Icemos nuestras velas
Peter Amsterdam
En la vida, todo lo que queramos aprender a hacer bien requiere esfuerzo. Los mejores en cualquier campo, sea el que sea, logran en gran medida lo que hacen porque ponen empeño. Lo mismo se aplica a los cristianos que se esfuerzan por parecerse más a Cristo y convertirse en el pueblo que Dios quiere que seamos. Requiere esfuerzo cultivar con voluntad y tesón sanas creencias, hábitos, actitudes, pensamientos y conductas. También es preciso abandonar intencionadamente creencias falsas, hábitos dañinos, actitudes malsanas, pensamientos erróneos y malas conductas.
A lo largo del Nuevo Testamento se habla del concepto de que debemos despojarnos o deshacernos de ciertos elementos de nuestra vida —tanto pensamientos y emociones como acciones externas que resultan de ellos— que no nos permiten ser más como Cristo. Al mismo tiempo, debemos vestirnos —agregar a nuestra vida— de otros atributos que nos vuelven más semejantes a Dios. Para despojarse de algo, claramente es preciso tomar una decisión y actuar. Lo mismo para vestirse de algo. Veamos algunos pasajes del Nuevo Testamento sobre las cosas de las que debemos despojarnos:
Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros. […] Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno[1].
Desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia[2].
Teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante[3].
A continuación, reproducimos otros pasajes sobre las cosas de las que debemos vestirnos:
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones[4].
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, […] renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad[5].
Lo que estos pasajes recomiendan requiere esfuerzo. Hacer morir, desechar y revestirse son verbos de acción. Nada de eso —vestirse de bondad, de humildad, de paciencia y de compasión, o desechar la ira, la malicia, la avaricia y los malos deseos— sucede espontáneamente. Son los frutos de una vida transformada y potenciada por el Espíritu Santo, de resultas de seguir las enseñanzas de las Escrituras, de aplicar a diario nuestra fe. Van de la mano con un crecimiento espiritual intencionado, con el desarrollo del carácter cristiano, el cual, como todo adiestramiento, requiere que uno se discipline para hacer ciertas cosas de cierta manera. Después que hemos dedicado tiempo y esfuerzo a ejercitarnos, a abandonar malos hábitos y adquirir buenas costumbres, entonces despojarse de lo negativo y vestirse de lo positivo se vuelve más natural, pues gradualmente el Espíritu Santo nos va cambiando.
Claro, esto no es algo que podamos lograr por nosotros mismos, sin la ayuda o la gracia de Dios; indudablemente no sería posible. Pero tampoco podemos esperar que el Espíritu Santo nos transforme si no hacemos ningún esfuerzo ni emprendemos ninguna acción. Toda nuestra vida luchamos contra el pecado, y si bien Dios nos perdona nuestros pecados, también nos pide que procuremos no pecar. Debemos hacer morir y desechar lo que nos aparta del objetivo de ser como Cristo y vestirnos de una nueva forma de ser, para vivir en la medida de lo posible como las nuevas criaturas en Cristo en que nos hemos convertido.
Creo que la mayoría procuramos hacerlo y alcanzamos en ello un éxito moderado. El hecho de esforzarnos y disciplinarnos para procurar deliberadamente parecernos cada vez más a Cristo conduce a una mayor felicidad, una mejor relación con Dios, más satisfacción y más alegría.
Michael Zigarelli, un escritor cristiano, señaló que todo cristiano desempeña un papel activo y vital en su propio desarrollo espiritual. Es posible que algunos creyentes desaprueben el concepto de que nosotros mismos contribuimos a nuestro crecimiento espiritual, aduciendo que el Espíritu Santo es quien hace la obra de cambiarnos, de transformarnos en la semejanza de Cristo; y que la manifestación de atributos de personalidad propios de Cristo es fruto del Espíritu, no de nuestro esfuerzo. En eso hay algo de verdad.
De todos modos, tal como escribió Zigarelli:
Una conceptualización más completa del proceso de desarrollo sería decir que Dios desempeña un papel en él y nosotros también. La interacción entre esos dos papeles se ha comparado con la tarea de trasladar un barco de vela de un lugar a otro. Para llevar navegando un velero del punto A al punto B, se requieren dos elementos cruciales: hace falta algo de viento en la dirección de nuestro destino, y hace falta disponer adecuadamente la vela para aprovecharlo. Probablemente ya adivinas cuál es la analogía. El Espíritu Santo de Dios es el viento que procura empujarnos gradualmente hacia una mayor semejanza con Cristo. Nosotros somos los marineros que tienen que izar la vela, es decir, hacer algo que nos ponga en una situación favorable para aprovechar el Espíritu de Dios, de manera que este nos impulse hacia nuestro ansiado destino[6].
Si buscamos ser más como Cristo, tenemos que izar nuestras velas. ¿Cómo se hace eso? En parte lo logramos haciendo lo que contribuya a cultivar en nosotros el carácter cristiano, y concentrándonos en actitudes y acciones concretas que dispongan adecuadamente nuestras velas para aprovechar el viento del Espíritu, que nos impulsará hasta nuestro destino. En la práctica, volvernos más como Cristo significa alterar ciertos aspectos de nuestra personalidad actual, y es un cambio que cuesta. Requiere voluntad y disciplina. De todos modos, está claro que vale la pena dejarse empujar por el viento de Dios, sea cual sea el costo.
Se necesita trabajar seriamente para modelar nuestra personalidad y aplicar las enseñanzas de Jesús y del Nuevo Testamento. A lo largo de los evangelios, Jesús habló del reino de Dios, al que a veces se refirió como el reino de los Cielos. Enseñó que el reino es tanto futuro como presente. Vivir en el reino ahora mismo significa dejar que Dios gobierne y reine en nuestra vida, reconociéndolo y honrándolo como Creador. Es conducirnos de una manera que lo honre y lo glorifique, esforzándonos al máximo por ajustar nuestra vida a Sus palabras en las Escrituras.
Para ser más como Cristo, para que el reino ocupe un lugar más central en nuestra vida, tenemos que hacer un esfuerzo por alinear nuestra conducta, decisiones, acciones y espíritu con Dios y Su Palabra. Eso significa despojarnos de algunos aspectos de nuestra persona y nuestro carácter y vestirnos de cualidades de Jesús. Significa cultivar los frutos del Espíritu Santo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza[7]. Cuando hacemos nuestra parte e izamos las velas, nos volvemos más como Cristo.
Artículo publicado anteriormente en febrero de 2016. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2021.
[1] Colosenses 3:4,5, 8–10.
[2] Efesios 4:25, 31.
[3] Hebreos 12:1.
[4] Colosenses 3:12–15.
[5] Efesios 4:22–24.
[6] Michael A. Zigarelli, Cultivating Christian Character (Colorado Springs: Purposeful Design Publications, 2005).
[7] Gálatas 5:22,23.
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