El relato. 1ª parte
Peter Amsterdam
En este artículo quiero hablar del trasfondo del mensaje del Evangelio, del relato que lo inspira. Se trata de una historia que ya conocen y que transformó su vida. Si bien la trama y el guión no han cambiado, hay muchas formas de contar el relato, y me pareció que si hago un resumen del mismo, a lo mejor les traiga a la memoria detalles o aspectos en los que quizá no hayan pensado en un buen tiempo. Ello también podría serles útil cuando sientan la necesidad de personalizar el mensaje para alguien o de relatarlo de manera que lo entiendan las personas a las que se dirijan.
Como relatan los libros del Antiguo Testamento, escritos por Moisés, en el principio del tiempo Dios creó el universo y dentro del universo creó el mundo y todo lo que hay en él. Creó al ser humano a Su propia semejanza.
Los primeros seres humanos, Adán y Eva, vivieron en un mundo muy distinto al de hoy en día. Era un mundo en el que no tenían que trabajar para comer, en el que estaban en armonía el uno con el otro, con la creación y con Dios. Vivían en un mundo hermoso en el que todo era «muy bueno»[1]. No conocían el mal y si bien tenían libre albedrío al igual que nosotros, tenían la habilidad de no pecar nunca. En algún momento de su vida idílica en el huerto del Edén, fueron tentados por Satanás y dudaron de lo que Dios les había dicho, lo cual los condujo a la desobediencia y posteriormente al pecado. Cuando optaron por desobedecer a Dios, conocieron el mal[2]. A raíz de ello, Dios tuvo que expulsarlos del huerto para que no comieran del árbol de la vida y vivieran eternamente en su condición de desobediencia[3].
Su desobediencia provocó un distanciamiento entre ellos y Dios, la consecuencia natural del pecado, y además alteró la relación que tenían con Él. Su mundo cambió diametralmente. Perdieron la inocencia; habían conocido el mal, y el mal entró a la humanidad. La condición del ser humano y la creación se vio alterada, la tierra fue maldita y la muerte entró al mundo[4].
El pecado produjo una separación entre Dios y el ser humano, como un portón que el hombre no podía abrir ni traspasar. Dios, movido por el amor que le tiene a Su creación, tenía un plan que con el tiempo abriría ese portón, eliminaría la maldición y derrotaría a la muerte.
Pasó el tiempo y Dios eligió a un hombre, Abraham, el cual no tenía hijos, y le prometió que sería el padre de una gran nación, que de su descendencia saldrían reyes y que a través de él todos los pueblos de la Tierra serían bendecidos[5]. Los descendientes de Abraham por parte de su hijo Isaac fueron los hijos de Israel. Dios ratificó este pacto con el nieto de Abraham, Jacob, y cambió su nombre a Israel[6]. A partir de ese momento Dios denominó a los descendientes de Abraham Su pueblo y tuvo una relación extraordinaria con ellos.
Dios protegió a los hijos de Israel y los hizo prosperar. Los trasladó a Egipto para salvarlos de la hambruna. Pasaron unos años y los egipcios los convirtieron en esclavos, pero tras 400 años de esclavitud, Dios hizo surgir a Moisés para que los librara de la esclavitud a través de una serie de milagros increíbles, entre ellos las plagas que descendieron sobre los egipcios, la noche de la Pascua[7], la división de las aguas del Mar Rojo para que los hijos de Israel pudieran escapar de los egipcios, y la destrucción del ejército egipcio cuando el mismo intentó perseguirlos.
Una vez que los hijos de Israel iniciaron su viaje de salida de Egipto, la presencia de Dios los acompañó manifestada en una columna de nube durante el día y una columna de fuego durante la noche. Poco después, la presencia de Dios se posó sobre el monte Sinaí y Dios le indicó a Moisés que subiera a la montaña, donde le dio Sus palabras y mandamientos, los cuales los hijos de Israel debían observar y obedecer.
