Fuerzas en la debilidad
Recopilación
En la época en que vivimos se nos enseña que el éxito consiste en exhibir nuestras fuerzas al tiempo que escondemos nuestras flaquezas, desplegar nuestra confianza al tiempo que enterramos nuestras dudas y manifestar nuestra audacia al tiempo que ocultamos nuestros temores. Al vivir de esta manera empleamos nuestros recursos como medios de perfeccionar el concepto que los demás tienen de nosotros; no obstante, cuando esos recursos nos fallan, terminamos extenuados y reventados. ¿Por qué? Porque no fuimos concebidos para vivir a base de nuestros propios recursos, sino por las fuerzas y el poder del Cristo resucitado que mora en nosotros.
Si nos contentamos con lo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas, no hacemos otra cosa que enaltecernos a nosotros mismos. Si nuestra vida puede definirse en términos de lo que somos —nuestras aptitudes, habilidades, dones, temperamento y personalidad—, el aplauso entonces nos lo llevaremos exclusivamente nosotros. En cambio los recursos que exhibió Pablo emanaban de sus debilidades. La gente detectó fortaleza en su pobreza, riquezas en su vulnerabilidad y estabilidad en sus incertidumbres. Al fin y al cabo la única explicación válida por la que Pablo era lo que era y hacía lo que hacía era la presencia del Señor Jesucristo dentro de él.
Lo importante no eran sus destrezas y habilidades. Pablo tenía sus destrezas, pero Dios tuvo que quebrarlas, pues el quebranto es más bíblico que la robustez y la plenitud y es además el único medio de alcanzar la plenitud. Pablo era muy transparente en cuanto a su condición. Se autodenominó el peor de los pecadores y el más insignificante de los apóstoles. Sin embargo, aprendió por experiencia que en nuestra debilidad descubrimos que Cristo es nuestra fortaleza. «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte[1].
No descubrimos que Cristo es nuestro recurso hasta que dejamos de esconder nuestras flaquezas y limitaciones y las admitimos con sinceridad. Cuando somos débiles permitimos que Jesucristo sea fuerte en nosotros. En cambio, mientras seamos autosuficientes, limitamos, inhibimos y dificultamos lo que Él puede hacer en nosotros. A partir de nuestra debilidad y pobreza, Jesucristo es engrandecido cuando permitimos que nos transporte más allá de lo que somos capaces de hacer y que nos transforme en lo que sabemos que no somos.
Cristo se dedica al trueque: cambia nuestra flaqueza por Su fortaleza, nuestra suciedad por Su limpieza y nuestras carencias por sus riquezas. Así que la próxima vez que nos sintamos cansados y débiles, recordemos que somos fuertes en Él. Charles Price
Moderarse o colapsar
Nuestras propias debilidades pueden transformarse en nuestra gracia redentora, ya que la fortaleza de Jesús se perfecciona en nuestra debilidad[2]. Ese concepto es muy contrario a nuestra mentalidad natural. Lo natural es querer ser fuertes por nosotros mismos y, apoyados en esa fuerza, echar para adelante y hacer progresos. Sin embargo, Jesús nos dice que cuando nos sentimos débiles e impotentes, ¡ahí es precisamente cuando Su poder puede obrar en nosotros!
Jesús desea ponernos en una situación en que tengamos plena fe, quiere llevarnos al punto en que nos sigamos aferrando a Sus promesas y rehusemos darnos por vencidos aunque no nos quede ni una pizca de fuerza. Cuando llegamos al convencimiento de que separados de Jesús nada podemos hacer y lo aceptamos, Él puede intervenir y hacerse con las riendas. Es ahí cuando lo que para nosotros es imposible en nuestras propias fuerzas se torna posible con Sus fuerzas.
Por eso, si te parece que no puedes avanzar ni un palmo más, estás en situación ideal, tal como tiene que ser. Claro que Jesús tampoco desea que te quedes ahí pegado; Él quiere ayudarte a avanzar más allá de ese punto, y lo hará. Cuando se te agoten tus recursos, Él puede intervenir. Su fuerza y Su poder pueden obrar entonces en ti y a través de ti.
Tenemos tendencia a sobrevalorar nuestra fortaleza y capacidad y a creernos más indispensables de lo que somos. Pero si seguimos con esa mentalidad, empeñados en hacerlo todo por nuestra propia cuenta, bien podríamos descubrir que somos perfectamente prescindibles. El día en que nos desplomemos física, mental o emocionalmente y seamos incapaces de hacer nada, nos daremos cuenta de que el mundo sigue adelante sin nosotros.
Dios a veces tiene que disipar nuestros delirios de grandeza y nuestra presunción. Él está al tanto de nuestras limitaciones y de lo frágiles que somos. «Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo»[3]. Quisiera, eso sí, que nosotros también tomáramos conciencia de ello. La solución radica en reducir la marcha, encomendarle todos nuestros afanes y llevar un ritmo de vida más pausado, confiando en Él con respecto a lo que podemos y no podemos hacer.
Hoy todo discurre tan aceleradamente y andamos tan exigidos de tiempo que resulta muy difícil aminorar la marcha. Así y todo, continuamente debemos procurar dar con un buen término medio, toda vez que la moderación es una de las claves de la salud física y el bienestar espiritual. María Fontaine
La ventaja de la debilidad
Todos tenemos la predisposición a depositar la confianza en nosotros mismos y no en Dios. Podemos depositar confianza en nuestra fuerza física, formación, régimen alimenticio, calidad de sueño, educación, dotes o experiencia. Precisamos de un cambio de paradigma en nuestro corazón: la debilidad humana no es sinónimo de desventaja espiritual. La verdad es que todos somos débiles. No obstante, los que parecen débiles pero se apoyan en Dios son en realidad fuertes, ya que sus fuerzas provienen del Dios todopoderoso.
