El nacimiento de Jesús (2ª parte)
Peter Amsterdam
El libro de Lucas narra el nacimiento de Jesús comenzando por el de Juan el Bautista, que fue por una parte pariente de Jesús y por otra precursor del Mesías. Lucas incluye numerosas referencias al Antiguo Testamento, relacionando las promesas de Dios a Israel con el cumplimiento de estas en el nacimiento de Jesús.
Nos habla de un sacerdote llamado Zacarías cuya esposa, Elisabet, era descendiente de Aarón, hermano de Moisés y primer sacerdote de Israel. Zacarías y Elisabet «eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril. Ambos eran ya de edad avanzada»[1].
En tiempos bíblicos, el hecho de no tener hijos era interpretado a menudo como señal de un castigo divino y motivo de vergüenza[2]. No obstante, el caso de Zacarías y Elisabet nos hace pensar en otros matrimonios de gente recta que hubo a lo largo de la historia de Israel y que, a pesar de ser estériles, tuvieron hijos porque Dios intervino: Abraham y Sara, Elcana y Ana, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel, y los padres de Sansón.
Como sacerdote que era, Zacarías servía en el templo dos veces al año. Ese año «le tocó en suerte entrar, conforme a la costumbre del sacerdocio, en el santuario del Señor para ofrecer el incienso»[3]. Parte de la rutina cotidiana en el templo consistía en la ofrenda de incienso antes del sacrificio de la mañana y después del de la tarde. Para un sacerdote era un gran honor ofrecer ese sacrificio; cada uno podía hacerlo una sola vez en la vida. Los sacerdotes eran elegidos para ese privilegio echando suertes, por lo que el sacerdote elegido era considerado elegido por el propio Dios.
El altar del incienso estaba en el santuario mismo, separado del Lugar santísimo —donde se entendía que moraba Dios— por un velo muy grueso. Esa oportunidad que tuvo Zacarías de ofrecer el incienso, separado apenas por un velo del Lugar santísimo, lo puso tan cerca de la presencia de Dios como podía llegar a estar una persona que no fuera el sumo sacerdote. Era un gran honor[4].
Mientras Zacarías estaba en el Lugar santo, «se le apareció un ángel del Señor puesto de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se turbó y lo sobrecogió temor»[5].
El ángel le dice a Zacarías: «Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída y tu mujer Elisabet dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán por su nacimiento, porque será grande delante de Dios»[6]. En el Antiguo Testamento, cuando Dios ponía nombre a un niño solía ser porque este iba a tener cierta significación en el plan de salvación. Al decir que muchos se regocijarán por su nacimiento y que será grande delante del Señor está insistiendo en que desempeñará un papel importante en el plan divino de salvación.
El ángel le revela a Zacarías algo del futuro del niño: «Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor, su Dios. E irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto»[7].
El papel de Juan será el de un profeta con la misión de reconciliar espiritualmente a la nación logrando que muchos se conviertan al Señor. Lo de que vendrá con el espíritu de Elías es una alusión a una promesa que hizo Dios 400 años antes, incluida en el libro de Malaquías: «Yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Yo venga y castigue la tierra con maldición»[8].
La misión de Juan consiste en preparar un pueblo para la venida del Señor llevando a las personas a arrepentirse. El período de esperar al Mesías, de esperar la liberación, está llegando a su fin. En ese momento, Zacarías le pregunta al ángel: «¿En qué conoceré esto?, porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada»[9]. Eso denota cierta incredulidad por parte de Zacarías. El ángel le responde: «Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte estas buenas nuevas. Ahora, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo, quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda»[10].
Como señal confirmatoria, Gabriel declara que Zacarías quedará mudo hasta que se cumpla todo lo que se le ha dicho.
Terminado su turno de servicio, Zacarías regresa a su casa, y resulta que al cabo de un tiempo Elisabet, su esposa, queda encinta, tal como había anunciado Gabriel. Elisabet reacciona ante su embarazo con alabanza y gratitud, diciendo: «Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres»[11]. ¡Uno puede imaginarse lo contenta que estaba!
