Hacer las cosas en el momento
Steve Hearts
El ser humano tiene muchas tendencias naturales en las que es fácil caer y que terminan siendo de alguna manera perjudiciales. Una de ellas es la tendencia a postergar: dejar las cosas para más tarde, engañándonos con la excusa de que lo haremos «después» o «mañana». Se nos ocurren innumerables excusas para justificar por qué posponemos las cosas. Algunas de ellas son: hay mucho que hacer, mis obligaciones me exigen mucho tiempo, estoy demasiado cansado.
Cuando era niño a veces no hacía de inmediato lo que me pedía mi mamá. Con frecuencia me decía: «La obediencia tardía es desobediencia». En 2 Timoteo 4:2 dice cómo remediar la tendencia a postergar: «Mantente dispuesto a tiempo y fuera de tiempo». Es decir, estamos obligados a hacernos cargo de nuestras responsabilidades y obedecer la voz del Señor de inmediato sin importar si tenemos ganas o no.
Recuerdo una experiencia en la que sentí la necesidad de llamar para averiguar cómo se sentía un amigo que estaba sufriendo una grave depresión y que había acudido a nuestra familia pidiendo ayuda. La idea de llamar no me entusiasmaba, porque no me sentía capaz de ofrecerle ayuda. Pero cuanto más me resistía, más urgencia sentía. Sin saber cómo me sentía, mi papá me animó a llamar a ese señor. No pudiendo negar la insistencia del Señor, lo llamé.
Nuestro amigo se alegró de que lo llamara y parecía estar bien. Un día o dos después su hija se puso en contacto con nosotros. Nos dijo que después de mi llamada, su papá la llamó para preguntarle si nos había pedido que lo llamáramos. No era el caso. Luego le dijo que cuando lo llamé, estaba considerando maneras de quitarse la vida. No pudo negar que la llamada provenía de Dios. Le di gracias al Señor por ayudarme a hacer lo que debía en el momento justo, y me pregunté qué habría ocurrido si no lo hubiera hecho en ese momento.
A veces el Señor nos hace enfrentar situaciones inesperadas para evaluar nuestra obediencia a Él y que sea evidente cuáles son nuestras prioridades.
William Gladstone fue primer ministro de Gran Bretaña cuatro veces entre 1868 y 1894. También fue declaradamente cristiano. Se dice que un día le tocaba hablar en un importante encuentro en el Parlamento. Al llegar, esperaba encontrarse a un niño que le vendía periódicos a diario, pero esa vez no lo encontró, lo cual le sorprendió.
De pronto, un amigo del niño llegó apresurado y le informó que al niño lo había atropellado un carruaje el día anterior y que estaba moribundo. Le dijo con ansiedad:
—Quiere que vaya y lo ayude a entrar.
—¿Cómo que «a entrar»? —preguntó atónito el primer ministro.
—Sí, que le ayude a entrar al Cielo —replicó el niño.
Me imagino la de pensamientos que se le cruzaron por la cabeza a Gladstone mientras decidía qué hacer. ¿Le debía decir que apenas terminara su charla iría? ¿O sería mejor que su charla esperara?
Su secretario no tardó en opinar.
—No se puede comprometer con esto. Ya sabe lo importante que es su charla.
—Sí —dijo el ministro—, pero un alma inmortal vale mucho más que mi discurso en el Parlamento.
Gladstone fue a ver al niño al pequeño apartamento donde se encontraba a punto de morir. El niño hizo una oración para recibir a Jesús y falleció justo después. El Sr. Gladstone no solo «le ayudó a entrar» sino que además llegó a tiempo al Parlamento para dar su charla y ganar la campaña electoral.
Es un excelente relato que ilustra la importancia de hacer lo que nos pide el Señor, de «mantenernos dispuestos a tiempo y fuera de tiempo».
Hay veces en que Dios también quiere valerse de nosotros para transmitir Su mensaje, aunque la situación no parezca tan crítica como en los ejemplos recién mencionados.
