Historia de dos siervos
Nina Kole
[A Tale of Two Servants]
Durante épocas bíblicas la vida muchas veces era intensa: batallas, reinados, conquista de reinos, siervos y esclavos eran algo cotidiano. Algunos de los relatos más sobresalientes de siervos y esclavos que hay en la Biblia son el de José, sus hermanos lo vendieron como esclavo, y Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego, a quienes llevaron cautivos y se convirtieron en siervos del rey.
Hay una sierva cuyo nombre no aparece en la Biblia y solo se la menciona como «una muchacha». También la habían llevado cautiva de Israel y terminó como sierva de la esposa de Naamán, un gran guerrero y comandante del ejército del rey de Aram (2 Reyes 5:1–2). Como comandante del ejército, servía al rey. La Biblia se refiere al rey como su «señor» y a Naamán como su «siervo».
Un día Naamán descubrió que tenía lepra. ¡Se imaginarán lo desgarradora que fue la noticia para él y su familia! Su esposa y él seguramente enfrentaron la posibilidad de que la comunidad lo excluiría, que perdería su posición y su estatus, cosa que no le permitiría cuidar de su familia, y ni hablar del dolor de la debilitante enfermedad.
A pesar de la difícil realidad de la muchacha cautiva en otro país, Dios se valió de la situación para que fuera Su mensajera y embajadora de Su amor. La sirvienta le dijo a la esposa de Naamán que Eliseo, un profeta de Samaria, podría curar la lepra de Naamán. Le dijo a su señora: «¡Ah, si mi señor estuviera con el profeta que está en Samaria! Él entonces lo curaría de su lepra» (2 Reyes 5:3).
Como es natural, la señora inmediatamente se lo dijo a su esposo, y Naamán fue a decirle al rey lo que había dicho la muchacha. El rey de Siria, que estimaba mucho a Naamán, le dijo: «Ve ahora, y enviaré una carta al rey de Israel» (2 Reyes 5:5).
Naamán llevó consigo una bolsa con seis mil piezas de oro, y otra con 10 talentos de plata. Por si fuera poco, también llevó diez atuendos, que en esa época tendrían mucho valor. El rey de Aram también escribió una carta en su nombre dirigida al rey de Israel. Decía: «Te he enviado a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra» (2 Reyes 5:6).
Por alguna razón el rey de Israel no entendió que era Eliseo el profeta el que debía orar y curar. Pensó que el rey de Aram lo estaba provocando a una pelea. Por el disgusto, rasgó sus vestidos, algo que la Biblia menciona que hacía la gente de Israel en momentos de calamidad, y dijo: «¿Acaso yo soy Dios, para dar muerte y para dar vida, para que este me mande a decir que cure a un hombre de su lepra?» (2 Reyes 5:7.) Pregunta muy válida.
Cuando Eliseo escuchó sobre el incidente del desgarro de la vestidura, envió aviso al rey diciendo: «¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga él a mí ahora, y sabrá que hay profeta en Israel» (2 Reyes 5:8).
Desde luego que el rey de Israel se sintió aliviado de poder enviar a aquel hombre desesperado, por lo que envió a Naamán a ver a Eliseo. Pero cuando Naamán llegó con su carro, sus caballos y las dádivas, en lugar de conocerlo en persona, Eliseo envió un mensajero a que le dijera: «Ve y lávate siete veces en el río Jordán, y tu cuerpo quedará limpio de la lepra» (2 Reyes 5:9–10).
Ese no era el protocolo habitual para recibir a un comandante de un ejército que era considerado un gran personaje a quien el rey tenía en alta estima. Naamán se ofendió y se enojó porque el profeta no salió a pasarle la mano por la herida para curarlo dándole un toque dramático a la escena (2 Reyes 5:11). Eso sin mencionar que Eliseo le dijo que se lavara en el río Jordán. Los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar eran mucho más lindos. Naamán se quejó y cuestionó por qué no se podía lavar en esas aguas para ser sanado (2 Reyes 5:12).
En ese momento, uno de los siervos de Naamán intervino y salvó la situación. Con tino señaló: «Si el profeta te hubiera dicho que hicieras alguna gran cosa, ¿no la hubieras hecho? ¡Cuánto más cuando te dice: “Lávate, y quedarás limpio”!» Naamán reflexionó sobre ello y decidió que su salud era más importante que su orgullo, y procedió a sumergirse siete veces en el Jordán como le había pedido el hombre de Dios. Su cuerpo no solo se curó sino que su piel recobró la ternura de la de un niño pequeño (2 Reyes 5:13–14).
