Glorificar a Dios en nuestro fuero interno
Peter Amsterdam
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«Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas». Apocalipsis 4:11
En nuestro fuero interno o vida interior podemos tener profunda conciencia de Dios y de todo lo que es y ha hecho. Podemos recordar Sus atributos, Su poder y Su amor. Podemos contemplar la majestuosa creación en toda su belleza y magnificencia. Podemos apreciar profundamente la bondad que ha manifestado a toda la humanidad y reconocer que Él ama a cada persona. Podemos quedarnos anonadados de la gracia y misericordia que nos ha concedido por medio de la salvación. Podemos regocijarnos de que hemos sido adoptados en Su familia por medio del sufrimiento y la muerte de Cristo en la cruz. Podemos acoger con profunda humildad el hecho de que el Espíritu Santo more dentro de nosotros.
Podemos entender que es un ser personal y que nos ha creado a nosotros también con esa característica para que podamos mantener una relación con Él. Podemos cultivar y estrechar constantemente esa relación. Podemos amarlo, expresarle nuestra gratitud, comunicarnos con Él en oración y escucharlo por los diversos medios con que Él se comunica con nosotros.
Podemos alabarlo. Por definición, los términos hebreo y griego que se tradujeron como alabanza, en esencia nos indican que concedamos a Dios la alabanza que exigen Sus cualidades, hechos y atributos; que lo bendigamos y adoremos, que le expresemos nuestra gratitud, aprecio y elogio. Podemos manifestar regularmente nuestra admiración, agradecimiento, respeto reverencial, reconocimiento y amor al presentarnos delante de Él con humildad y con conciencia de que estamos ante un Dios sublime, magnífico y amoroso.
Podemos tomar conciencia de que en Su Palabra Dios nos ha hablado acerca de Sí mismo; nos ha dicho que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos ha explicado cómo es, qué ha hecho y cómo podemos reconciliarnos con Él, cómo recibirlo, cómo hacer para que Su Espíritu more en nosotros. Por medio de Su Palabra nos enseñó a conocerlo y amarlo, a confiar en Él, y nos reveló lo que le agrada. Nos manifestó Su amor, Su fidelidad y Su desvelo por nosotros. Por ende, podemos conocerlo, amarlo, depender de Él y dar crédito a Su Palabra, confiando en ella y obedeciéndola.
En nuestro fuero interno, en nuestro espíritu, podemos glorificar a Dios recordando en todo momento quién es y lo que significa: que es el Ser Supremo que nos creó, que sabe todo sobre nosotros y sobre todo lo demás; y que a pesar de lo majestuoso que es, nos ama y ansía tener una relación personal con nosotros. Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante —o dicho de otro modo, cuál es la misión más importante que tenemos los seres humanos en la vida—, respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas»[1].
Se nos manda amar a Dios y por ende glorificarlo desde nuestra vida interior, con nuestra alma/espíritu, con nuestra mente racional y con todas nuestras fuerzas. Matthew Henry, comentarista de asuntos bíblicos, escribió: «Debemos amar a Dios con todo el corazón, debemos contemplarlo como lo más sublime, que encierra en Sí mismo la afabilidad, perfección y excelencia infinitas; como Aquel con quien tenemos la mayor de las obligaciones, tanto en gratitud como en interés»[2].
Glorificar a Dios con nuestros actos
En nuestra vida exterior podemos glorificar a Dios por medio de nuestros actos. Lo glorificamos cuando observamos lo que nos manda Su Palabra, cuando vivimos con arreglo a ella y llevamos a efecto los preceptos bíblicos en nuestras acciones cotidianas. Dado que somos seres personales que mantienen una relación con Dios, también podemos seguirlo pidiéndole en oración que nos guíe y cumpliendo con lo que nos indique. Cada uno de nosotros es diferente y el Señor es capaz de darnos a cada uno instrucciones personalizadas. Lo honramos al pedirle que nos guíe y al seguir Sus indicaciones por fe.
Damos gloria a Dios llevando una vida que refleje Su amor y los preceptos de Su Palabra. Esta nos señala que hagamos brillar nuestra luz delante de los demás para que vean lo que hacemos y cómo vivimos, y puedan sentir Su amor y glorificarlo por ello. Los demás observan las relaciones sanas que mantenemos con ellos y la vida que llevamos en consonancia con los preceptos de Su Palabra, y eso influye en ellos para bien. También glorificamos a Dios ante los demás al testificar, al contar nuestro testimonio personal, al explicarles cómo ha obrado Dios en nuestra vida y nuestro corazón, al repartir folletos o dar clases o informar a la gente por cualquier medio sobre Dios y el amor que alberga por cada persona. Lo glorificamos cuando ayudamos a quienes padecen necesidad, a las viudas y los huérfanos, a los carenciados, a los pobres; cuando damos de nosotros mismos de manera que se refleje el amor e interés que tiene Dios por los demás.
Cuando rezamos y le pedimos ayuda —ya sea para nosotros mismos o para otras personas—, cuando invocamos Sus promesas y nos afirmamos sobre ellas, cuando le pedimos que nos guíe, también damos gloria a Dios. Con ello reconocemos que Él se interesa y se preocupa por nosotros y damos fe de la verdad de Su Palabra y la confiabilidad de Sus promesas. Reconocemos nuestra necesidad y declaramos por medio de nuestras oraciones que confiamos en que las escuchará y las responderá. Lo honramos al confesarle nuestros pecados y reconocer que hemos obrado mal y que necesitamos que nos perdone.
Glorificamos a Dios cuando amamos al prójimo como a nosotros mismos[3]; cuando tratamos a los demás como querríamos que nos trataran a nosotros[4]; cuando amamos de hecho y en verdad[5]; y cuando amamos, obedecemos y rendimos culto a Dios y hacemos lo que nos manda, pues eso es el todo del hombre[6]. Todas las actividades de la vida también deben realizarse con el objeto de tributar a Dios reverencia y honra y proporcionarle placer, que equivale a glorificarlo en sentido práctico[7], [8].
Entender que Dios nos creó para que lo glorificáramos debería instarnos a hacer todo lo posible por llevar una vida que le dé esa gloria. Sin embargo, vivir una vida que glorifique a Dios no es un ejercicio que favorece solo a una de las partes; no significa que todos los beneficios le tocan a Él. Hay bendiciones que recibirán tanto en esta vida como en la otra quienes lo glorifiquen.
«El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace». Santiago 1:25
«Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos. Cuando comas el trabajo de tus manos, bienaventurado serás y te irá bien». Salmo 128:1-2
«Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará». Mateo 6:6
El Señor desea que llevemos una vida que lo glorifique, que cuente con Su bendición y que a su vez otorgue bendición a los demás. Comprendiendo eso, los cristianos tenemos ocasión de cumplir el propósito de nuestro Creador en esta vida y vivir con Él eternamente en plenitud y felicidad, siempre dándole la gloria que se merece.
Publicado por primera vez en agosto de 2012. Fragmentos seleccionados y publicados de nuevo en abril de 2020. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Marcos 12:30.
[2] Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible, Vol. V-II (n.p., 1700), p. 226.
[3] Mateo 22:37-40.
[4] Mateo 7:12; Lucas 6:31.
[5] 1 Juan 3:18.
[6] Eclesiastés 12:13.
[7] 1 Corintios 10:31.
[8] J. I. Packer, Concise Theology: A Guide to Historic Christian Beliefs (Wheaton: Tyndale, 1993), p. 60.
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