Fe como el oro
Recopilación
Por lo visto, para algunas personas resulta natural depositar su fe y confianza en Dios. Se las arreglan para ver el aspecto positivo incluso en circunstancias o personas difíciles. Para ellos, el vaso siempre se encuentra medio lleno de agua. Suelen emplear frases como «Dios proveerá» o «No te preocupes, todo saldrá bien». Cuando se conoce a una persona así se puede pensar que llevan una vida bastante estupenda. Parece que tienen muy pocos problemas y que todo les sale a pedir de boca.
Puede que a muchos les sorprenda saber que quienes despliegan dicha personalidad ejemplar no han tenido una vida color de rosa que les permitiera llenar su vida de fe y optimismo. La mayoría desarrolló esa naturaleza como resultado de circunstancias arduas, difíciles e incluso desgarradoras. Escogieron esperar a que el Señor solucionara sus problemas, aunque en ocasiones tomara un tiempo.
Algunos han librado batallas de larga data con enfermedades. Otros tienen hijos con graves problemas de salud. Otros más han perdido a un ser querido. Las dificultades los fortalecieron y aumentaron su valentía y compasión. Siento un profundo respeto por ellos. La fe cobra vida en ellos. Gracias a ellos entiendo que sin importar lo terrible de la situación, el Señor puede ayudarme a superarlo. Lo único que debo hacer es aferrarme a Él y a la fe que me reporta Su Palabra. Ello me ayudará a mantener a raya las dudas y el desaliento.
Dios promete en Romanos 8:28: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien». Me tomó un tiempo percatarme de que el versículo no dice: Todas las cosas salen bien, sino Todas las cosas ayudan a bien. A mi entender significa que si bien a todos nos pasan cosas malas, Dios las entrelaza en la historia de nuestra vida para causar resultados fantásticos a medida que nos sometemos a Su voluntad. Cuando veo la vida desde esa perspectiva, me doy cuenta que no podemos agradecerle las bendiciones que tenemos y luego culparle de nuestros problemas. En otras palabras, debemos confiar en Él a pesar de los problemas y saber sin asomo de duda que convertirá nuestras dificultades en algo bueno. O que a través de ellas beneficiará nuestra vida.
En el Salmo 68, el rey David dijo al Señor: «Porque Tú eres Dios; Tú eres grande, y haces maravillas. Dale firmeza a mi corazón, para que siempre tema Tu nombre. Señor y Dios mío, yo te alabaré con todo el corazón, y por siempre glorificaré Tu nombre. Grande es Tu misericordia para conmigo, pues me has librado de caer en el sepulcro» (Salmo 86:10–13). En ese salmo, David vuelve a pedirle a Dios que lo libere de sus enemigos, aunque no por ello olvida la protección y los cuidados divinos. Según parece, su fe no mengua, sino que se fortalece más que nunca.
La Biblia compara la fe con el oro. Al igual que el oro, la fe tiene gran valor. Una fe que se hace añicos al ponerse a prueba podría compararse con una moneda de poco valor. No sirve de mucho. Pero al igual que el oro, la verdadera fe es valiosa, excepcional, costosa e imperecedera.
Recuerdo vivencias y eventos que no fueron fáciles de vivir o que definitivamente no me gustaría volver a experimentar. Pero me doy cuenta que de no haber pasado por momentos difíciles, me habría perdido todo lo que he aprendido de ellos. El conocimiento y las experiencias han fortalecido mi fe. Ahora entiendo que sin importar las dificultades emocionales, el sol siempre volverá a brillar. Me dará justamente lo que necesito para avanzar con gracia y fuerza, lista para enfrentar lo que me depare la vida.
La fe es saber que Dios cuidará de ti. Que nunca te pedirá más de lo que eres capaz de lograr, lo cual significa que con Dios de tu lado, no hay nada imposible (Filipenses 4:13).
