Fuerza para un año nuevo
J. R. Miller
Deberíamos obtener algo de cada año. Cada nuevo año debería ser como un nuevo escalón en las escaleras, que eleva nuestros pies un poco más. No deberíamos quedarnos dos años en el mismo nivel.
Muchos cristianos flaquean y se cansan de repetir sus tareas y deberes. La rutina es sumamente pesada. Las tareas son grandes y exigentes, la vida se torna aburrida en su monotonía, y parece a menudo que estuviéramos laborando en vano. Sembramos y no cosechamos. Nos decepcionamos y desanimamos con frecuencia. Las esperanzas relucientes de hoy yacen mañana como flores marchitas.
Pero podemos ser fuertes. Dios nos otorga fuerza. ¿Cómo nos llega Su fuerza? Nos llega de muchas maneras. Santiago nos dice que toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces. Entonces no importa cómo nos llega la fuerza, ésta proviene de Dios. Podemos encontrarla en un libro, cuyas palabras, a medida que las leemos, nos brindan calidez interna y nos inspiran para la lucha o el servicio. Podemos encontrarla en una amistad cuya alegría, compañía y ayuda nos colman de valentía y esperanza renovadas. Mucho más de lo que entendemos, Dios nos fortalece y nos bendice a través del amor humano. Se esconde en la vida de quienes nos conmueven con su afecto. Nos mira a los ojos a través de los ojos humanos y nos habla a los oídos a través de los labios humanos. Nos da poder cuando desmayamos y esperanza en medio del desánimo, a través de los amigos que nos visitan con su amor y alegría.
La Biblia habla mucho sobre el ministerio de los ángeles en tiempos antiguos. Venían con su ánimo ante los cansados o los que tenían dificultades. Después de la tentación de nuestro Señor, los ángeles vinieron y le ministraron en Su debilidad. En Su agonía en Getsemaní, un ángel se le apareció a Jesús y le dio fuerza. Sin duda, los ángeles vienen hoy en día para ministrarnos y fortalecernos, pero generalmente se presentan mediante el amor humano.
Pero la fuerza de Dios se imparte de otras maneras. Viene a través de Sus palabras en las Escrituras. Cuando estamos tristes, al abrir nuestra Biblia leemos sobre la certeza del amor divino, la promesa de la ayuda y el consuelo divinos: que Dios es nuestro Padre, que nuestro dolor está lleno de bendiciones, que todas las cosas redundan en bien para los hijos de Dios. A medida que leemos y creemos lo que leemos, y lo recibimos de manera personal, nos llega al alma una nueva fuerza, una extraña calma, una paz santa, y al mismo tiempo nos sentimos consolados.
Hay días en que nos sentimos desanimados, alterados, ansiosos por las preocupaciones, inquietos por el sinfín de distracciones de la vida, cansados y agobiados por las cargas. Nos sentamos con nuestra Biblia y Dios nos habla con sus palabras de alegría:
«No se turbe vuestro corazón.»
«No temas, porque Yo estoy contigo.»
«Echa sobre el Señor tu carga.»
«Mi paz os dejo.»
«Bástate Mi gracia.»
Y mientras reflexionamos sobre esas palabras, el cansancio se esfuma; sentimos que aumentan las fuerzas; la esperanza revive, el valor vuelve. Quien lee la Biblia como la propia Palabra de Dios y escucha la voz de Dios en sus promesas, garantías, mandamientos y consejos, se fortalece continuamente.
Pero incluso hay algo mejor. Dios mismo... viene a nuestra vida con todo Su amor y gracia. El profeta nos dice: «Al cansado Él da vigor, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas». Esto significa ni más ni menos que existe una importación directa de la fuerza divina para los seguidores de Dios en la tierra que se sienten desmayar y están cansados. Es una maravillosa revelación. Nos dice que el mismísimo poder de Cristo nos es dado en nuestra debilidad, transmitido de Su plenitud a nuestro vacío.
Cualquiera puede apoyarnos en nuestros problemas y puede hacernos un poco más fuertes por su compasión y amor, por su aliento y alegría, pero no puede poner ninguna porción de su fuerza o alegría en nuestro corazón. Cristo, sin embargo, nos da fortaleza e imparte Su propia vida. Lo que la vid es para su rama, Cristo es para nosotros. Si la rama está lastimada, dañada, rota y su vida desperdiciada, la vid vierte su vida en la parte herida, para suplir su pérdida y curarla. Eso es lo que hace Cristo. Da fuerza a los débiles. Su fortaleza se perfecciona en nuestra debilidad. Cuanto mayor sea nuestra necesidad, más gracia de Cristo recibiremos. Por lo tanto, hay bendiciones que nunca obtendremos hasta que vivamos experiencias que nos pongan a prueba. No conoceremos el consuelo de Dios hasta que sintamos dolor. Y a medida que aprendamos qué es el dolor, aprenderemos también que Dios da fortaleza y consuelo en el dolor.
¿Cómo podemos asegurarnos de recibir esta fuerza prometida? La respuesta es: «Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas.» ¿Qué significa esperar en el Señor? Significa confiar en Dios pacientemente, creer en el amor de Dios, aceptar la guía de Dios, mantenerse cerca del corazón de Dios, vivir en comunión ininterrumpida con Dios, apoyarse en Su brazo y obtener ayuda de Él. Cuando hacemos una oración esperamos en Dios. Cuando nos acercamos a Él en oración, instantáneamente recibimos una nueva porción de gracia.
Mientras esperamos en Dios, permanecemos en Cristo, mantenemos nuestra comunión con Él ininterrumpida, fluye de Él hacia nosotros, hacia nuestra vida, una corriente ininterrumpida de fuerza de acuerdo con nuestras necesidades. [...] Como las aguas del mar inundan cada bahía y canal, cada pequeña hendidura a lo largo de su orilla, del mismo modo la fuerza de Dios llena cada corazón.
Fíjate también en la palabra «nuevas» en la promesa. «Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas.» En cuanto la fuerza se agota, se repone. En cuanto se nos acaba, Dios nos da de nuevo. Es como el barril de comida y la vasija de aceite de la viuda, que no se podían vaciar, sino que se volvían a llenar a medida que se extraían los suministros. Debemos continuar con nuestro trabajo, con nuestra lucha, con nuestro hacer y servir... estando seguros de que, esperando en Dios, siempre tendremos nuevas fuerzas. Estamos en comunicación viva con Aquel que creó y nombró las estrellas, y mantiene todo el universo, que no desmaya ni está cansado. Él nos apoya todo el tiempo —Su plenitud de vida, su imponente fuerza—, y cada agotamiento de nuestra vida se repone instantáneamente, porque Él da poder a los débiles.
Eso es lo que ocurre cuando damos a otros en el nombre de Cristo, Él llena el vacío. «Da, y se te dará», dice el Maestro.
En vísperas del nuevo año, Dios arroja su luz. No puede haber experiencia durante el año para la cual no habrá fuerza. Dios nunca da un deber, sin dar también la fuerza necesaria para hacerlo. Él nunca nos impone una carga, sin sostenernos cuando se presenta. Él nunca envía un dolor, sin enviar el consuelo para enfrentarlo. Él nunca nos llama a realizar un servicio, sin proporcionarnos Su apoyo. Solo debemos asegurarnos de que esperamos en Dios, y luego toda la fuerza que necesitemos se nos dará, a medida que avancemos, día a día.
Publicado en 1913, adaptado. Fuente: https://gracegems.org/Miller/strength_for_a_new_year.htm
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