Fe expectante
Tesoros
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[Expectant Faith]
Hoy en día la fe ha perdido buena parte de su sentido. Actualmente la palabra fe tiende a referirse a una creencia vaga e imprecisa en algo indefinido. Sin embargo, ¡en la Palabra de Dios tiene un significado mucho más amplio! Es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve; es el título de propiedad (Hebreos 11:1).
Cuando se tradujo el Nuevo Testamento del griego hace más de 400 años, se encontraron con un problema desconcertante: cómo traducir la palabra «hypostasis» que aparece en el capítulo 11 de Hebreos. Por el sentido en que se había empleado en la literatura griega se sabía que esa palabra representaba algo bastante concreto.
En tiempos más recientes los arqueólogos descubrieron las ruinas calcinadas de una antigua posada en el norte de Israel. Entre ellas encontraron un cofrecito de hierro que contenía valiosos documentos, presumiblemente de cierta dama de la nobleza romana que en aquel tiempo había estado de viaje por Israel inspeccionando las diversas tierras y propiedades que allí poseía. Resulta que la mayoría de los documentos llevaba un encabezamiento que decía: «Hypostasis». Eran escrituras que acreditaban que las propiedades eran suyas.
La palabra «certeza» que aparece en el capítulo 11 de Hebreos transmite el mensaje igual de bien; pero si quieres que quede todavía más claro y explícito, puedes escribir encima de esa palabra «título de propiedad». Es, pues, la fe el título de propiedad de lo que se espera.
Es posible que aquella dama romana nunca hubiese visto las propiedades que había adquirido en Israel, pero sabía que eran de su posesión y podía demostrarlo con los títulos de propiedad. Asimismo, si tienes fe, aunque no hayas visto aún el cumplimiento de la Palabra de Dios, ¡tienes en tu haber el título de propiedad y a la postre verás su realización!
¿Cómo adquieres, entonces, esa fe? La Biblia nos enseña que «la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios» (Romanos 10:17). Dedica tiempo a leer y estudiar la Biblia y pide al Señor que aumente tu fe (Lucas 17:5). Jesús dijo: «Todas las cosas por las que oren y pidan, crean que ya las han recibido, y les serán concedidas» (Marcos 11:24).
La oración es nuestro medio de comunicación con Dios, el vínculo entre las necesidades humanas y los recursos divinos, el llanto que emite el niño mirando a su Padre con la seguridad de que este ama a Sus hijos y la firme esperanza de que oye sus gritos de auxilio y los responde. Pues si un padre terrenal sabe «dar buenos regalos a sus hijos, cuánto más su Padre celestial dará buenos regalos a quienes le pidan» (Mateo 7:11).
El pastor de una iglesia comentó una vez en plan de broma que a toda su congregación se le había contagiado el mal del dame, dame, ya que los feligreses no hacían más que pedirle cosas al Señor sin creer jamás que Él oiría sus súplicas y las respondería. No hacían más que decir ¡dame, dame! y toda su vida de oración se centraba en pedir esto y pedir aquello.
Se cuenta que a un sacristán de una iglesia rural de los cerros de Virginia (EE.UU.) lo encontraron un día trepado en una escalera de mano arreglando algo en el campanario situado encima mismo de la sala donde se celebraban las reuniones de oración. Desde lo alto de la escalera le habló a un grupo de fieles que habían llegado temprano al culto.
—¿Saben por qué está atascada la campana y ya no suena? —les preguntó—. ¡El pobre campanario se encuentra tan atiborrado de oraciones que nunca pasaron del techo de la iglesia, que la campana se trabó! ¿Acaso no saben que la oración debe ir acompañada de fe y que hay que tener una actitud expectante y creer que Dios responderá?
La oración no es un simple rito, sino nuestro medio de comunicarnos con Dios, algo tan práctico y real como hacer una llamada telefónica, aunque mucho más eficaz. El que contesta al otro lado de la línea —Dios— está siempre ahí y ha prometido en Su Palabra que «antes que llamen, Yo responderé; y mientras estén hablando, Yo los escucharé» (Isaías 65:24).
Los ojos de nuestro Padre celestial se fijan en Sus hijos y Sus oídos atienden a sus oraciones (1 Pedro 3:12). Dios no está dormido ni se ha marchado en un largo viaje.
En el relato bíblico de 1 de Reyes 18, Elías desafía a los paganos a ver qué Dios responderá a la oración consumiendo a fuego un holocausto (sacrificio).
«—¡Oh Baal, respóndenos!
Pero no hubo voz ni quien respondiera. Y sucedió que hacia el mediodía, Elías se burlaba de ellos diciendo:
—¡Griten a gran voz, porque es un dios! Quizás está meditando, o está ocupado, o está de viaje. Quizás está dormido y hay que despertarlo.
Y no había voz ni quien respondiera ni escuchara» (1 Reyes 18:26–29).
No obstante, cuando Elías ofreció su sacrificio a Dios, «cayó fuego del Señor, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron:
—¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!» (1 Reyes 18:38,39.)
Hace algunos años un padre de familia pidió oración por su hijo que no era creyente. Cada vez que se recogían solicitudes de oración en la iglesia él volvía a pedir por la salvación del muchacho. Por fin, una noche este se acercó al altar respondiendo a la invitación y entregó su corazón a Dios.
Después de la oración, aquel padre que había rezado tanto tiempo por su hijo, al enterarse de que había aceptado a Cristo, respondió:
—Usted se habrá equivocado. Debe de ser otro chico que responde al mismo nombre.
¡Tardó unos cinco minutos en convencer a ese señor de que el que se había salvado era efectivamente su hijo!
Aquella noche el padre dio testimonio de que llevaba veinte años orando por su hijo y en la vida se había llevado mayor sorpresa que cuando se enteró de que el chico se había hecho cristiano. ¡Imagínense lo que es pasar veinte años rezando sin ninguna expectativa de que Dios fuera a obrar en la vida de su hijo! Si bien aquel hombre abrigaba una profunda confianza en que la Biblia es la Palabra de Dios, carecía de una actitud expectante y no abrigaba ninguna esperanza de que Dios fuera a escuchar y responder a sus oraciones.
Cómo le debe de doler en el alma al Todopoderoso ver a Su hijo rezar incesantemente sin la más mínima fe o expectativa. Con demasiada frecuencia contamos pasivamente con que Dios nos entregue todo en bandeja sin hacer el menor esfuerzo de nuestra parte. Él ha prometido escuchar nuestras oraciones y proveer para nuestras necesidades, pero con Sus condiciones, que son: «Crean que lo han recibido y les será hecho» (Marcos 11:24).
Él tiene derecho a establecer Sus propias condiciones y qué menos podría pedir que lo honremos creyendo Su Palabra. Su Palabra jamás ha dicho que para agradar a Dios haya que ser perfecto; es el que no tiene fe el que no puede agradar a Dios. «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6).
Si hoy en tu corazón albergas el deseo de agradar a Dios, honra Su Palabra creyendo en Él y confiando en que cumplirá Sus promesas en tu vida conforme a Su voluntad. Puede que no siempre conteste tus oraciones tal como lo esperabas; sin embargo, ten la seguridad de que nunca dejará de responderte según lo que Él considere más conveniente para que se cumpla Su designio en tu vida. Preséntale, pues, cada preocupación y necesidad con una fe expectante, confiando en que oirá tus peticiones y responderá tus plegarias.
«Y esta es la confianza que tenemos delante de Él: que si pedimos algo conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14,15).
Artículo de Tesoros publicado por la Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2024. Leído por Gabriel García Valdivieso.
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