Envejecer con gracia
Recopilación
«Como palmeras florecen los justos; como cedros del Líbano crecen. Plantados en la casa del Señor, florecen en los atrios de nuestro Dios. Aun en su vejez, darán fruto, siempre estarán saludables y frondosos para proclamar: “El Señor es justo, Él es mi roca”». Salmo 92:12-15
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El mundo nos dice que el envejecimiento es nuestro enemigo, y que debemos combatirlo. La Biblia nos dice que es nuestro amigo: «En los ancianos hay sabiduría; y en la mucha edad, entendimiento» (Job 12:12).
Seamos realistas; envejecer no se siente como algo muy agradable. El cambio es desconcertante, porque nos acostumbramos a nuestro papel y deberes y ellos se convierten en nuestra identidad y propósito. Y ahora casi a diario enfrentamos cambios de disminución de capacidad física y de energía.
Necesitamos algo más grande y mejor para que todo tenga sentido. Necesitamos una identidad y un propósito que transcienda todo, exactamente eso es lo que Dios da en el evangelio. El evangelio es lo bastante grande, lo bastante bueno y poderoso para hacer que todo momento de cada etapa de la existencia sea importante y glorioso.
El que nos creó promete que podemos florecer y dar fruto, podemos estar llenos de savia y de verdor, incluso en la vejez (Salmo 92:12–14). Esas animadas palabras indican crecimiento y vitalidad. Parecen contradecir mi realidad, la de que tengo ochenta años y sufro de inflamación de tejido conectivo en el cuerpo, lo que me causa dolor y debilidad en los músculos. Sin embargo, esta promesa de crecimiento no frustra mi realidad física; la trasciende.
La exigencia del evangelio para crecer «en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3:18) no tiene límite de edad. La misma gracia que nos da nueva vida en Cristo permite que esa vida se desarrolle, madure y florezca. Nunca terminamos de crecer. Siempre se puede experimentar más gracia y conocer más del amor de Cristo. Ese crecimiento es gradual. Nosotros no lo producimos, pero a medida que confiamos y obedecemos la Palabra de Dios, podemos esperarlo.
Es contagioso el gozo incontenible del salmista. Es fascinante su centralidad en Dios.
Al pensar en Dios, ¿qué es lo primero que te viene a la mente? Nuestra respuesta es una de las más importantes acerca de nosotros porque revela el arco de nuestra vida. Determina las decisiones que tomamos y muestra si entendemos que nuestra identidad no se basa en lo que hacemos sino en quiénes somos en Cristo. El salmista no deja duda de que su conocimiento de Dios no es un producto de su imaginación ni de sus circunstancias; es el producto de que Dios se ha revelado a sí mismo en Su Palabra. Sharon W. Betters and Susan Hunt[1]
No es para los pusilánimes
Nunca pensé que viviría hasta llegar a esta edad.
Se me enseñó toda la vida a morir como cristiano. Sin embargo, nadie jamás me enseñó a vivir en los años antes de morir. Me habría gustado que hubiera sido así, porque ahora soy viejo; y créeme, no es fácil. […]
No, la vejez no es para los pusilánimes. Pero esa no es la historia completa. Tampoco Dios quiso que así fuera.
Aunque la Biblia no pasa por alto los problemas que enfrentamos a medida que envejecemos, tampoco describe la vejez como un tiempo que haya que despreciar o como una carga que haya que soportar con los dientes apretados (si todavía tenemos algunos). Tampoco nos pinta en nuestros últimos años como inútiles e incompetentes, condenados a pasar nuestros últimos días en un aburrimiento interminable o en una actividad sin sentido hasta que Dios finalmente nos lleve a casa.
En cambio, la Biblia dice que Dios tiene una razón para mantenernos aquí; si no la tuviera, nos llevaría al Cielo mucho antes. ¿Cuál es Su propósito para estos años, y cómo podemos vivir en consonancia con ese propósito? ¿Cómo podemos aprender a hacer frente a temores, luchas y limitaciones que van en aumento? Y no solo eso, sino también a fortalecernos interiormente en medio de todas esas dificultades. ¿Cómo podemos enfrentar el futuro con esperanza en lugar de con desesperanza?
Al envejecer, esas son algunas de las preguntas que tuve que enfrentar; tal vez te pase lo mismo. […]
Algún día llegará el fin del camino de tu vida. En cierto modo, todos estamos ya cerca de casa. Mientras nos acercamos, oro que tú y yo no solo aprendamos lo que significa envejecer, sino que, con la ayuda de Dios, también aprendamos a envejecer con gracia y encontremos la guía que necesitamos para terminar bien. […]
La vejez ha sido la mayor sorpresa de mi vida. Los jóvenes viven para el presente. Pensar en el futuro parece ser en forma de sueños que prometen finales de cuento de hadas. Aunque ya casi tengo noventa y tres años, me parece que fue hace poco cuando yo era uno de esos soñadores, lleno de grandes esperanzas, que planeaba una vida en la que quedarían satisfechos todos mis deseos. Como pocas cosas en la vida me encantaban más que el béisbol, de joven me dediqué al deporte. Esperaba que mi pasión por el juego me llevara directamente a las principales ligas. Mi meta era sencilla: parado en la base del bateador, con el bate en la mano, concentrado en un juego importante.
