El Padrenuestro, 3ª parte
Peter Amsterdam
[The Lord’s Prayer—Part 3]
Después de las tres primeras peticiones en el Padrenuestro para que Dios sea venerado, Su reino venga, y se haga Su voluntad en la Tierra como en el Cielo, la oración, que estaba centrada en peticiones relacionadas con el Padre, se centra ahora en las necesidades humanas. «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del mal» (Mateo 6:11–13). Ese patrón de poner primero a Dios y luego pasar a las necesidades humanas se observa también en otras enseñanzas de Jesús. «Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).
La oración pasa de la segunda persona del singular (Tu nombre, Tu reino, Tu voluntad) a la primera del plural (el pan nuestro, nuestras deudas). Al dirigirse a Dios, la persona que ora no se centra únicamente en sus necesidades particulares, sino también en las de los demás creyentes; ruega por el pan «nuestro», por el perdón de «nuestros» pecados y para que Dios «nos» libre del mal.
«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» expresa la petición de que nuestro Padre provea para nuestras necesidades físicas, que nos dé lo que necesitamos para preservar nuestra vida. Al pedirle lo que nos hace falta, manifestamos nuestra dependencia de Él. En el siglo I, los trabajadores del Mediterráneo recibían su paga a diario y apenas tenían suficiente para vivir de un día para otro. Con el salario del día se compraba la comida del día. El hecho de vivir en circunstancias tan inciertas le daba mucho sentido a esta oración.
El concepto de que Dios les proporcionara pan a diario también debía de recordarles a los judíos cómo les había dado el maná cuando estaban en el desierto. Cada día les daba suficiente para ese día, y el sexto día les daba suficiente para dos días, a fin de que no tuvieran que recoger el sábado (Éxodo 16:13–26). Dios literalmente les daba su pan de cada día.
Al hacer esa oración reconocemos nuestra dependencia de nuestro Padre celestial. Expresamos que acudimos a Él para que cubra nuestras necesidades físicas y le pedimos que lo haga. El Señor quiere que confiemos en Él y que dependamos de que Él provea para nuestras necesidades.
La quinta petición dice: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Mateo en el Padrenuestro emplea las palabras «deudas» y «deudores» para referirse al pecado, mientras que Lucas habla de «pecados» y de «los que nos deben»: «Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben» (Lucas 11:4). En arameo, la lengua materna de Jesús, se empleaba la palabra khoba para hablar tanto de deudas como de pecados. Las «deudas» de Mateo y los «pecados» de Lucas representan transgresiones contra Dios.
Cuando Jesús dijo a Sus discípulos que rezaran: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», se refería al perdón de nuestros pecados. Dios compasiva y misericordiosamente ha perdonado nuestros pecados con la salvación. Por consiguiente, debemos perdonar al prójimo como una extensión de la gracia de Dios. Los que han sido perdonados, deben perdonar.
La reconciliación —el fin del conflicto y el restablecimiento de la relación— es el sello distintivo del cristianismo, del reino de Dios. Él, por medio de Jesús, ha restablecido la relación entre Sí mismo y la humanidad pecaminosa. Mediante Su perdón nos ha ofrecido una renovación de la relación con Él. Como ciudadanos de Su reino, también nosotros, por medio del perdón, debemos restablecer nuestra relación con los que han pecado contra nosotros. Debemos reflejar la naturaleza de Dios, que es intrínsecamente misericordioso y perdonador. En eso consiste, en parte, ser cristiano.
La última petición: No nos metas en tentación, sino líbranos del mal (Mateo 6:13).La frase anterior, «perdónanos nuestras deudas», se refería a los pecados ya cometidos. La oración aborda ahora los pecados futuros.
A veces surge una pregunta acerca de la primera parte de la petición: ¿Nos mete Dios en tentación? En el libro de Santiago dice: «Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni Él tienta a nadie» (Santiago 1:13).
El vocablo griego empleado aquí, peirasmos, significa «prueba» o «tentación». La palabra tiene el significado básico de «prueba»; sin embargo, cuando se usa para referirse a las pruebas que nos pone Satanás con la intención de que las fallemos, adquiere el sentido de «tentación». Sabemos que la vida está llena de pruebas morales; son frecuentes las ocasiones en que tenemos que tomar decisiones morales, y no es que podamos eludir tales pruebas, pero al hacer la oración no estamos pidiendo que nunca se nos someta a prueba, sino que, conscientes de nuestra debilidad, le pedimos al Padre que nos guarde de ciertas situaciones porque puede que nuestra fe no sea capaz de soportarlas.
