El nacimiento de Jesús (3ª parte)
Peter Amsterdam
Unos meses después del regreso de María tras su visita a Elisabet, María y José emprendieron viaje a Belén. Se nos informa que el motivo del viaje fue que César Augusto había ordenado un censo, por lo que José tuvo que viajar a Belén, el pueblo de sus antepasados, ya que era de la casa y familia del rey David.
Lucas describe que José fue de Nazaret, en la provincia de Galilea, a Belén, una aldea de Judea a 10 kilómetros de Jerusalén, para empadronarse. María lo acompañó. Estando allá, le llegó el momento de dar a luz. «Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón»[1].
En los campos de los alrededores de Belén había pastores que cuidaban sus ovejas. «Y se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: “No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”»[2].
Esta es la tercera vez que se aparece un ángel para anunciar lo que Dios está haciendo al enviar a Jesús al mundo. La primera vez se le apareció un ángel a Zacarías en el Templo; la segunda vez, a María; y esta vez, a los pastores. En este caso, la gloria del Señor —el esplendor divino en forma de luz brillante— rodea a los pastores. Como las otras veces, primero se aparece un ángel, luego hay una reacción inicial de miedo, seguida de la instrucción de no temer.
El ángel trae buenas noticias de gran alegría «para todo el pueblo», evocando la promesa que se le hizo a Abraham: «Serán benditas en ti todas las familias de la tierra»[3]. El ángel dice a los pastores que el niño ha nacido en Belén, la ciudad de David —vinculando así al niño con el rey David— y declara que se trata del Mesías, que es lo que significa la palabra Cristo[4].
El mensaje del ángel tiene reminiscencias de las palabras de Isaías, que predijo el nacimiento de este niño e indicó quién y qué sería: «Un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre Su hombro. Se llamará Su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre eterno”, “Príncipe de paz”. Lo dilatado de Su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre»[5].
A continuación se nos dice que «de pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”»[6].
La señal que se les dio a los pastores fue: «Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre»[7]. Tras encontrarlo, le contaron a todo el mundo lo que había sucedido, y todos los que lo oyeron «se maravillaron» y «se asombraron». María meditaba estas cosas en su corazón[8].
José y María, fieles a lo que el ángel les había mandado, le dieron al recién nacido el nombre de Jesús, «el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuera concebido»[9]. De acuerdo con las costumbres judías de la época, lo circuncidaron 8 días después de Su nacimiento, y después de otros 33 días hicieron una ofrenda de purificación por María en el Templo, conforme a las leyes de Moisés[10]. Por tales acciones se puede deducir que José y María eran judíos piadosos que observaban los mandamientos de Dios y que iban a enseñar a Jesús los caminos de la fe.
Estando en el Templo, se encontraron con Simeón, del cual se nos dice que era justo y piadoso, y que «esperaba la consolación de Israel […]. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Ungido del Señor. […] Cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al Templo para hacer por Él conforme al rito de la Ley, él lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios»[11].
La oración de Simeón es el tercer himno de alabanza de la sección introductoria del Evangelio de Lucas. Simeón declara: «Han visto mis ojos Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles y gloria de Tu pueblo Israel»[12]. Esta frase reafirma que la salvación divina es para todos los pueblos, toda la humanidad. Su alusión a Jesús como la luz guarda cierta semejanza con lo que profetizó Zacarías en su himno del capítulo anterior: «La aurora nos visitó desde lo alto, para alumbrar a los que viven en tinieblas y en medio de sombras de muerte; para encaminarnos por la senda de la paz»[13]. José y María estaban maravillados o asombrados de lo que Simeón había dicho sobre su hijo[14].
Estando aún en el Templo, José y María se topan también con una profetisa de 84 años llamada Ana. Si bien Lucas en su evangelio no registra las palabras exactas que ella dijo, sí deja constancia de que tanto un hombre como una mujer profetizaron sobre Jesús[15]. A lo largo de su evangelio y en el libro de los Hechos, Lucas con frecuencia da protagonismo a las mujeres al contar la historia de Jesús y de la iglesia primitiva.
El relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús termina aquí, en el Templo; Mateo, en cambio, narra otros hechos relacionados con Su nacimiento que Lucas no menciona, como la visita de los magos: «Llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues Su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo”»[16].