Patrick Henry fue gobernador del estado de Virginia en el siglo XVIII. Fue abogado, orador y político. Junto a su primo era dueño de una plantación de 10.000 acres. Se le recuerda por haber dicho en un discurso: «Dadme la libertad o dadme la muerte». Pero leí una frase suya que demuestra cuánto valoraba la fe en el Señor, incluso sobre sus demás logros.
Dijo: «He dejado todas mis propiedades a nombre de mi familia. Hay algo más que desearía entregarles, y es la religión cristiana [la fe]. De obtenerla, aunque no les dejara nada material, continuarían siendo ricos; y de no poseerla, aunque les legara todas las posesiones terrenales, vivirían en la mendicidad»[1]. Nina Kole
Fe que ha sido probada
Santiago 1:3 explica que Dios quiere que las tribulaciones pongan a prueba nuestra fe y que hagan que perseveremos espiritualmente. […] Si anduviéramos por la vida cómodamente y nunca enfrentáramos dificultades, no se pondría a prueba nuestro carácter cristiano, y estaría poco desarrollado. Las pruebas hacen que se desarrollen los músculos espirituales y nos dan el vigor y la resistencia necesarios para mantener el rumbo (Romanos 5:2–5). Tenemos por sumo gozo el hecho de pasar por pruebas, porque así aprendemos a depender de Dios y a confiar en Él.
La fe que se pone a prueba se convierte en fe auténtica, inquebrantable, íntegra: «Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1 Pedro 1:6,7). GotQuestions.org[2]
La moneda más pequeña del mundo
Justo antes de irme a la India, donde hice voluntariado durante varios años, una amiga me hizo un obsequio de despedida muy original, que a mí me pareció también muy útil.
—Estoy preocupada por ti —me dijo—. Te vas a un país difícil. Te puede venir bien contar con esto.
En la cajita había esta pequeña inscripción: «La moneda de oro más pequeña del mundo».
La guardé y me la llevé conmigo a la India y posteriormente a Nepal.
Mi amiga estaba en lo cierto. Las cosas no siempre resultaron fáciles, y nos enfrentamos a vicisitudes de todo tipo: inclemencias del tiempo, enfermedades tropicales, aprietos económicos. Nunca nos faltó lo esencial, pero a menudo sí tuvimos que prescindir de ciertas comodidades.
Aunque en varias oportunidades mi marido y yo consideramos la posibilidad de vender aquella moneda, acordamos que la conservaríamos para alguna emergencia y que no haríamos uso de ella a menos que fuera absolutamente necesario. Cada vez que salía a relucir el tema, siempre arribábamos a la conclusión de que la situación no era tan extrema y volvíamos a guardar la monedita en mi maleta.
Al cabo de ocho años regresamos a Europa. Un día, al pasar frente a una tienda de numismática, sentí curiosidad por saber qué valor tenía aquella moneda que habíamos conservado durante tantos años. Al cabo de unos días la llevé para que la examinaran.
Se me cayó el alma a los pies cuando el amable señor de la tienda examinó la pieza y me dijo que no tenía ningún valor aparte de su peso en oro. Tratándose de la moneda de oro más pequeña del mundo, obviamente no pesaba mucho.
¿Había sido ingenuidad por parte nuestra pensar todos aquellos años que contábamos con recursos para hacer frente a una emergencia? Me embargó una mezcla de decepción y vergüenza, hasta el punto de que casi tiro la moneda. Apenas habría supuesto una pérdida.
Sin embargo, más tarde me di cuenta de que la moneda simbolizaba nuestra fe. La habíamos conservado todo el tiempo; nunca la habíamos perdido. Y porque anduvimos por fe, Dios nunca dejó de proveer para nuestras necesidades.
Todavía tenemos esa moneda. Es un valioso recuerdo. Y en mi opinión, ha adquirido más valor. Anna Perlini
Publicado en Áncora en septiembre de 2023.
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