En qué consiste el éxito
Recopilación
«Considero que en nada soy inferior a esos “superapóstoles”. Quizá yo sea un mal orador, pero tengo conocimiento.» 2 Corintios 11:5,6[1]
La antigua cultura griega llegó a tener un elevadísimo concepto del éxito. Los poetas y dramaturgos griegos todavía hoy son célebres por la influencia cultural que ejercieron. Los griegos fundaron los Juegos Olímpicos y gestaron la era filosófica con lumbreras de la talla de Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y demás. Otros pensadores griegos establecieron un grupo denominado los sofistas, que formaban hombres con el propósito explícito de proyectar una potente imagen de éxito, fuerza y confianza.
No es de extrañar, pues, que una obsesión por irradiar éxito y confianza se infiltrara en la iglesia corintia primitiva. Pablo escribió la Segunda Epístola a los Corintios para afrontar los ataques que los creyentes de esa localidad lanzaban contra su autoridad y motivaciones. Sabían que Pablo era capaz de escribir cartas robustas y enérgicas, pero se quejaban de que en persona no causaba mayor impresión ni era buen orador. En su opinión un verdadero apóstol debería estar seguro de sí mismo y expresarse bien, y hasta quizá cobrar por sus deberes ministeriales para demostrar su profesionalismo.
Asimismo pensaban que un apóstol no debía sufrir. Sería humillante experimentar las penas y dolores que afligen a otras personas. Sostenían la creencia de que parte de la piedad consistía en trascender el sufrimiento.
El modelo paulino no se ajustaba a la escala de valores de la cultura griega ni evaluaba el apostolado según los parámetros de éxito del mundo. El modelo de Pablo era Jesucristo, que también fue rechazado y perseguido. Jesús fue rechazado por la jerarquía judía porque no se ajustó a la expectativa que esta tenía del Mesías. Se lo desacreditó por asociarse con pecadores y recaudadores de impuestos; pero Jesús no medía el éxito según quienes fueran Sus oyentes, ni según el tamaño de la multitud, la fuerza del argumento ni las rentas que produjera su ministerio. Tuvo éxito porque fue obediente a Su Padre y dio a conocer la verdad a la gente.
Es fácil quedar atrapado en valoraciones defectuosas sobre el éxito. Hoy en día es dable que las iglesias concentren más la atención en presentar cifras globales e índices de asistencia que en predicar la Palabra de Dios y formar discípulos. Muchos cristianos perdían totalmente el interés cuando se enteraban de las enseñanzas de Jesús o de Pablo sobre lo que cuesta ser un discípulo. Más bien se sentían atraídos por un evangelio de la prosperidad, que sostiene que creer en Jesús acarrea abundante salud, caudales y bendiciones.
Pablo afirma que los aprietos y sufrimientos no solo son parte de la vida, sino que, lejos de ser factores que inhabilitan, nos otorgan en realidad cartas credenciales para el apostolado. Por eso dice: «De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo»[2]. En lugar de quedar exentos de sufrimientos, Pablo dice que estamos equipados para experimentarlos y que gracias a ellos llegamos a conocer a Dios de manera mucho más profunda que si nuestra vida hubiera ido siempre como una seda. Brett McBride
Éxito intangible
Al pensar en las personas que admiro y que considero modelos de conducta dignos de emular, veo que —más allá de ser famosas o no— todas han elegido una vida de sacrificio y servicio al prójimo con miras a que otros lleguen a conocer al Señor de manera íntima y personal. Muchos desde luego no parecen haber obtenido un éxito muy tangible ni adquirido bienes cuantificables, las cosas materiales de este mundo. Algunos no se consideran gran cosa, en particular cuando sopesan su situación y la juzgan según los criterios del mundo. No obstante, a los ojos de Dios son personas destacadas.
La Biblia lo confirma, pues pone de manifiesto la perspectiva divina: que Dios considera inversionistas inteligentes a quienes eligen una vida de sacrificio y entrega, personas que dedican tiempo y trabajo para obtener bienes eternos, y que amontonan tesoros y riquezas de los que nunca se las despojará[3]. Esa es la gente que Dios considera notable. Es también la gente que yo admiro: quienes se han sacrificado y se han entregado para que otros vivan.
Si tú eres una de esas personas y por muchos años has tomado decisiones que supusieron sacrificios, pero aún no te parece que has recibido gran cosa a cambio, creo que a la larga verás que el reembolso de tus inversiones superará ampliamente tus expectativas, cuando no en esta vida, ciertamente en la venidera[4].
