El Príncipe de paz
Recopilación
«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres (de buena voluntad). Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios». Lucas 2:14; Mateo 5:9 NBLH
Aunque la humanidad lleva miles de años aspirando a la paz, y esta nunca se anhela tanto como en Navidad, todavía se le escapa de las manos. Alcanzar auténtica paz a todos los niveles —desde los conflictos internacionales hasta en nuestra vida personal— se ha vuelto más difícil que nunca.
En la Biblia, la palabra paz significa mucho más que ausencia de hostilidades. La connotación es de salud y bienestar. En el Antiguo Testamento había dos palabras hebreas que abarcaban el concepto de paz: shalom (paz) y shalem (salud o plenitud). Comprendía paz interior (espiritual, emocional), salud, abundancia, armonía con la vida en todos los aspectos, incluso en situaciones borrascosas en que los problemas agobian y parece imposible la paz.
En el Nuevo Testamento se emplea más de cien veces la palabra griega irene para describir la paz. Por ejemplo, la expresión «ve en paz» significa «que te vaya bien; mantente abrigado y come bien»[1]. La noche antes de Su crucifixión, Jesús dijo a Sus discípulos: «La paz os dejo, Mi paz os doy. [...] No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo»[2].
Como en el Antiguo Testamento, la paz es mucho más que la simple ausencia de conflicto en la sociedad. Significa una sensación muy viva de bienestar interior que procede de Dios y se nos da como un bien valioso a los que recibimos a Jesús, el príncipe de paz, ¡sin el cual no existe verdadera paz! Eso significa paz para cada uno de nosotros, tanto en la vida personal como en las relaciones con los demás. La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento es muy real y práctica. No hace falta esperar la frágil y efímera paz del hombre.
Aunque te envuelvan la guerra y la confusión, puedes tener paz en tu corazón gracias a Jesucristo, el Príncipe de Paz. Aunque afuera haya guerra, agitación y caos, por lo menos te habrás deshecho de todo eso en tu interior. Y el Señor es capaz de guardarte en esas situaciones. Así pues, no tienes motivo para preocuparte.
Jesús nunca duerme. Vela en todo momento, junto con Sus ángeles. Conoce cada cabello de tu cabeza. Todo está en manos de Él. Dice un himno clásico: «Él guarda mi alma en lo profundo de la Roca (Jesús), la cual cubre una tierra seca y sedienta; Él oculta mi vida en lo más íntimo de Su amor y allí me cobija con Su mano».
El Señor es capaz de guardarte, estés donde estés. Y si considera mejor llevarte a casa para que estés con Él en el Cielo que cuidarte en la Tierra, en cualquier caso lo tienes todo resuelto. «Nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios»[3], y «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado»[4].
Jesús es nuestra paz. Nuestra ayuda proviene de Él. En Jesús está nuestra confianza. Depositemos nuestra confianza enJesús, que es la base más sólida que pueda haber.
Seguro en brazos de Jesús,
a salvo en Su tierno seno.
Allí sentirá felicidad tu corazón,
allí encontrarás dulce reposo[5].
Esta Navidad Jesús quiere acercarse de todo corazón a cada alma de la Tierra, ofreciéndole auténtica paz, consuelo, y también vida y amor eternos. Él ofrece el regalo de la salvación, de valor incalculable, a todos los que lo acepten. Jesús es el regalo de Navidad que entrega Dios al mundo. ¿Por qué no comunicar a otros esta Navidad la paz, el consuelo y la vida eterna que Él ofrece?
Ojalá seamos esta Navidad los pacificadores que Él quiere que seamos, difundiendo Su mensaje de amor y esperanza.
Alabanzas navideñas a Jesús
Eres Dios y eres hombre, rey y siervo. Dejaste atrás Tu trono de inmortalidad para revestirte de apariencia humana. Te hiciste uno de nosotros para salvarnos. Me invade un gozo inefable cuando pienso en que viniste callada y humildemente a nuestro mundo y lo transformaste para siempre.
Cuando naciste entre nosotros, nos hiciste el magnífico regalo de la salvación, la paz, la esperanza y el amor. ¿Quién iba a imaginar la transformación que se obraría gracias a un recién nacido hijo de padres comunes y corrientes, envuelto en trapos y acostado en un pesebre?
Gracias por el sentido de la Navidad, pues tenga o no familia y amigos, pase por buenos o por malos momentos, siempre podré contar contigo. Siempre tendré Tu amor, amor que ha superado la prueba del tiempo, amor que me salvó y ha salvado a muchos como yo. Gracias por decidirte a experimentar la alegría y el sufrimiento de los terrenales. Gracias por soportar las lágrimas, el dolor, la frustración, la soledad, el agotamiento y la muerte a fin de poder decir sinceramente que nos comprendes. Nunca ha existido un amor más perfecto que el Tuyo.
*
¡Resuenan alabanzas navideñas! Escucha, amado Salvador, mientras elevamos el corazón y la voz en gratitud a Ti. Queremos saturar la Tierra y el Cielo con alabanzas a Ti por el más grande de los regalos navideños: la vida que diste por nosotros, el obsequio de Tu amor eterno y de poder vivir eternamente contigo. Queremos que el universo reverbere con la sinfonía de nuestras alabanzas. Queremos que nuestra alabanza sea música en Tus oídos, música que te emocione.
Gracias por amarnos tanto como para estar dispuesto a hacerte uno de nosotros y experimentar lo mismo que nosotros, sentir todo lo que sentimos, sufrir todo lo que sufrimos y vivir la vida que vivimos. También por morir por el mundo y sobrellevar nuestros pecados a fin de que tuviéramos vida eterna. ¡Qué entrega! ¡Qué humildad! ¡Cuánto amor! ¡Qué resurrección! ¡Qué vida!
¡Álcese la batuta! Comience a tocar la orquesta de los ángeles. Suenen los violines, retumben las trompetas, redoblen los tambores, vibren los platillos y repiquen las campanas. Atruene la orquesta del Cielo en todo el universo con armónicas, potentes y majestuosas alabanzas a Ti, Jesús, nuestro magnífico Salvador y Rey.
Artículo de LFI publicado por primera vez en noviembre de 2001. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2014.
[1] Santiago 2:16.
[2] Juan 14:27.
[3] Colosenses 3:3.
[4] Isaías 26:3.
[5] Fanny Crosby, texto adaptado.
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