Luego de este milagro transformador, el corazón de Naamán se colmó de gratitud y asombro. Regresó a ver a Eliseo, se paró delante de él y dijo: «Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas ahora un presente de tu siervo.» Eliseo como buen hombre de Dios, sabía que no había sido él quien había obrado el milagro y que la curación de Naamán era un don de Dios por el cual no podía recibir compensación monetaria. Por lo que, amablemente pero con firmeza, le dijo a Naamán que no aceptaría retribución alguna (2 Reyes 5:15–16).
Entonces Naamán proclamó que nunca más daría ofrendas y sacrificios a ningún otro dios más que al Señor y pidió dos cargas de tierra de Israel. Después de hacer esa petición, también preguntó si estaba bien que se inclinara cuando llevara a su señor al templo de Rimón. Como su señor se apoyaría en su brazo, naturalmente él también se tendría que inclinar con él. Puesto que ya sabía que era un dios falso, quería saber si el Señor lo perdonaría por hacerlo como un servicio a su maestro. Eliseo le dijo que fuera en paz (2 Reyes 5:17–19).
El dilema de Naamán era que seguiría siendo necesario en el transcurso de sus obligaciones oficiales asistir al templo de Rimón con el rey. Eso parecería una transigencia por parte de Naamán, pero Dios desde luego sabía qué era lo mejor en esa situación y orientó la respuesta de Eliseo. Es posible que Dios supiera que el ejemplo que Naamán daría al ser un buen siervo haría que su señor respetara el testimonio de que el Dios de Israel lo había curado.
Luego de ese encuentro, mientras Naamán iniciaba su regreso a casa muy contento, Giezi, el siervo de Eliseo, pensó: «Mi señor ha dejado ir a Naamán el sirio sin aceptar nada de lo que él trajo. Juro por el Señor que voy a seguirlo rápidamente, a ver qué puedo conseguir de él».
Y se fue tras Naamán; cuando éste lo vio, le preguntó qué pasaba. Giezi, movido por su codicia, inventó una historia de que Eliseo le había dicho que dos profetas jóvenes vendrían a visitarlo, y que por favor les diera un talento de plata y dos de aquellas mudas de ropa que había traído (2 Reyes 5:20–22). Naamán, desde luego, le presentó muy contento esas dádivas e insistió en que aceptara dos talentos de plata en lugar de uno solo. Cuando los hombres se fueron, Giezi escondió las cosas en su casa.
Pensando que se había salido con la suya, Giezi regresó a la casa de Eliseo. El hombre de Dios le preguntó de inmediato adónde había ido, y Giezi respondió y le dijo: «A ninguna parte». Entonces Eliseo le dijo a Giezi que sabía muy bien lo que había hecho y que no era un buen momento para recibir recompensas. Socavaría la credibilidad del milagro que Dios había obrado a favor de Naamán. A causa de sus acciones, Giezi contrajo la lepra de Naamán como maldición, como una advertencia contra la avaricia al querer comercializar el poder de Dios (2 Reyes 5:25–27).
Este relato es fascinante, porque muchos personajes jugaron un papel importante, algunos de ellos eran siervos y fueron fundamentales para que Naamán se curara. A veces pensamos que Dios nos pone en situaciones que no son muy importantes, o que somos muy insignificantes y que lo que podemos ofrecer es muy poco como para dejar huella. Sin embargo, queda claro que nuestro ejemplo y nuestro testimonio puede tener un efecto transformador. Del mismo modo, reconocemos que las malas decisiones, como la que tomó el siervo Giezi, pueden tener graves consecuencias, aunque él también era un simple siervo.
Podemos aprender de este relato que Dios puede valerse de personas para Su gloria y para ayudar a otros, sin importar cuál sea su situación o la etapa que estén viviendo. Imagínense si la sierva de la esposa de Naamán no le hubiera hablado de Eliseo, o si el siervo de Naamán no le hubiera dicho que siguiera las instrucciones de Eliseo por sencillas o imposibles que parecieran. Nunca hubiera ocurrido la curación.
La curación de Naamán también demostró que el amor y la misericordia de Dios se extendieron más allá del pueblo de Israel, a los foráneos, como un presagio del don de la salvación de Jesús para toda la humanidad. En el evangelio de Lucas, Jesús destacó la fe y la curación de Naamán diciendo: «Había muchos leprosos en Israel en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado sino el sirio Naamán» (Lucas 4:27).
Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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