A menudo me imaginaba bateando en las ligas mayores, que hacía un jonrón con las bases llenas, que la pelota llegaba hasta los asientos del estadio y la multitud gritaba mientras yo corría todas las bases y me acercaba a la base destino.
Jamás imaginé lo que me esperaba. Después de entregarle mi corazón a Cristo, de arrepentirme de mis pecados y poner toda mi vida en Sus manos: dejé mis sueños, junto con el bate, y por fe acepté plenamente el plan de Dios, confiando en que Él me guiaría todo el camino. Lo hizo, lo hace, y lo hará.
Cuando lo recuerdo, veo que me guió la mano de Dios. Siento Su Espíritu conmigo hoy, y lo más consolador es que sé que Él no me abandonará en este último tramo en que estoy acercándome a casa. Billy Graham[2]
Encontrar las bendiciones
Aunque el proceso de envejecimiento puede ocasionar dificultades, también acarrea cosas que desde una perspectiva cristiana pueden considerarse bendiciones. Por ejemplo, la edad trae aparejada una disminución de la fortaleza física y en cierta medida quizá también de la fuerza mental; no obstante, ello puede derivar en una relación más profunda con Dios y redundar en una mayor fortaleza espiritual. El apóstol Pablo experimentó una suerte de debilidad o dolencia —una espina en la carne— que Dios no le erradicó, por más que Pablo buscó librarse de ella.
«Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: “Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:7–10).
Mientras vamos entrando en edad y el cuerpo se nos va debilitando, podemos tomar nota de la enseñanza de Pablo y aplicar los principios expresados por él, es decir, que en la debilidad podemos hacernos fuertes, que la gracia de Dios está a nuestro alcance en momentos de necesidad y que el poder de Jesús reposará sobre nosotros en nuestra debilidad. Si bien es posible que varíe el modo en que el Señor se sirva de nosotros a medida que envejecemos y que nuestras fuerzas y resistencia disminuyan, el poder de Cristo seguirá reposando en nosotros y se podrá valer de nosotros para transmitir Su mensaje y Su amor a los demás.
El apóstol Pablo también escribió sobre una debilidad de cierta amplitud en su cuerpo que por lo visto iba en continuo aumento. «Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:16–18).
Es inevitable que mientras vamos entrando en años nuestro cuerpo físico decline, se debilite y a la postre muera. No obstante, nuestro «hombre interior» —nuestro espíritu— se renueva de día en día y no perece jamás. A medida que envejecemos, podemos dar por hecho que declinaremos físicamente. Así y todo, podemos aguardar con ilusión una continua renovación y crecimiento espirituales en cuanto nos vamos acercando fielmente a Dios y Él se acerca a nosotros (Santiago 4:8).
Mientras avanzamos en edad es muy factible que enfrentemos diversas pruebas relacionadas con la vejez, las cuales nos ocasionarán ciertas dificultades que nos tocará poner en manos de Dios. Dichas circunstancias nos instan a orar y depositar nuestra confianza en el Señor, al tiempo que lo buscamos a fin de dar con la solución indicada para sortear los obstáculos que enfrentamos. A medida que el proceso de envejecimiento va debilitando nuestro cuerpo, podemos solicitar a Dios la gracia y las fuerzas para vivir de tal manera que lo glorifiquemos y lo alabemos.
El apóstol Pablo compara nuestro cuerpo humano con tiendas de campaña y señala que mientras esta tienda temporal se deshace, suspiramos por una casa no hecha de manos, eterna en los cielos (2 Corintios 5:2). Escribió que nosotros, como creyentes, «gemimos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:23). Cuanto más vamos entrando en edad, más suspiramos por nuestros cuerpos gloriosos, los cuales recibiremos cuando Cristo retorne y serán muy distintos de las frágiles tiendas en las que vivimos actualmente. Peter Amsterdam
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Al final de la vida, no solo al comienzo, los cristianos son más diferentes del resto del mundo. Entonces la verdadera belleza de una mujer, el verdadero carácter de un hombre, se ve como es en realidad. Por esa razón, a veces parece haber un poco de gloria y luz en la vida de los ancianos que son cristianos. Han permanecido frescos y llenos de verdor, como sugiere el Salmo 92, porque han entregado el corazón al Señor en adoración. […] La verdadera adoración pone carácter en nuestra vida, humildad en nuestro comportamiento, fortaleza y confianza en nuestra testificación. […] Aprendamos a adorar a Dios, con la fidelidad y alegría del autor del Salmo 92. Sinclair Ferguson[3]
Publicado en Áncora en octubre de 2023.
[1] Sharon W. Betters y Susan Hunt, Aging with Grace: Flourishing in an Anti-Aging Culture (Crossway, 2021).
[2] Billy Graham, Nearing Home: Life, Faith, and Finishing Well (Thomas Nelson, 2011).
[3] Sinclair Ferguson, A Heart for God (NavPress, 1985).
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