Un día, mientras me preparaba para una cita, el Señor me motivó a llamar a un señor a quien le habíamos estado testificando. Aunque no sabía por qué, sentí la fuerte convicción de que debía contarle que hacía poco había aprendido a estar agradecido en cualquier situación, incluso en los momentos dolorosos de mi vida. Lo llamé y le conté que el resentimiento que había sentido cuando el Señor se llevó a mi madre al Cielo había sido reemplazado por un sentimiento de paz y aceptación.
Cuando terminé, hubo una larga pausa. Finalmente, mi amigo me dijo que era su cumpleaños, y que lo que le había dicho era un mensaje que no tenía duda de que provenía de Dios. Había estado albergando un resentimiento en relación a la muerte de su padre, como también por otras pérdidas dolorosas. Entendió claramente que el Señor quería que aprendiera a hacer uso de la alabanza y la gratitud para ayudarle a combatir el resentimiento. Lo llevó a la práctica y vio una mejora enorme en su actitud y su relación con su familia.
Podría haber postergado esa llamada sin problema para otro momento. Me estaba preparando para salir. Pero si lo hubiera dejado para más tarde, es posible que el mensaje no hubiera llegado a su corazón cuando Dios quería.
Otro relato nos cuenta de un joven cuyo club de scouts decidió iniciar un nuevo proyecto. La idea era que cada scout eligiera una persona que, por razones de salud, no saliera nunca de su casa y fuera a visitarla una vez por semana.
Al joven le encantó la idea, pero no conocía a ninguna persona en esas condiciones. Cuando le preguntó a su mamá si se le ocurría alguien, ella le sugirió a una mujer mayor discapacitada que vivía a unas cuadras de su casa. Como recientemente la señora había metido en problemas a unos de sus compañeros de colegio al informar sobre sus fechorías, no le gustó mucho la sugerencia de su mamá. Pero ella le recordó que sus compañeros habían molestado a la señora y se habían comportado de manera horrible.
De mala gana, el joven decidió intentarlo. A la tarde siguiente, fue a la casa de la señora discapacitada con una bolsa de galletas caseras. La anciana lo recibió enojada, acusándolo de intentar envenenarla con sus galletas. Cuando le ofreció cortarle el césped gratis, la señora le cerró la puerta en las narices. Animado por su mamá, el joven siguió visitando a la señora y le cortaba el césped cada jueves por la tarde cuando salía del colegio.
Gradualmente la señora se empezó a ablandar y comenzó a apreciar las visitas semanales. Un jueves por la tarde, cuando el chico se dirigía a la casa de la mujer, se le acercó uno de sus amigos y lo invitó a jugar un partido de béisbol en el parque. Le comentó que esa tarde le tocaba visitar a su vecina.
—Ve mañana —le dijo—. Por un día no pasa nada.
El joven decidió aunque fuera pasar por casa de la señora para ver cómo estaba y después ir al parque si la señora no necesitaba que hiciera nada extraordinario para ella.
Cuando llegó a la casa, la encontró en llamas. Tocó a la puerta con desespero llamando a la señora y nadie respondía. Como la puerta mosquitera estaba cerrada la derribó. Cuando llegó a la sala, encontró a la señora desplomada junto a la silla de ruedas. Estaba inconsciente. Logró sentarla en la silla y empujarla hacia fuera, alejándola de las llamas.
Cuando se recuperó la señora, que no había sufrido quemaduras serias por el fuego, le dijo al joven que no sintió miedo cuando se inició el fuego porque sabía que era jueves y que él llegaría en cuanto saliera del colegio. Él respondió: «Y yo me estaba preguntando si ausentarme un día haría alguna diferencia».
¿Qué hubiera pasado con nosotros si Jesús hubiera retrasado Su venida a la tierra para traernos salvación? A pesar de las dificultades y el sacrificio, Él no lo postergó. No dejemos de hacer de inmediato lo que Él nos pide. Si lo dejamos para más tarde, puede que no tengamos una segunda oportunidad. Si no «nos mantenemos dispuestos», sin importar qué momento sea, puede que nos arrepintamos por la eternidad.
Este artículo es una adaptación de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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