Encaremos con fe las dificultades de la vida
Tesoros
[Facing Life’s Challenges with Faith]
Dios ha concedido a cada persona que ha creado el maravilloso don de la vida. Creó este hermoso mundo para que viviéramos en él y lo disfrutáramos, y nos dio la capacidad de amar y ser amados. Él da generosamente a todos el inestimable don de la vida, con todas sus alegrías y dificultades. «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. […] Él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas» (Hechos 17:24,25).
El mayor regalo que ha hecho Dios a la humanidad es la vida eterna, lo que también se conoce como salvación o nacer de nuevo. Se trata de un regalo que recibimos al creer en Jesucristo como Señor y Salvador, reconociendo nuestros pecados e invitándolo a vivir en nuestro corazón y formar parte de nuestra vida (Romanos 10:9,10).
Todos somos pecadores por naturaleza, y nuestros pecados nos separan de Dios (Isaías 59:2). Solo podemos reconciliarnos con Él si se expían nuestros pecados, y esa expiación solo podía hacerla Jesús, que era perfecto. Él abandonó el Cielo, vino a la Tierra y tomó forma humana para vivir como nosotros, tener nuestras mismas experiencias y darnos la prueba suprema del amor de Dios por la humanidad al morir en nuestro lugar para que nosotros vivamos para siempre.
Jesús dijo que vino a la Tierra «para dar Su vida en rescate por todos» (Mateo 20:28). Murió para que todos tuviéramos oportunidad de conocer el amor de Dios, obtener perdón y reconciliarnos con Él.
La Biblia promete muchas bendiciones, recompensas y dones del Espíritu a todos los que aceptan a Jesús y se convierten en hijos de Dios. Él ha prometido el don de la «vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» a todos los que creen (Romanos 6:23), una corona de vida a los que lo aman (Santiago 1:12), la provisión de todo lo que necesitemos (Filipenses 4:19), Su Espíritu Santo para que esté con nosotros y nos guíe a lo largo de la vida (Juan 14:15–17) y los frutos de Su Espíritu, como el amor, la alegría y la paz (Gálatas 5:22,23).
Temporadas de dificultades y tribulaciones
Si bien Dios nos ha concedido grandes dones y nos ha hecho magníficas promesas con relación a nuestro futuro, un aspecto difícil de entender es el hecho de que los cristianos no somos inmunes a los retos y tribulaciones de esta vida. Eso nos puede llevar a preguntarnos cómo es que un Dios bueno y amoroso permite que Su pueblo sufra desgracias y tragedias, como la muerte de un hijo, una enfermedad grave o apuros económicos. Cuando las oraciones para vernos libres de circunstancias penosas no parecen obtener respuesta, nuestra fe y confianza en Dios pueden tambalearse.
Sabemos que Dios profesa a Sus hijos un amor eterno que excede a todo conocimiento y sobrepasa nuestra capacidad de comprensión (Efesios 3:17–19). También sabemos que Él manda en nuestra vida y que ha prometido que «a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien» (Romanos 8:28). Siendo así, cualquier cosa que permita que nos suceda tiene que contribuir a que todo sea para nuestro bien, y podemos tener la confianza de que Él tiene un propósito en cada prueba o dificultad a la que nos enfrentamos.
Tales dificultades son parte integral de nuestro proceso de desarrollo espiritual y cumplen un papel importante. Como explicó el apóstol Pedro en 1 Pedro 1:6,7: «Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. […] La fe de ustedes […] al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele».
Se cuenta que un lutier se pasó años buscando una madera que diera a sus instrumentos una resonancia espectacular. Su búsqueda no llegó a su fin en un vivero ni en una arboleda de un valle protegido, sino en la escarpada cima de una montaña, justo por debajo del límite arbóreo, donde los vientos habían soplado con tal furia y constancia que todas las ramas de los árboles apuntaban en la misma dirección y la corteza de los troncos no tenía oportunidad de crecer en la parte más azotada por el viento. La madera de esos árboles expuestos a las inclemencias del tiempo tenía un grano más fino y cerrado que ninguna otra que hubiera encontrado. Era firme, dura y fuerte, y dio a sus violines un sonido muy particular.