No se sabe exactamente de dónde venían. De todos modos, su lugar de origen no es tan importante como el hecho de que venían de fuera de Israel. Al igual que Lucas, Mateo pone de manifiesto que Dios está haciendo algo nuevo al destacar que, cuando Jesús nació, los gentiles fueron atraídos por la luz del Hijo de Dios[17].
Si bien los magos, que eran gentiles, habían ido a rendir homenaje al recién nacido «rey de los judíos», Mateo señala que el rey judío en funciones, los principales sacerdotes y los escribas no tenían ni idea de que había nacido. Herodes, por razones obvias, se turbó cuando supo de la llegada de unos sabios que buscaban a un nuevo rey. Esto ocurrió poco antes de su muerte, cuando estaba teniendo que lidiar con las pugnas entre sus hijos sobre quién le sucedería como rey.
Al llegar a sus oídos la noticia, Herodes convocó a los principales sacerdotes y escribas e indagó dónde había de nacer el Mesías. Seguidamente llamó en secreto a los sabios y les preguntó cuándo habían visto por primera vez la señal de la estrella. Herodes dijo entonces a los magos que fueran y buscaran al niño, y luego le informaran del sitio exacto donde se encontraba, para que él también pudiera ir a adorar al nuevo rey.
Cuando los sabios llegaron a Belén, hallaron la casa donde se alojaban José, María y Jesús. «Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra»[18]. En ningún momento se indica cuántos magos eran, si bien la tradición dice que había tres, basándose en el hecho de que son tres los presentes mencionados: incienso, oro y mirra.
Los sabios, «siendo avisados por revelación en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino»[19]. José también recibe en sueños la visita de un ángel que le dice: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Permanece allá hasta que yo te diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo»[20]. José y su familia salieron de noche y se fueron a Egipto, donde permanecieron hasta la muerte de Herodes, muy probablemente usando los regalos de los magos para financiar su viaje y cubrir sus gastos durante su estancia allá.
Al morir Herodes, José recibe nuevamente en sueños la visita de un ángel que le da instrucciones: esta vez le dice que vuelva con su familia a Israel, lo cual hace. Al regresar y enterarse de que Arquelao reina en Judea, se le avisa en otro sueño que no vaya allá, por lo que se dirige a Nazaret y allí se establece con su familia.
Con esto termina el relato del nacimiento de Jesús tal como lo refirieron Lucas y Mateo, en el que ya se advierte el principio del cumplimiento de la promesa divina de enviar un Mesías para redimir a la humanidad. Como dicha promesa debía cumplirse en el mundo, Dios optó por introducirse en la dimensión temporal y física del mundo, tal como muestran las narraciones del nacimiento. Dios puso a Su Hijo al cuidado de dos fieles creyentes, lo guardó de quienes procuraban matarlo, cumplió las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías venidero y creó las circunstancias propicias para la salvación y restauración que había prometido.
El hecho de que Dios se introdujera en el mundo y viviera entre Su creación con el propósito de reconciliar consigo a la humanidad mediante Su muerte y resurrección constituye el acontecimiento más significativo de la historia humana. Los evangelios muestran que la vida de Jesús —desde Su nacimiento hasta Su muerte y aún más allá— cumple las promesas de Dios y prueba Su gran amor por los seres humanos, pues es gracias a ella que podemos volvernos hijos Suyos.
Publicado por primera vez en diciembre de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2021.
[1] Lucas 2:6,7.
[2] Lucas 2:9–12.
[3] Génesis 12:3.
[4] Juan 1:41.
[5] Isaías 9:6,7.
[6] Lucas 2:13,14.
[7] Lucas 2:12.
[8] Lucas 2:18,19.
[9] Lucas 2:21.
[10] Levítico 12:2–6.
[11] Lucas 2:25–28.
[12] Lucas 2:30–32.
[13] Lucas 1:78,79.
[14] Lucas 2:33.
[15] Lucas 2:36–38.
[16] Mateo 2:1,2.
[17] Raymond E. Brown, El nacimiento del Mesías (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982), 168,169.
[18] Mateo 2:11.
[19] Mateo 2:12.
[20] Mateo 2:13.
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