Hacia el final de su segunda epístola a los Corintios, Pablo escribe, citando primero las palabras de consuelo que le dirige el Señor: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte[4].
Eso constituye un completo cambio de paradigma en comparación con el modo de pensar del mundo. Contentarse con debilidades, penurias, persecución y calamidades —todo por la causa de Cristo— representa una fortaleza. Dios no solo se vale de gente débil a pesar de sus debilidades, sino que demuestra su perfecto poder a través de esas debilidades. […] Sin embargo, esa no es solo la vivencia de Pablo ni la mía. Es la trama de toda la Biblia: José, Moisés, Josué en la batalla de Jericó, David contra Goliat. Dios se sirve de nuestra insuficiencia para destacar su extraordinario poder.
Esta verdad de que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad se evidencia clarísimamente en la cruz. En el libro del Apocalipsis, cuando Juan captó un vislumbre de gloria y vio a Jesús resucitado, se distinguían en Sus manos y en Sus pies las marcas de los clavos. […] Las cicatrices materiales, tangibles, en el cuerpo glorificado de Jesús son consecuencia de la obra que hizo para redimir nuestra vida marcada por nuestro pecado. Todos hemos pecado contra un Dios santo. Ninguno de nosotros podría hacer nada para pagar nuestra deuda con nuestro Creador. Pero Dios ofreció un camino por medio de la debilidad y el sufrimiento. Y aguardamos Su poderoso regreso.
Hasta entonces Dios no nos promete una existencia desprovista de dolor. En un mundo caído en pecado, nuestra realidad muchas veces estará signada por el dolor. Podemos abrazar a Dios en nuestras pruebas con fe en que Él está efectuando una obra en nosotros y a través de nosotros que trasciende nuestra limitada comprensión. Hasta que se produzca nuestra liberación final, es un privilegio señalar las cicatrices de Jesús por intermedio de nuestras propias cicatrices.
Nuestros cuerpos quebrantados y pruebas pueden ser una hermosa imagen de la gloriosa redención divina. Dios está logrando más para Su misión por medio de nuestro sufrimiento de lo que alcanzamos a comprender en estos momentos, no a pesar de nuestra debilidad, sino a través de ella. David Furman[5]
Ideas aparentemente opuestas
Creemos que la debilidad y la fuerza son antónimos. Ser fuerte es bueno y significa carecer de debilidades. Ser débil es malo y significa carecer de fuerzas. La mayoría queremos que se nos considere fuertes. Nos preocupa que la gente no tenga un buen concepto de nosotros si nos mostramos débiles.
Pablo por lo visto era un hombre fuerte que realizaba una fructífera labor. Sus inefables visiones del cielo le dieron fuerzas para soportar numerosas penalidades y lo indujeron a realizar su extraordinaria labor por el Evangelio. Había contemplado las glorias del lugar al que se dirigía y podía decir: «Para mí el vivir es Cristo y el morir, ganancia»[6]. Pablo, sin embargo, no alardeó de los detalles de sus visiones. Se negó a jactarse de sus fuerzas y se limitó más bien alardear de sus debilidades. Pablo quería que la gente tuviera en alta estima a Cristo, nada más, que viera Su poder.
Pablo acogió el sufrimiento. Su incapacidad de librarse de la «espina» —sea lo que fuere— o de evitar circunstancias difíciles exhibía el poder de Dios que actuaba en él y por medio de él. Pablo predicaba el evangelio, pero Dios llevaba a cabo la obra de salvar pecadores y edificar iglesias. El fuerte era Dios.
La crucifixión de Cristo constituyó el despliegue máximo de fortaleza mediante la debilidad. La debilidad de Jesús —ser objeto de abusos, burlas e injurias— requirió gran fortaleza. El Hijo de Dios «sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder»[7]. Jesús tuvo la fortaleza como para hacerse débil por amor a nosotros, subyugándose a Su Padre hasta el punto de morir en una cruz. Dicha debilidad satisfizo la ira de Dios, gestó la gloria de la resurrección, concertó la salvación de multitudes de pecadores y derivó en el poder definitivo sobre el pecado y la muerte.
Jesús pone de manifiesto Su poder a través de débiles pecadores. El mismo poder que levantó a Jesús de los muertos[8] opera en nuestro interior mediante «flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias» para dejarnos satisfechos por amor a Cristo[9] y «modelados conforme a la imagen de Su Hijo»[10].
La flaqueza y la fortaleza no son antónimos, sino dos caras de una misma moneda. Cuando somos débiles, entonces somos fuertes[11]. Keri Folmar[12]
Publicado en Áncora en julio de 2021.
[1] 2 Corintios 12:9,10.
[2] 2 Corintios 12:9,10.
[3] Salmo 103:14.
[4] 2 Corintios 12:9,10.
[5] https://www.desiringgod.org/articles/the-strength-of-your-weaknesses.
[6] Filipenses 1:21.
[7] Hebreos 1:3.
[8] Efesios 1:20.
[9] 2 Corintios 12:10 (BLHP).
[10] Romanos 8:29 (RVR-1977).
[11] 2 Corintios 12:10.
[12] https://www.crossway.org/articles/strength-in-weakness
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