El servicio
Peter Amsterdam
Al ingresar al mundo, Jesús asumió la condición de siervo[1]. Los cristianos hemos sido llamados, como Él, a servir. Dicho servicio es un medio para que nuestra luz brille delante los demás y al mismo tiempo un modo de glorificar a Dios[2]. Todo servicio cristiano es una parte importante y hermosa del amor que profesamos por Dios, y si bien distintos cristianos realizan distintos tipos de servicio, todo servicio que ensalza a Dios es honroso.
El servicio tiene doble finalidad: ayudar a otros y ayudarte a ti mismo a superar algo que esté coartando tu crecimiento espiritual. Hay muchas ocasiones en que servimos sin otro móvil que nuestro amor por el Señor y los demás. No obstante, para los que aspiran a crecer espiritualmente, a ejercitarse y fortalecerse, el servicio, por mucho que exija sacrificio, puede ser un hermoso medio de lograr lo que se han propuesto.
La motivación para servir se halla en las Escrituras. Estos son los motivos que nos impulsan[3]:
- La gratitud: Servir es la respuesta adecuada al trato bondadoso que nos dispensa Dios. «Sírvanle en verdad con todo su corazón; pues han visto cuán grandes cosas ha hecho por ustedes»[4].
- La alegría: Servimos con alegría, no a regañadientes. «Sirvan al Señor con alegría»[5].
- El perdón: Al igual que Isaías, cuyos pecados fueron perdonados y acto seguido se ofreció a servir, nosotros también servimos para corresponder al perdón que se nos ha concedido. «Esto ha tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado. Y oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por Nosotros?” “Aquí estoy; envíame a mí”, le respondí.»[6]
- La humildad: Servimos movidos por la humildad. «Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan.»[7]
- El amor: Servimos porque amamos a Dios y al prójimo. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»[8]
Cuando servimos impulsados por la gratitud, la alegría, la humildad y el amor a Dios y a los demás, lo hacemos con gusto y entusiasmo, independientemente de la situación en que nos encontremos y del medio que Él nos haya indicado, ya sea extraordinario o prosaico.
Cuando Jesús lavó los pies de Sus discípulos asumió la labor de un esclavo. En aquella época nadie salvo el esclavo más servil lavaba los pies de quienes entraban en una casa. Esa noche en el aposento alto, Jesús —que había sanado a muchedumbres de enfermos, expulsado demonios, calmado tempestades y caminado sobre las aguas— se arrodilló y lavó los pies mugrientos de los discípulos a quienes amaba y servía.
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó Su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: «¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan. En verdad les digo, que un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. Si saben esto, serán felices si lo practican». Juan 13:12-17
Jesús manifestó claramente que sea cual sea tu prestigio espiritual, el puesto laboral que ocupes, el capital que poseas o cualquier otra cosa que según tu percepción o la de otras personas te otorgue superioridad sobre los demás, todo eso ha de hacerse a un lado al servir al prójimo. Cuando Santiago y Juan solicitaron puestos de autoridad, Jesús les respondió: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos.»[9] Jesús nos invita a no fijarnos tanto en el rango y la autoridad y señala que la grandeza a los ojos de Dios se halla sirviendo a Dios y a nuestros semejantes movidos por el amor y la humildad, como un acto de gratitud, para corresponder al perdón recibido.
La persona que sirve por amor a Dios y al prójimo no busca gratificación externa. No necesita que otros se enteren. No pretende el aplauso y la gratitud de los demás. Se contenta con servir anónima y humildemente. No distingue entre servicio pequeño y grande, ya que todo acto de servicio es fruto de la misma motivación. El acento no está en los resultados. Tampoco espera que el beneficiario corresponda al servicio prestado, sino que encuentra placer en el servicio mismo. No discrimina; no aspira a servir a los nobles y poderosos, sino a todos los que padezcan necesidad, comúnmente los humildes y los indefensos. Presta sin falta sus servicios sea cual sea su estado de ánimo; no se deja llevar por cambios de humor o por caprichos, sino que disciplina sus sentimientos y satisface la necesidad que haya. Vela por las necesidades ajenas sin pretensiones[10].
Se empieza por tener una actitud de servicio. Es abrigar un deseo de servir, de ayudar cuando sea y donde sea necesario. Es demostrar de manera palpable amor e interés sincero por los necesitados. Es dar una mano cuando haga falta. Es aprovechar tus aptitudes y los dones del Espíritu para ayudar por cualquier medio de que dispongas cuando la situación lo exija.
«Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo»[11]. El amor se cumple cuando unos sobrellevamos los dolores y sufrimientos de los otros, llorando con los que lloran, particularmente con los que atraviesan un valle de sombra de muerte. Podemos aliviar las penas y angustias de nuestros semejantes depositándolas en los fuertes y cariñosos brazos de Jesús.
Jesús dijo: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve»[12]. Si deseamos ser imitadores de Cristo, entonces aprender a servir al prójimo con amor y humildad, como hizo Jesús, sin otro interés que glorificar al Padre, y comprometernos a ello, es una disciplina que merece la pena practicar.
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2018.
[1] Filipenses 2:6,7.
[2] Mateo 5:16.
[3] Puntos tomados de Spiritual Disciplines for the Christian Life, de Donald S. Whitney (Colorado Springs: Navpress, 1991), 117–122.
[4] 1 Samuel 12:24 (NBLH).
[5] Salmo 100:2 (NBLH).
[6] Isaías 6:7,8 (NBLH).
[7] Juan 13:14,15 (NBLH).
[8] Mateo 22:37–39.
[9] Marcos 10:42–44 (NVI).
[10] Foster, Richard J., Celebración de la disciplina (Buenos Aires: Editorial Peniel, 2009).
[11] Gálatas 6:2 (RVC).
[12] Lucas 22:27.
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