vendría a visitarla, y ella no tenía nada que ofrecerle.
Buscó en su bolso la llave de la puerta. Sin embargo, mientras lo hacía, se dio cuenta de que había otro sobre en su buzón. Pensó: «¡Qué extraño! El cartero no viene dos veces en un día». Sacó el sobre del buzón y lo abrió.
Querida Ruth:
Fue estupendo verte de nuevo. Gracias por la deliciosa comida. Y gracias también por el hermoso abrigo.
Siempre con mucho cariño,
Jesús
El aire seguía frío, pero incluso sin su abrigo, Ruth ya no lo notaba. Anónimo4
Publicado en Áncora en mayo de 2024.
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