La alegría de desatascarse
Brandon Smith
Tengo mucho que hacer.
Al igual que el lector, tengo cientos de quehaceres. A la familia, la iglesia y el trabajo se le añaden multitud de obligaciones diarias. Ahora bien, cada una de ellas es un hermoso regalo de Dios. El Señor ha sido generoso y benevolente conmigo, y le estoy muy agradecido.
Pero a veces me agoto.
No hay otra manera de decirlo: a veces me siento exhausto. Estoy seguro que la mayoría de la gente se siente agotada y con necesidad de descansar del cúmulo de actividad febril. La tecnología nos ayuda a hacer más, pero añade innumerables distracciones. Podría decirse que es un círculo vicioso.
En cierto momento me pregunté: ¿Por qué realizo tantas actividades? ¿Cuáles son mis prioridades?
Lo que es más importante, ¿qué me motiva a trabajar y por qué en ocasiones acaba con mi alegría? El siguiente relato intenta responder esa pregunta. Espero que les ayude a no enzarzarse en los mismos problemas que yo.
El atolladero
A principios de este año, me di de frente con una pared. Mis responsabilidades habían aumentado hasta tal punto que quería encerrarme en un armario y desaparecer. Estaba abrumado. No podía más. Me veía como una furgoneta abandonada: con el motor averiado y las ruedas desinfladas. Estaba en un atolladero.
Debo admitir que había apartado la mirada de Dios y la había puesto en mí mismo. Puse mis deberes con la familia, el trabajo, la escuela y el ministerio antes que glorificar a Dios con todo el corazón. Había olvidado —de alguna manera— que fui creado a imagen de Jesús[1]. Perdí de vista el verdadero motivo de todo lo que Él me ha indicado realizar.
Cabe recordar que si bien todos estamos muy ocupados, ello de por sí no es nocivo ni pecaminoso. La cantidad de tareas no nos acerca a Dios ni nos convierte en un desastre. Pero revelan el pecado o la tentación que bullen bajo la superficie.
La mayoría considera el tiempo una comodidad reutilizable, pero no es así. El tiempo es un obsequio sin igual. Existen personas que actúan como si fueran dueños del tiempo, en vez de apreciar el tiempo recibido. En mi caso en particular, trabajo hasta el desgaste. Me gusta alcanzar la perfección. Busco que se me reconozca como un hombre trabajador; una persona que trabaja con rapidez y eficiencia.
El descanso y la obediencia
Por supuesto que mi orgullo y egoísmo me motivan a actuar así. Y es la razón por la que en ocasiones me gustaría desaparecer. Es muy agotador afanarse por cuenta propia. No somos seres autónomos, sino que fuimos creados para esperar y confiar en la gracia y gloria de Dios. Fuimos creados para ocuparnos en Su labor, no para atarearnos en nuestros distintos quehaceres. Su propósito predomina sobre nuestras prerrogativas.
El trabajo de aquel entonces me agotó física y emocionalmente, pero lo que realmente necesitaba era descanso espiritual. Dios no esperaba que lo impresionara con mi trabajo, sino que lo glorificara con mi servicio. Tenía que recordar que Él es prudente, bueno y que me ha dotado para servirle libre de las cadenas del trabajo febril.
Cristo me ha liberado de mi independencia y me ha unido a Su gracia. Mi trabajo no es un favor para Dios; es la realización de la tarea que me ha encomendado. Mi vida, mi familia, mi trabajo: todo proviene de Él y es para Él. Tengo certeza y tranquilidad en ello. No tengo que alcanzar un ideal de perfección, sino obedecer mi llamado con la seguridad de que la gloria de Dios superara mis errores.
La solución
Al final descubrí que mi problema no era la cantidad de quehaceres, sino mi punto de vista. En vez de querer desaparecer, debí buscar al único que me puede dar descanso. Cuando clamé a Él en mi cansancio y desesperación, me recordó que mis responsabilidades tienen un motivo: Su gloria y mi bienestar. Lo había olvidado. Él respondió a mis oraciones de buena gana; no con afirmación, sino con corrección. El descanso no significa un respiro de mis obligaciones, sino la liberación de mi propia satisfacción. Encuentro gran alegría en ello.
Las Escrituras no nos disuaden del trabajo ni dictaminan la cantidad de horas que debemos trabajar al día. Todo lo contrario, invitan a la reflexión interior. Estoy seguro que el lector no se considera siervo, pero las palabras del apóstol Pablo proveen instrucción:
«Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que solo quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís»[2].
Cómo desatascarse
¿Cuál es la mejor manera de recuperar la alegría? Aún mejor, ¿cómo evitamos atascarnos en primer lugar?
Primero, conviene recordar que Dios se encuentra al control de todo. Él nunca nos dejará. Nuestros problemas no lo sorprenden a Él.
En segundo lugar, se debe buscar de corazón la gloria de Dios, no el honor personal. Es el paso más difícil, pero el más gratificante.
Por último, priorizar el tiempo. Nunca permitan que el trabajo se interponga en su devoción a Cristo y a su familia. Busquen métodos novedosos de administrar su tiempo y eliminen todo lo que se interpone en su servicio a Dios y a quienes Él ha puesto en su vida. Les aseguro que vale la pena.
Tomado de http://www.churchleaders.com/pastors/pastor-blogs/173977-the-joy-of-getting-unstuck.html.
Brandon Smith es escritor, editor de Proyect TGM y pastor residente de la iglesia CityView. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
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