Indefenso pero no desesperado
Lenka Schmidt
A veces no nos damos cuenta de cuánto amamos a alguien hasta que estamos a punto de perderlo.
Al principio, para nuestra familia, el coronavirus se presentó como una enfermedad lejana en algún lugar lejano. Pero de repente, nos tocó a la puerta. El primer caso grave fue el de mi tía de 80 años en un asilo de ancianos que, gracias a Dios, ¡lo superó! Luego, mi muy linda tía Iva lo contrajo, pero desafortunadamente, no sobrevivió. A esto le siguió la infección de toda la familia de mi hermano y, finalmente, la de mis padres. La batalla se intensificó. Oramos mucho.
La familia de mi hermano superó gradualmente la enfermedad; con mis padres fue peor. Mi padre tuvo que ir al hospital porque ya no podía respirar adecuadamente. Estaba en las primeras etapas de una neumonía. Todavía se veía bien, comía solo, caminaba un poco y de vez en cuando necesitaba oxígeno. Entonces, de repente, las cosas cambiaron y terminó en la UCI. Unos días después, estaba en coma inducido artificialmente, con un ventilador. Su estado empeoró y los médicos ya no nos daban esperanzas. Aunque mi madre también tuvo que ir al hospital, afortunadamente pronto fue dada de alta para volver a casa. Ha mejorado mucho desde entonces.
Han sido unos días extremadamente difíciles para nosotros. Creo que he pasado por todas las etapas del dolor: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. A veces sentía un dolor opresivo en el pecho. Argumenté con Dios. Sentí enojo con toda la estúpida situación del COVID y me sentí triste por no poder estar con mis padres en persona. Además, no me sentía bien y tenía problemas para respirar. Cuando las noticias del hospital no mejoraban, comencé a perder la esperanza. Había llegado al punto de aceptar que probablemente tendría que despedirme de mi papá aquí en la tierra.
Sin embargo, a pesar de todo, personalmente sentí la presencia, el amor y el consuelo de Dios. Aunque, debo admitir que a veces le decía cualquier cosa que me venía a la cabeza. Pero sé que a Él no le importa, que conoce mi corazón y entiende cómo me siento y prefiere que sea sincera en lugar de aparentar que soy una santa. Mantuve largas conversaciones con Él, especialmente por la noche cuando no podía dormir. Siempre me consolaba. Una vez sentí que me estaba diciendo que estaba en el hospital con mi papá y que lo estaba cuidando. Y cuando parecía que no había esperanza, me dijo que papá lo superaría, pero que tardaría mucho tiempo en recuperarse. Al día siguiente, en el hospital nos dieron más malas noticias y yo les creí más que a Dios.
Por aquel tiempo, un amigo me envió lo siguiente: «Creo que hay una gran fuerza y consuelo en la oración. No es un medio para movilizar a Dios, pero es una posibilidad, una invitación, para estar más cerca de Él y atraer a otros hacia Él. Cuando pensamos en los demás más que en nosotros mismos nos transformamos.»
Es una profunda verdad. Este tipo de situaciones difíciles profundizan nuestra relación con Dios. Restauran nuestra confianza en que Él está con nosotros incluso en las peores situaciones y que incluso si no tenemos el control, Él lo tiene y nos ama mucho, pase lo que pase. Es una experiencia genuina del amor y cuidados de Dios.
Como mi padre no fue el primero en enfermarse en nuestra familia, estábamos un poco mejor preparados y enviamos más peticiones de oración que antes para mi tía y otras personas. Algunos de nuestros amigos cercanos incluso pasaron nuestras peticiones de oración a otros. Por todo el mundo, la gente estaba orando por él... ¡hasta que Dios hizo un milagro!
Al día siguiente, en el hospital nos dijeron que a papá le habían quitado el sistema de soporte vital y que respiraba solo. Seguirá siendo una lucha, pero no nos rendiremos. Jesús sigue siendo el mismo. Y así como hizo milagros para las personas en la Biblia, ¡puede hacerlos por nosotros! «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos»[1]. Estamos sumamente agradecidos por Él, por todos los médicos y enfermeras que cuidaron tan bien a mi papá y por todos los que han seguido luchando con nosotros. Que Dios los bendiga a todos.
¿Qué más hicimos además de orar constantemente? Memorizamos versículos de la Biblia sobre el tema de la curación y se los recordamos a Dios. Especialmente estos dos: «Jesucristo te sana» y «Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil»[2]. (Incluso los escribimos en los azulejos de nuestro baño junto con nuestras peticiones de oración.)
También fortalecimos nuestra fe leyendo literatura cristiana y escuchando varios sermones. A veces ayunábamos. Mi esposo se saltó algunas comidas; yo no comí dulces durante un tiempo y dejé de ver mis programas de televisión favoritos. Una vez los discípulos de Jesús le preguntaron: «¿Por qué no pudimos curar al niño?» Jesús les respondió: «Debido a su incredulidad... este caso necesita oración y ayuno»[3].
En un momento dado, sentí que debía comenzar a agradecerle a Dios de antemano que ya había sanado a mi padre, aunque todavía no teníamos la evidencia física de su curación. Fue algo más que creemos que ayudó.
Otra cosa crucial, que también es un principio de cómo obra Dios, fue «rendirnos» en el sentido de poner toda la situación en manos de Dios, sin importar lo que sucediera al final. Cada vez que ponemos algo que realmente queremos en Sus manos, Él nos abre los brazos. No significa que necesariamente obtendremos lo que queremos, por eso se necesita mucho valor y, a veces, lo hacemos con cierta tensión, pero siempre libera Sus manos para hacer lo que es mejor para nosotros. Y con el tiempo, si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que Él sabe más que nosotros, aunque a veces nos lleva mucho tiempo encontrar lo bueno de las situaciones difíciles.
La que tuvo más fe todo el tiempo fue probablemente nuestra hija Anissa. Fue una gran lección para mí ver cómo los niños simplemente confían. En su mente, era sencillo: «Dios curará al abuelo o lo llevará al cielo. En ambos casos, estará feliz.» No creo que ella pudiera entender por qué nos preocupábamos. Una vez dijo: «Tal vez Dios no lo ha sanado todavía porque cuando empeore, será un verdadero milagro cuando esté sanado».
Varios días después de que mi padre regresara del coma inducido y estuviera mejor, el médico que lo atendía me dijo por teléfono que unos días antes pensaban que mi padre iba a morir. Le dije que mucha gente estaba orando y que dio resultado.
El único que puede obrar milagros es Dios, y recibe nuestro mayor agradecimiento. Sentimos empatía por aquellos cuyos seres queridos no se han recuperado de su enfermedad. No sabemos por qué algunos mejoran y otros no, pero podemos estar seguros de que Dios está con los que están enfermos y con nosotros cuando estamos llenos de dolor. Está muy cerca de nosotros y siempre nos sostiene.
Cada Pascua recordamos la resurrección de Jesús. No olvidemos que Su poder para sanar y realizar milagros todavía se aplica a nosotros en este momento.
(ÚLTIMAS NOVEDADES: Mi papá salió del hospital después de poco más de dos meses. Le tomó un tiempo aprender a caminar nuevamente y sus pulmones aún no están completamente curados, pero recientemente tomó un transporte público, fue de visita y de compras, y regresó conduciendo su auto. Gloria a Dios.)
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