Después de 40 años en el desierto, Dios los llevó a la tierra de Canaán, la cual había prometido a los descendientes de Abraham. Antes de que entraran a Canaán, Moisés les habló sobre las leyes de Dios que debían observar en esa tierra. Enumeró las bendiciones que recibirían si guardaban las leyes de Dios y obedecían Sus mandamientos, así como las maldiciones que descenderían sobre ellos si no lo hacían. Una de las maldiciones era que si desobedecían, serían tomados cautivos por otra nación. Otra maldición era que su nación sería destruida y su pueblo dispersado. Con el tiempo, la misma se cumplió.
Los hijos de Israel entraron a la tierra y la conquistaron. Con el paso de los siglos, Dios hizo surgir a profetas, jueces y reyes para guiar y gobernar al pueblo. Hizo un pacto con el rey David, prometiéndole que de su linaje Dios le daría a un hijo que edificaría una casa para Dios y que el trono de David perduraría para siempre[8]. Después de la muerte de David, su hijo Salomón edificó el primer templo, el lugar donde moraría la presencia de Dios entre el pueblo y al que podría acudir para adorarlo.
Tras la muerte de Salomón se produjo una ruptura que dividió el reino en dos, el reino de Israel y el de Judá. El reino de Israel lo conformaban las diez tribus del norte, y el de Judá las dos tribus del sur. Nadie sabe a ciencia cierta lo que les ocurrió a las diez tribus después de que Israel fuera destruido por los asirios de la antigüedad en el año 720 antes de Cristo, pero el reino de Judá siguió existiendo.
Debido a su repetida desobediencia a Dios, Él envió a un profeta tras otro para advertirles sobre la destrucción que habría de sobrevenirles si no se arrepentían y cambiaban su forma de obrar. En el año 587 aC, de conformidad con las profecías, el ejército babilonio conquistó Judá, destruyó la ciudad y el templo y se llevó a Babilonia al rey, su madre, sus sirvientes, sus oficiales y hombres valientes, a los artesanos y los herreros. Nabucodonosor también se llevó todos los tesoros del templo y después de un tiempo destruyó el templo y los muros de Jerusalén[9]. A este periodo se lo conoce como el cautiverio de Babilonia.
Pasados unos 50 años, y después de que los babilonios fueran conquistados por los persas, a algunos de los judíos se les permitió regresar a su patria. Al cabo de un tiempo construyeron un segundo templo. Fue en esa época que profetizaron los últimos profetas, Ageo, Zacarías y Malaquías, con lo cual llegaron a su fin los escritos del Antiguo Testamento. Siglos más tarde el segundo templo fue renovado por Herodes el grande y llegó a ser conocido como el templo de Herodes.
Durante el tiempo transcurrido entre la edificación del segundo templo y el nacimiento de Jesús, Israel fue conquistado y gobernado por los griegos. Israel se convirtió en parte del imperio seléucida, gobernado por uno de los generales de Alejandro Magno después de la muerte de éste. Aproximadamente un siglo y medio después, posteriormente a la revuelta de los judíos macabeos, Israel fue gobernado por la dinastía asmonea. En el 64 aC, fue conquistado por Roma y gobernado por reyes tributarios judeoromanos.
Los acontecimientos de la historia del pueblo judío siempre apuntaban al cumplimiento de la promesa de Dios, que a través del linaje de Abraham el mundo entero sería bendecido, que a través de Israel Dios haría descender una bendición sobre todas las naciones. Ese momento llegó con el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios prometió que la gloria de Israel sería restaurada, que los enemigos de Israel serían derrotados, que el rey de Israel gobernaría el mundo y que Dios moraría con Su pueblo.
(Continuará.)
Publicado por primera vez en febrero de 2012. Publicado de nuevo en Áncora en agosto de 2016.
[1] Génesis 1:31.
[2] Génesis 3:4-7.
[3] Génesis 3:22-24.
[4] Génesis 3:16–19.
[5] Génesis 12:1–3, 17:3–6.
[6] Génesis 28:13–15.
[7] Éxodo 12:22–23.
[8] 2 Samuel 7:12–13, 16.
[9] 2 Reyes 24:11–14, 25:8–12.
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