En la segunda parte de la petición, rezamos: «Líbranos del mal». Le pedimos al Señor que nos rescate, que nos libere, que nos libre del mal. Unas versiones traducen el vocablo griego ponēros como «mal», otras como «maligno». Técnicamente, ambas traducciones son correctas, y los comentaristas parecen estar divididos por igual entre los que apoyan una opción y los que apoyan la otra. Sea como sea, le rogamos a Dios que nos rescate. El apóstol Pablo escribió: «El Señor me librará de todo mal y me preservará para Su reino celestial» (2 Timoteo 4:18).
El Padrenuestro termina con una petición basada en nuestro conocimiento de que nos hace falta la ayuda de Dios para tener una sana relación con Él. Somos pecadores por naturaleza. Somos conscientes de esa debilidad interna que tenemos y sabemos que necesitamos Su ayuda para evitar el pecado. «No nos metas en tentación, sino líbranos del mal» es la petición de quien desea tener una relación sana y recta con Dios. Le pedimos al Padre que nos guarde de pecar, que nos guarde de situaciones en que fallaremos la prueba, y que nos guarde del mal en todas sus formas: en nuestro corazón, en nuestras actitudes y en nuestros hechos.
Hacemos esas peticiones porque amamos a Dios y deseamos tener con Él una relación sana, que no se interrumpa. Le rogamos al Padre que nos guarde de todo lo que podría interponerse entre Él y nosotros y perjudicar nuestra comunión con Él.
En el Evangelio de Mateo, la oración termina así: Porque Tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén (Mateo 6:13).
Esta última frase no figura en muchas traducciones y se considera que fue añadida a finales del siglo II, aunque algunas la ponen como nota a pie de página o la escriben en cursiva o entre corchetes, mientras que otras versiones, como si fuera texto normal. Todos los comentarios que he leído explican que se trata de una doxología que se agregó posteriormente al texto original del Evangelio. Es similar a la oración del rey David en 1 Crónicas 29:11,12:
«Tuya es, Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son Tuyas. Tuyo, Señor, es el reino, y Tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de Ti, y Tú dominas sobre todo; en Tu mano está la fuerza y el poder, y en Tu mano el dar grandeza y poder a todos».
Aunque no formara parte de la enseñanza original de Jesús, se trata de un hermoso final que encaja muy bien con el resto de la oración. Esta comienza hablando del Padre, luego se ocupa de nuestras necesidades, y es procedente volver a centrar nuestra atención en Él declarando la hermosura de Su poder y majestad al terminar de rezar.
En el Evangelio de Mateo, el Padrenuestro está incluido en el Sermón del Monte, justo después del pasaje que dice: «Al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis» (Mateo 6:7,8). Jesús enseñó a Sus discípulos una oración breve que presenta tanto nuestras necesidades como las de todos los demás cristianos. Es una oración que trata tanto de la gloria de Dios Todopoderoso como de la relación que nosotros, Sus hijos, tenemos con Abba, nuestro amoroso y afectuoso Padre.
Querido Padre, nos has salvado por medio de la muerte expiatoria de Tu Hijo y nos has adoptado en Tu familia, de manera que ahora te tenemos a Ti —el que está por encima de todos, el Creador de todas las cosas— como Abba, como Padre. A medida que te vamos conociendo y descubrimos Tu amor, Tu poder y Tu santidad, ansiamos darte la veneración que tan completamente mereces.
Eres Dios, santo, presente y justo, digno de nuestra alabanza y adoración. Unimos nuestras voces a las del Cielo que nunca cesan de decir: «¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir!» (Apocalipsis 4:8). Y ansiamos hacer como los veinticuatro ancianos, que echan sus coronas delante de Tu trono diciendo: «Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas» (Apocalipsis 4:10–11).
Reina en nuestra vida y en todo el mundo. Sírvete de todos los que creemos en Ti para dar a conocer la gozosa noticia de la salvación. Enséñanos a vivir conforme a los principios de Tu reino; ayúdanos a tenerlos presentes a la hora de escoger y decidir, para que seamos un reflejo de Ti y de Tus caminos.
Obra en la vida de todos los que creen en Ti, a fin de que el mayor número posible llegue a conocerte y se conduzca de un modo que refleje la vida en Tu reino. Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre jamás. Amén.
Publicado por primera vez en agosto de 2016. Adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2023.
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