De igual manera, cuando Dios prepara a Sus hijos para el lugar que ocuparán en Su reino, no los pone en fértiles llanuras, sino en abruptas laderas en las que aprenden a aguantar las tempestades de la vida.
Desarrollo y formación del carácter de un cristiano
Las pruebas y tribulaciones nos fortalecen y moldean nuestro carácter. Pueden convertirnos en mejores personas y en cristianos más fuertes. Rick Warren escribió: «El objetivo fundamental de Dios con relación a tu vida en la Tierra no es tu comodidad, sino la formación de tu carácter. Él quiere que crezcas espiritualmente y te vuelvas como Cristo. Le interesa más tu carácter que tu comodidad».
El proceso de crecer a imagen de Cristo es gradual, y se produce en nosotros a lo largo del tiempo por obra del Espíritu Santo. «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Corintios 3:18).
Las pruebas de la vida sirven para desarrollar en nosotros un carácter cristiano, ya que «el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza» (Romanos 5:3–5). Por esta razón, podemos considerarnos «muy dichosos» cuando nos enfrentemos a diversas pruebas, sabiendo que la prueba de nuestra fe «produce perseverancia». Eso sí, tenemos que dejar que la perseverancia lleve «a feliz término la obra, para que [seamos] perfectos e íntegros sin que [nos] falte nada» (Santiago 1:2–4).
Mayor cercanía con Jesús
En las tribulaciones nos acercamos a Jesús, nuestro salvador y amigo. Lo buscamos de todo corazón y hallamos seguridad, protección, paz y consuelo en Su presencia. Él desea tener una relación cercana con nosotros, y ha prometido que si nos acercamos a Él, Él se acercará a nosotros (Santiago 4:8). Dice: «Vengan a Mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que Yo los haré descansar. Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma» (Mateo 11:28,29).
Además, las pruebas y contrariedades de la vida nos hacen tomar mayor conciencia de nuestra debilidad e incapacidad, y a raíz de eso nos acercamos a Dios. Aprendemos a depender más de Él, a buscar Su presencia y a aferrarnos a Él con todas nuestras fuerzas. En los momentos difíciles de desolación, descubrimos que Él por Sí solo es capaz de sostenernos, y que siempre está con nosotros, contra viento y marea (Hebreos 13:5). Así nos fortalecemos espiritualmente, y nuestra fe aumenta, porque en nuestra debilidad aprendemos a valernos de las fuerzas que Él nos da y se nos confirma lo que le dijo el Señor a Pablo: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).
Lamentablemente, la naturaleza humana es tal que cuando todo marcha bien no sentimos una necesidad apremiante de acudir a Dios en procura de ayuda y fuerzas. Cuando todo nos sale a pedir de boca, tenemos tendencia a sentirnos autosuficientes. Eso puede llevarnos a descuidar nuestros ratos de oración, lectura de las Escrituras y adoración. Si no tuviéramos dificultades y tribulaciones, no captaríamos plenamente lo mucho que necesitamos buscar refugio en Dios y no aprenderíamos a hallar fuerzas y consuelo en la comunión con Él.
Los momentos difíciles nos ayudan a tomarnos un respiro de las cargas y preocupaciones de nuestra rutina diaria, a hacer una pausa en medio del ritmo acelerado de la vida moderna para reflexionar sobre lo que tiene un valor eterno. Si aprendemos a acudir a Jesús en los momentos enredados y a presentarle todas nuestras inquietudes y ansiedades, descubriremos lo profundo que es Su amor por nosotros. Puede que la dificultad no se desvanezca, pero Él nos concederá «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7), y nos ayudará a confiar en que Él está obrando en nosotros y siempre está a nuestro lado.
De modo que si tienes apuros económicos, o trastornos de salud, o te encuentras en una situación emocionalmente complicada, no te desesperes. Si te preocupa la situación mundial, tu futuro o el bienestar de tu familia, sigue confiando en Dios, en Su plan y en Su propósito para ti. Jesús te ayudará a superar todas las dificultades si lo buscas en oración.
Si bien puede que las circunstancias no cambien —al menos no inmediatamente—, Dios puede ayudarte a remontar los obstáculos. Es posible que no elimine todos tus problemas, pero te ayudará a salir airoso de ellos. «Tú, deja tus pesares en las manos del Señor, y el Señor te mantendrá firme; el Señor no deja a Sus fieles caídos para siempre» (Salmo 55:22).
