Esperanza en medio del sufrimiento
Tomado de la grabación Para ser feliz a pesar de todo
Los sufrimientos son para mejorarnos, no para amargarnos. Cuando Dios nos sumerge en aguas profundas no es para ahogarnos, sino para depurarnos.
Todos pasamos pruebas, tentaciones, penalidades y tribulaciones. La diferencia radica en la manera en que reaccionamos a ellas. Si comprendemos que nuestro gran Padre celestial —el Espíritu de amor que llena todo el universo—, jamás permitirá que nos suceda nada malo a menos que obre al final para nuestro bien, evitaremos que las penas o dificultades nos causen resentimiento y amargura.
La clave para que las cargas se conviertan en bendiciones, las tribulaciones en triunfos y las cruces en coronas, es saber que sea cual sea la situación que soportemos, de algún modo redundará en nuestro bien. Es el maravilloso plan que Dios nos ha trazado y el regalo que nos ha dado a los que creemos en Jesús y somos hijos Suyos. Si somos espiritualmente salvos, podremos confiar en medio de los problemas y el sufrimiento, ya que sabremos que hay una buena razón para nuestras pruebas y tribulaciones.
En todo cuanto acontece a los hijos de Dios brilla siempre un rayo de esperanza. La tormenta siempre trae un arcoíris. La noche siempre tiene sus estrellas. Las nubes siempre muestran su perfil plateado. La ternura del amor de Dios se percibe en todo cuanto sucede. Y a pesar de que no lo veamos, por la fe sentimos la proximidad de Dios. Para los hijos de Dios, todo sufrimiento tiene un objetivo bueno y maravilloso: una oculta bendición.
A pesar de las ventajas, enseñanzas y beneficios que pueden obtenerse de los problemas, sí es cierto que estos a veces tienden a desanimarnos, deprimirnos y hasta desesperarnos. En esos casos, la actitud que tomemos es decisiva para mantener la calma y la alegría en medio de la adversidad y en momentos de tensión.
Pongamos un ejemplo: Un niño pequeño estaba bien acomodado, con aire tranquilo, en el asiento de un tren. Era un día caluroso, polvoriento, agobiante para viajar, y aquel trayecto en particular ofrecía tal vez la jornada más aburrida de toda la región. De todos modos, el pequeño seguía sentado pacientemente, observando los campos y los postes de alambrada que velozmente iban quedando atrás. En determinado momento una anciana maternal se inclinó sobre él y le preguntó compasivamente:
—¿No estás cansado del largo viaje, cariño, y del polvo y el calor?
El niño la miró con rostro radiante, y le respondió sonriente:
—Sí, señora, un poquito. Pero no me importa mucho, porque mi padre estará esperándome cuando lleguemos.
Qué bello es reflexionar de ese modo y ser capaces —cuando la vida parezca pesada y monótona, como a veces resulta—, de alzar la mirada hacia el futuro con confianza y optimismo, y decir, como aquel muchachito, que «no importa mucho», pues nuestro Padre también nos aguarda al final de nuestro viaje. El Señor estará esperándonos, al final de la travesía de la vida... ¡gracias a Dios!
Y no olvidemos que Jesús experimentó los mismos padecimientos que nosotros. La Biblia dice que Él fue tentado en todo, igual que nosotros. Hubo ocasiones en que estuvo enfermo, cansado, en que tuvo hambre y sed. Ponte a pensar, hasta tuvo momentos de desaliento.
Jesús sabe lo que es el sufrimiento. De hecho, ¡padeció en carne propia más de lo que podríamos imaginar! Nos amaba tanto que soportó dolor por todos los pecados del mundo ¡y hasta murió voluntariamente por nosotros! La Palabra de Dios nos promete que en un futuro cercano, para los que aman a Dios, los sufrimientos llegarán a su fin. Él enjugará todas nuestras lágrimas, y ya no habrá más muerte, tristeza ni llanto. No habrá más dolor, porque cuando Jesús mismo regrese en persona para arreglarlo todo y establezca Su Reino eterno de amor y paz, eliminará para siempre la maldad de este mundo.
Hasta entonces, tendremos que soportar algo de sufrimiento. Sin embargo, si has recibido a Jesús en el corazón, si pones todo de tu parte para amarlo y sigues las enseñanzas que Él nos dejó en la Biblia, verás que la felicidad y la alegría invadirán tu vida, y más que contrapesarán la tristeza, el sufrimiento, las pruebas y las dificultades temporales. Como ya hemos visto, el Señor hará que todas esas cosas obren para tu bien.
Y al presentarse los momentos difíciles, recuerda lo que Dios prometió en Su Palabra: «Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti». Por muy profundas que sean las aguas del dolor y la tristeza, por muy candentes que sean las llamas de la prueba y la aflicción, Jesús es un amigo que te será más fiel que un hermano. Y si le extiendes la mano, confías en Él y te fías de Su Palabra, ¡Él te guiará amorosamente y te guardará a pesar de todo!
El amor de Dios no siempre nos aleja de sufrimientos y pesares, pero es un amor que nos ayuda a superarlos. No olvidemos que así como la presencia de las nubes no quiere decir que no exista el sol, ¡tampoco las pruebas y las tormentas de la vida indican la ausencia de Dios!
Grabación de LFI publicada por primera vez en 1989. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2017.
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