El relato de Belén
Virginia Brandt Berg
Se acerca de nuevo la temporada navideña. Ya se han puesto magníficos adornos de la temporada. Se ve el decorado en las ventanas de las tiendas; algunas tienen decoración automatizada extraordinaria.
Me quedé reflexionando frente a una tienda que tenía la ventana llena de duendes que bailaban en círculo. No entendía la razón por la que aquel decorado representaba nuestra querida Navidad. ¡Una decoración así para celebrar el cumpleaños de Cristo, el Hijo de Dios! Quise saber por qué el gerente de la tienda no prefirió colocar allí un bonito nacimiento; sería algo hermoso y atrayente para el corazón humano. ¿Por qué poner algo ridículo en cambio? ¡Duendes tontos que bailaban en círculos y tocaban unas trompetitas de hojalata!
Luego pensé en la escena de Belén. Es posible que la humanidad no habría revelado de ese modo al gran Dios. El ser humano no se imaginaría que Dios elegiría revelarse de esa manera, ni iniciar así un movimiento tan importante como el cristianismo.
Me quedé de pie allí un rato; pensé en todo eso y luego me llegó esta idea: «Al ser humano no se le habría ocurrido nunca elegir a un diminuto bebé, un pesebre, la mesa de un carpintero. Todo eso es muy contrario al razonamiento carnal. Eso habría sido un golpe al orgullo del hombre. Manifestar así el poder y la fuerza de un gran Dios no habría sido la idea del género humano». Dice en Su Palabra: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos»[1]. Luego recordé 1 Corintios 1:27, donde la Palabra de Dios dice: «Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte».
Está claro que en el nacimiento del Hijo de Dios, en el estupendo relato de Belén, Dios haavergonzado a los fuertes. Dios hace ver que Su manera de hacer las cosas puede ser contraria a la lógica humana y a la expectativa natural.
Cuando Dios quiso manifestarse a Sí mismo, tomó un bebé débil, un ser pequeñito en cuerpo humano. Nos entregó a Su manera esa gloriosa verdad. Continué mis cavilaciones mientras me encontraba allí, de pie: ¿Qué se aprende de todo esto? ¿Qué Dios se vale de lo necio para confundir a lo fuerte? Sí. En Isaías 49:5 dice: «El Dios mío será mi fuerza».
Olvidamos que en el pasado Dios ha dado la victoria a una minoría, de modo que aprendamos que sin Él, no podemos hacer nada[2]. Pensamos que si somos fuertes sin duda ganaremos. Nos parece que son muy tontas las leyes del Cielo. Sin embargo, cuántas veces Dios ha dado la victoria a una minoríaa fin de mostrar la verdad de Su Palabra, ¡que cuando somos débiles, entonces somos fuertes! Alguien lo expresó de esta manera excelente: «Dios y una persona son una mayoría».
Dios y un pequeñísimo bebé pueden transformar el corazón de los hombres y cambiar los mapas del mundo. Cuando Dios obra, toma una pequeña piedra para matar a un gigante. Y así nos revela lo poco que hace falta si Diosinterviene. Por lo tanto, un cristiano prudente dirá: «No hay fuerza en mí. No puedo hacer esto solo. Debo contar con las fuerzas y la ayuda de Dios. Debo tener a Dios de mi parte». Luego, debido a ese estado de indefensión y una gran dependencia de Dios, el Señor vendrá a ayudar. Dios vendrá con refuerzos celestiales y ofrecerá apoyo con todos los recursos del Cielo. Y entonces se cumplirá lo que dice este pasaje: «Mi poder se perfecciona en la debilidad».
En las presiones de la vida cotidiana, debemos recordar que vivir en la presencia de Dios y en comunión diaria con el Señor Jesús es lo que transforma el alma y el corazón. Sin embargo, por una u otra causa, la meditación ha llegado a ser un arte olvidado en el ajetreo desenfrenado de esta generación. Ese trajín y esa prisa demenciales se acentúan cuando estamos en lo más álgido de la temporada navideña; mejor dicho, la temporada de compras. Hay quienes no se detienen nunca para disfrutar nada de la vida hasta después de Navidad, y hasta que se desploman en la cama con un suspiro de alivio: «Ay, me alegro de que todo eso ya terminó». ¡Qué lástima!
¿Por qué no paramos a disfrutar de la Navidad? Hablo de gozar realmente de su esencia. Disfruten de la belleza y dejen de afanarse por tantas cosas. Son tantas las maravillas que ofrece esta temporada de Pascua y hay tantas cosas bellas que ver. Es una pena perdérselo todo por la presión de cumplir con las expectativas de algunas personas o no querer ser menos que el vecino, envolviendo esto, apurándose por conseguir aquello y conseguir lo otro y por preparar tal cantidad de platos.
En medio de tanta actividad febril nos olvidamos del Señor mismo. El Salmo 16 dice: «Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no sucumbiré»[3]. Él está cerca, a nuestra derecha, tan cerca que podemos hablar con Él. Aun así, no lo vemos cuando andamos demasiado ocupados para advertir Su presencia. En el absurdo ajetreo de las compras navideñas ni nos percatamos de que Él está ahí.
No oiremos la voz del Señor, pues Su voz no se oye sino en la quietud, cuando esperamos en Él, en santo silencio, y cuando tenemos tiempo para desentrañar Su voz ahogada en medio de las muchas otras que resuenan a nuestro alrededor. Es una voz muy delicada y apacible, que no se suele oír cuando vamos a toda prisa.
Reza un antiguo dicho que en «noche tempestuosa no cae rocío». Así también, la dulzura de la presencia de Cristo rara vez la encuentran las almas nerviosas que andan a un ritmo febril. En cambio, el rocío del cielo y las más selectas bendiciones caen sobre el alma que guarda silencio y espera Su presencia.
Yo creo que Él tal vez se para hoy en día en nuestros centros comerciales con los brazos extendidos diciendo: «Estad quietos y conoced que Yo soy Dios»; y el otro hermoso versículo que citamos con tanta frecuencia: «En quietud y en confianza será vuestra fortaleza»[4].
Escucha, amigo mío. Sin una relación personal con el Cristo majestuoso, la vida será siempre una vorágine de prisas y febril actividad. Él es el único capaz de brindar paz, reposo y tranquilidad a tu corazón. Basta con que te detengas y le des la oportunidad.
Jesús, cada jornada me propongo
pasar tranquilos ratos a Tu lado,
saborear esa paz que me has dado,
oír Tu dulce voz con desahogo.
En un lugar ameno y apartado
desechar los afanes de esta vida,
dar fuerzas a mi alma alicaída,
desterrar la borrasca y el enfado...
Un lugar de serenidad y confianza
en el que solo Tú puedes surtirme
de aquello que preciso sin tardanza,
de esa bendición básica y sublime...
un lugar de reposo y alabanza
donde mi ser descanse y se ilumine.
Adaptación de un poema de Martha Grenfell
Dios te bendiga y te guarde y haga resplandecer Su rostro sobre ti en esta Navidad y siempre.
Texto adaptado de transcripciones del programa Momentos de meditación. Publicado en Áncora en diciembre de 2015.
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