Hacer frente a la preocupación
Steve Hearts
Últimamente el Señor me ha estado enseñando muchas lecciones sobre cómo hacer frente a la preocupación mediante la fe y la meditación en Su Palabra. Todavía estoy progresando y avanzando en ese sentido, pero he aprendido bastante y he asimilado lo suficiente como para escribir al respecto. Espero que mis comentarios los animen y sean de provecho.
Para empezar, no existe mejor antídoto para la preocupación que la meditación en la Palabra de Dios. Si bien siempre lo he sabido en teoría, finalmente me estoy esforzando más por poner en práctica este concepto con mayor regularidad y he obtenido resultados sorprendentes. Quiero destacar la paz que siento ahora en mi mente y corazón, incluso en situaciones en las que —de lo contrario— estaría tremendamente preocupado.
En mi experiencia, tuve que llegar a la conclusión de que la preocupación no forma parte del plan de Dios para mí y que no me beneficia de ninguna manera. Es por eso que Jesús dijo: «¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?»[1] La preocupación precede a la ansiedad, y la Palabra de Dios nos dice que «por nada estéis angustiados»[2].
Existen innumerables motivos de temor y preocupación, pero quiero escribir aquí sobre las preocupaciones relacionadas con los seres queridos. Por otra parte, estoy aprendiendo a aplicar las lecciones aprendidas a otras situaciones también.
Una percepción equivocada que había adoptado era que preocuparme por alguien era una muestra de amor; mientras que no preocuparme significaba no importarme. Ahora veo que el Enemigo podía valerse de esa idea para tentarme a caer en la trampa de la preocupación. Si bien estoy convencido de que debemos demostrar interés por las personas que amamos y hacer lo mejor posible por cuidarlas, la preocupación no cumple ninguna de esas funciones. En lugar de eso, debemos encomendarlas en oración a Dios y aferrarnos a Su Palabra, la cual aumenta la fe y la paz en nosotros sea cual sea la situación. En pocas palabras, ahora entiendo que la preocupación es interés descontrolado. Debo recordar y creer en las palabras del Salmo 138:8: «El Señor cumplirá Su propósito en mí»[3].
Puedo afirmar que la preocupación no ofrece ninguna solución. Cuando elijo concentrarme en la Palabra de Dios y aceptar la paz que Él ofrece, me preparo para escuchar la voz de Dios y obtener Su información sobre la parte que debo desempeñar para encontrar una solución. Aunque no sea más que apoyar a esa persona en oración.
Otro método importante para hacer frente a la preocupación es llevar mis pensamientos cautivos a la Palabra de Dios. El apóstol Pablo escribió en 2 Corintios 10:4-5: «Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo».
Llevar cautivos mis pensamientos a la obediencia a Cristo significa negarme a ceder ante el asedio de las preocupaciones en mi mente. Es cerrar la puerta a situaciones hipotéticas y dejar de imaginar formas en que las cosas podrían empeorar. En pocas palabras, es aferrarme a la Palabra y a las promesas de Dios.
El año pasado experimenté una situación que sirve para poner en contexto lo que acabo de describir. La pandemia del COVID-19 asolaba el planeta y mi novia enfermó con lo que parecía ser un catarro. Le dolía la garganta, tenía un poco de fiebre y guardó reposó algunos días. Por asuntos de trabajo, tuvo que hacerse una prueba de detección de COVID-19.
En cuanto me enteré de ello, me asediaron toda clase de preocupaciones. Pero, ¿y si salía positiva? ¿Hasta qué punto le afectaría el virus? Y así sucesivamente. Pero en ese momento me detuve a pensar en lo que he estado aprendiendo sobre la importancia y el poder que reviste meditar en la Palabra de Dios. Entendí que era una buena ocasión para aplicar esas lecciones y hacerlas parte de mi vida. También sabía que, sin importar la situación, mi novia necesitaba que fuera su polo a tierra durante la enfermedad y que preocuparme evitaría ser de ayuda para ella.
Así que, además de orar mucho por ella y con ella, y de solicitar a otros su apoyo en oración, tomé autoridad en Cristo y me negué a permitir que la preocupación hiciera mella en mi mente, sino que la llené de las Escrituras. Aquella acción me llenó de la paz y determinación para superar la adversidad. A los pocos días, recibió los resultados de la prueba: era negativa. ¡Alabado sea Dios!
Dios no quiere que vivamos en constante temor y preocupación. Podemos confiar en Él y en Su infalible Palabra todos y cada uno de nuestros días. Por supuesto que hay días en los que llevo a cabo esta acción mejor que otros, pero el Señor me está ayudando a volverme cada vez mejor en ese aspecto, y sé que también puede ayudarles a ustedes.
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