Dios no promete que nunca tendremos
tentaciones y quebrantos extremos,
ni que no habremos de llevar a cuestas
cruces pesadas y cargas molestas.
Mas nos promete fuerzas cada día,
descanso a su tiempo, luz como guía,
gracia en las pruebas, ayuda del Cielo,
compasión y amor imperecedero.
Annie Johnson Flint (1866–1932)
Ponte bien con Dios
Tú, Señor, eres mi roca y mi redentor; ¡agrádate de mis palabras y de mis pensamientos! Salmo 19:14
Si no miramos nuestros desengaños, penas, pruebas, enfermedades y demás dificultades bajo el prisma de Romanos 8:28, nos exponemos a no captar algunas de las valiosas enseñanzas que el Señor quiere impartirnos y a vernos privados de la paz que se obtiene al confiar en esa importante promesa y principio.
Algunas crisis y calamidades que nos sobrevienen son de nuestra propia factura, consecuencia de nuestros descuidos, errores o malas decisiones y acciones. En ciertos casos obedecen a equivocaciones y acciones de otras personas, o a circunstancias que escapan a nuestro control. Sea como sea, podemos tener la confianza de que Dios tiene nuestra vida y nuestro futuro en Sus manos. Aunque Él no nos haya causado esas dificultades, nada nos sucede sin Su permiso.
Todos en algún momento nos hemos apartado de Jesús, nuestro pastor, y desviado de la senda por la que nos conduce (Juan 10:11). Nos enfrascamos en nuestros planes y asuntos y solo pensamos en nuestros intereses. O actuamos impulsivamente y tomamos decisiones importantes sin detenernos a averiguar cuál es la voluntad de Dios. Otras veces hacemos cosas que sabemos que están mal o que no se ajustan a lo que Él dice en la Biblia.
Jesús, nuestro buen pastor, nos conduce por la senda por la que debemos andar, nos da instrucciones por medio de Su Palabra y de Su Espíritu, nos habla al corazón y nos indica lo que está bien y lo que está mal. Seguidamente nos dice como a Sus primeros seguidores: «Si saben estas cosas, y las hacen, serán bienaventurados» (Juan 13:17). Si creemos lo que nos dice, lo que nos ha enseñado por medio de Su Palabra, y hacemos caso de ello, contamos con Su bendición.
A veces nos toca pagar las consecuencias de nuestras acciones si hemos contravenido los grandes mandamientos divinos, que son amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:30,31). Pero cuando fallamos y pecamos, Él no se lo toma a mal, pues sabe que somos débiles y falibles; y en el momento en que nos volvemos hacia Él, se apresura a perdonarnos. La Palabra de Dios promete: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Él nos ama, y desea ayudarnos a aprender para que nos volvamos más como Cristo.
Valdrá la pena
Cuando Jesús abandonó la Tierra y regresó al Cielo, prometió prepararnos un lugar donde no habrá más muerte, pesar, dolor ni llanto (Juan 14:2,3; Apocalipsis 21:4). Por eso mismo el apóstol Pablo afirmó que «las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18).
Cuando lo veas todo oscuro, confuso o turbio, cuando las lágrimas te empañen los ojos y la desesperación quiera apoderarse de ti, recuerda que puedes hallar consuelo en Su presencia, y paz y fe en Su Palabra. Nunca olvides que Él te ama, y que todo lo que permite que te suceda, tanto si te parece bueno como si no, acabará redundando en bien para ti. Si confías en Él durante todo el proceso, te convertirás en un cristiano más sabio, más amoroso y más útil, un instrumento Suyo que lleve Su luz al mundo, que dé a conocer Su amor y Su verdad, y que consuele y fortalezca a quienes lo necesitan.
Ya nada importará al ver al buen Jesús;
se desvanecerá todo pesar.
Las penas del ayer se irán al verlo a Él.
Sigue luchando, pues, sin desmayar.
Esther Kerr Rusthoi (1909–1962)
Publicado en Áncora en agosto de 2025. Traducción: Esteban.