A continuación, el relato da un salto y nos cuenta algo sucedido seis meses después de la visita del ángel Gabriel a Zacarías. Esta vez Gabriel es enviado a la región de Galilea, situada al norte de Judea, al pueblo de Nazaret, para comunicarle a María el mensaje de que se convertirá en madre del Mesías.
El ángel le dice a María que su hijo «será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, Su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y Su Reino no tendrá fin»[12]. María probablemente interpretó esa información y el título de Hijo del Altísimo en el sentido de que su hijo sería rey de Israel[13]. Sin embargo, conforme va transcurriendo Su vida se evidencia que Su papel va a ser muy distinto del que por regla general se esperaba que tuviera el ansiado mesías judío, y descubrimos que en realidad se trata del Hijo de Dios.
Poco después de la visita de Gabriel, habiendo tomado María la decisión de acceder a convertirse milagrosamente en madre del Salvador, se nos dice que «levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet»[14].
Si bien el ángel se apareció a Zacarías en el templo de Jerusalén, en el Lugar santo, al lado mismo del Lugar santísimo, a María se le apareció en Nazaret, en Galilea, lejos del centro de la fe judía. Dios estaba haciendo algo nuevo. Conforme avanza el relato de los evangelios veremos que el templo irá perdiendo protagonismo en favor del Hijo de Dios. Como dice Brown:
El ángel se apareció a Zacarías, un sacerdote, en el templo de Jerusalén, como signo de continuidad con las instituciones veterotestamentarias; en cambio, la visita de Gabriel a María tiene lugar en Nazaret, ciudad que no estaba ligada a ninguna expectativa del Antiguo Testamento, como signo de la absoluta novedad de lo que está haciendo Dios[15].
María, al llegar, saluda a Elisabet. «Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre, y Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó a gran voz: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?, porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor”»[16].
Al oír el saludo, el bebé de Elisabet salta en su vientre y la hace proferir, por inspiración del Espíritu Santo, una bendición para María y el bebé que lleva dentro. Elisabet, a pesar de que se la podía considerar superior a María, asume aquí el papel de sierva al honrar a su invitada, reconocerla como «la madre de su Señor» y llamarla «bendita entre las mujeres», corroborando el mensaje de Gabriel sobre el estatus privilegiado de María[17].
María responde con un hermoso himno de alabanza, conocido como el Magníficat. «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de Su sierva, pues desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones, porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso. ¡Santo es Su nombre, y Su misericordia es de generación en generación a los que le temen! Hizo proezas con Su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel, Su siervo, acordándose de Su misericordia —de la cual habló a nuestros padres— para con Abraham y su descendencia para siempre»[18].
Al igual que algunos himnos de alabanza de los Salmos, este se compone de tres partes: (1) una introducción de alabanza a Dios; (2) el cuerpo del himno, que enumera los motivos de la alabanza, generalmente en oraciones causales, y (3) la conclusión.
María permaneció unos tres meses con Elisabet. Muy probablemente la ayudó en sus últimos meses de embarazo. Esas dos mujeres que desempeñaron un papel tan importante en el plan de salvación pudieron confortarse y ayudarse mutuamente antes del nacimiento de sus respectivos hijos. Lo más probable es que la temporada que pasó María con Elisabet sirviera para fortalecerla de cara a las dificultades con que se encontraría al regresar a su casa y explicarle a José que estaba encinta.
Publicado por primera vez en diciembre de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2021.
[1] Lucas 1:6,7.
[2] V. Génesis 29:31; 30:1,22,23; 1 Samuel 1:5,6.
[3] Lucas 1:9.
[4] Joel B. Green, The Gospel of Luke (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1997), 70.
[5] Lucas 1:11,12.
[6] Lucas 1:13–15.
[7] Lucas 1:16,17.
[8] Malaquías 4:5,6.
[9] Lucas 1:18.
[10] Lucas 1:19,20.
[11] Lucas 1:25.
[12] Lucas 1:32,33.
[13] Green, The Gospel of Luke, 81, 60.
[14] Lucas 1:39,40.
[15] Raymond E. Brown, El nacimiento del Mesías (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982).
[16] Lucas 1:41–45.
[17] Green, The Gospel of Luke, 81, 94.
[18] Lucas 1:46–55.
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