Has sido un empleado fiel del Señor y te has sacrificado por Él. Puedes tener la certeza de que, si bien las bendiciones de Dios no siempre se manifiestan físicamente ni se pueden calcular en dinero contante y sonante, en el servicio de Dios no existen el desempleo ni la bancarrota y Él cuida de los Suyos.
Dios todavía ofrece la mejor seguridad laboral, asistencia de salud y todos los beneficios que podrías desear. A veces lleva tiempo obtener todas esos beneficios y no siempre nos llegan tal y como los teníamos previstos. Sin embargo, conviene recordar que el Señor siempre es bueno y todo hombre o mujer que confíe en Él será favorecido. «Bendito quien confía en el Señor, quien pone en el Señor su seguridad»[5]. María Fontaine
¿Cuál es la definición bíblica de éxito? ¿Qué dice la Biblia sobre el éxito?
El mundo define el éxito según la cantidad de riqueza, poder y fama que una persona amase aquí en la tierra. Las definiciones mundanas del éxito son engañosas y trágicas, porque se centran en lo efímero y pasajero y desestiman lo perdurable y eterno. [...] La Biblia, por el contrario, define el éxito en términos de lo que se considera espiritual y duradero y lo que concluye en vida y alegría eternas[6]. Por una parte, el éxito según el mundo se centra en la autopromoción y la autocomplacencia; el éxito según la Biblia, en cambio, se centra en obedecer y glorificar a Dios[7].
El éxito consiste en obedecer a Dios. Para obtenerlo es preciso investirse del poder del Espíritu de Dios, actuar motivado por el amor de Dios y tener por finalidad fomentar el reino de Dios. El éxito parte por obedecer el mandamiento divino que nos insta a arrepentirnos y creer en Jesucristo. [...] Si bien antes de conocer a Cristo estábamos enajenados de Dios y desprovistos de esperanza en el mundo[8], luego de recibir a Cristo nos reconciliamos con Dios y deseamos amarlo con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas[9]. Nuestro viejo corazón de piedra es extraído y sustituido por un corazón sensible a Dios[10]. Nos transformamos en nuevas criaturas en Cristo[11]. El verdadero éxito consiste en creer en Dios y obedecerle y amarlo. Radica en centrarse en lo que es eterno en lugar de fijarse en lo temporal. Es la transformación de nuestra vida, pensamiento y corazón por obra de Dios[12].
En el proceso de esa transformación se nos llama también a anunciar las buenas nuevas de Cristo. Alegóricamente somos luz y sal para el mundo[13] y el aroma de Cristo[14]. Habiéndonos reconciliado con Dios, se nos confía el ministerio de la reconciliación: dar a conocer la verdad de la salvación y de la vida en Él[15]. Al llevar una vida afín a Cristo, divulgar las buenas nuevas del evangelio y hacer discípulos, participamos con Dios en la promoción de Su reino[16].
Cabe recordar que Dios se deleita en concedernos buenas dádivas a Sus hijos, entre ellas bienes materiales. En Mateo 6 Jesús nos instó a no ponernos ansiosos por las necesidades físicas. Dijo: «Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas»[17]. Poseer riquezas mundanas no tiene nada de malo; el error se produce cuando empezamos a valorar las cosas mundanas por encima de Dios, cuando adoramos el don en lugar de adorar al dador. […] La cuestión no es el dinero ni el prestigio o la categoría, sino el amor a esas cosas. La clave del verdadero éxito bíblico consiste en concentrar nuestro corazón en Dios y permitirle que realice en nosotros Su obra transformadora. Tomado de compellingtruth.org[18]
Publicado en Áncora en septiembre de 2020.
[1] NVI.
[2] 2 Corintios 12:9.
[3] Mateo 6:19,20.
[4] Mateo 6:21.
[5] Jeremías 17:7 (BLPH).
[6] Mateo 6:19,20.
[7] Romanos 13:14; Gálatas 5:16; 1 Corintios 10:31.
[8] Efesios 2:12.
[9] Marcos 12:28–30.
[10] Ezequiel 11:19,20.
[11] 2 Corintios 5:17.
[12] 2 Corintios 3:18; Romanos 12:2.
[13] Mateo 5:13–16.
[14] 2 Corintios 2:14–17.
[15] 2 Corintios 5:18–21.
[16] Mateo 28:19,20.
[17] Mateo 6:33.
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