El nacimiento de Jesús (1ª parte)
Peter Amsterdam
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La historia de la vida de Jesús comienza con el relato de Su nacimiento, tal como aparece en los evangelios de Mateo y Lucas. En el Antiguo Testamento ya se predijo Su venida y se revelaron datos concretos sobre el Mesías, el Salvador prometido por Dios: que nacería en Belén[1], que sería de la tribu de Judá[2] y heredero del trono de David[3], cuyo trono sería eterno[4], y hay muchas otras profecías antiguas sobre Su vida y Su muerte. En los evangelios hallamos el cumplimiento de las predicciones del Antiguo Testamento sobre la vida, muerte y resurrección de Jesús, que trajeron salvación al mundo.
Mateo comienza su evangelio con una genealogía abreviada que demuestra que Jesús satisfizo los requisitos genealógicos para ser el Mesías prometido. Parte de Abraham, padre del pueblo judío, e incluye a los patriarcas, con lo que enfatiza el carácter judío de Jesús. Al mencionar a David lo llama «rey David», para indicar que Jesús, en razón de Su linaje davídico, tenía sangre real y con todo derecho y legitimidad podía ser llamado rey de los judíos[5]. Enumera las distintas generaciones de descendientes y termina con José, el esposo de María, la madre de Jesús.
Lucas también incluye una genealogía en su evangelio; pero en vez de remontarse en el linaje de Jesús solo hasta Abraham, como Mateo, se retrotrae hasta el primer hombre —Adán— y de él llega hasta Dios. Su genealogía no antecede al relato del nacimiento de Jesús como en el libro de Mateo, sino que está ubicada justo después de la narración de Su bautismo[6].
Al narrar el nacimiento de Jesús, Mateo y Lucas presentan diferentes aspectos y mencionan distintos sucesos, si bien los hechos que refieren son más o menos los mismos y ambos hacen hincapié en los mismos puntos significativos. Mateo se centra en José y su función, mientras que el relato de Lucas se centra en el papel de María y cuenta la historia desde el punto de vista de ella.
Mateo en su relato nos cuenta que José era «bueno» o «justo», o sea, un judío observante que cumplía las leyes de Dios. Estaba comprometido con una joven llamada María, y «antes que vivieran juntos se halló que [ella] había concebido del Espíritu Santo»[7]. En la Palestina del siglo I, antes del casamiento había un período de noviazgo. Por estar comprometida con José, María ya era considerada su esposa, aunque solo se hubiera cumplido la primera fase del procedimiento matrimonial, y no hubieran comenzado a vivir juntos. Pero resulta que antes de pasar a la segunda fase, María quedó encinta.
Mateo dice que el embarazo de María fue por obra del Espíritu Santo, pero no da ningún detalle sobre cómo se produjo. Lucas, en cambio, da más detalles y narra que el ángel Gabriel fue enviado a Nazaret, «a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María»[8]. Gabriel le dice a María que ha hallado favor ante Dios y le anuncia: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, Su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y Su Reino no tendrá fin»[9].
María le pregunta cómo sucederá eso, puesto que ella es virgen, y el ángel responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios»[10]. María, que probablemente apenas está comenzando la adolescencia, hace la pregunta obvia: cómo va a tener un hijo si tan solo está comprometida y todavía no ha tenido relaciones sexuales con su futuro marido. La respuesta del ángel es que el embarazo se producirá cuando el Espíritu Santo la cubra con Su sombra.
Se trata de una concepción única en toda la Historia. María queda encinta a raíz de un acto creativo de Dios. No se nos dice exactamente cómo ocurrió, de la misma manera que no se nos dan detalles sobre cómo creó Dios el mundo, aparte de que habló y lo hizo.
María da su consentimiento diciendo: «Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra»[11]. Fulton Sheen describe la situación de una forma muy bella:
Lo que se llama anunciación fue en realidad un acto en que Dios le pidió a una criatura su libre consentimiento para ayudarlo a incorporarse a la humanidad. […] Lo que hizo, por tanto, fue pedir a una mujer, que representaba a la humanidad, que le diera libremente una naturaleza humana con la que Él pudiera iniciar una nueva humanidad. Así como había una vieja humanidad en Adán, habría una nueva en Cristo, el cual fue Dios hecho hombre merced a la libre colaboración de una madre humana[12].
El ángel le da a María una señal para que sepa que lo que le anuncia es cierto: le dice que Elisabet, una pariente suya ya mayor, también ha concebido un hijo. Lucas cuenta que «levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá», para hacerle una visita a Elisabet, la cual, a pesar de no estar ya en edad reproductiva, también había concebido milagrosamente un hijo[13]. Tras permanecer unos tres meses con Elisabet, María vuelve a su casa en Nazaret con tres meses de embarazo.
Al regresar, se encuentra con el evidente problema de que está encinta y José sabe que él no es el padre. Mateo deja bien claro que José y María no habían estado juntos antes de que ella quedara embarazada al escribir: «Antes que vivieran juntos se halló que había concebido del Espíritu Santo»[14]. Podemos imaginarnos el pesar, el dolor, la tristeza, la sensación de haber sido traicionado y el enojo que probablemente embargó a José cuando se dio cuenta de que María estaba encinta, sabiendo que el bebé no era suyo, por lo que se quedó «pensando […] en esto»[15].
Pensó que su novia, María, había cometido adulterio. Según la ley mosaica, podía ser lapidada por ello[16]. Pero José, «como […] no quería infamarla, quiso dejarla secretamente»[17]. Algunas versiones dicen «abandonarla» o «repudiarla en privado».
Un divorcio totalmente secreto era imposible, ya que el marido debía entregar a la esposa la carta o certificado de repudio en presencia de dos testigos; y cualquiera que fuera la razón que alegara José para divorciarse de ella, todos llegarían a la conclusión de que el verdadero motivo era adulterio. Al escribir que José decidió dejarla en secreto, puede que Mateo quisiera decir que resolvió no acusarla públicamente de adulterio. Para José, un hombre justo que observaba las leyes de Dios, lo correcto era divorciarse de María. Quiso ser compasivo y no tenía pensado aducir adulterio; pero sí tenía la intención de divorciarse de ella conforme a la Ley.
Dice el texto que entonces un ángel del Señor «se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados”. Cuando despertó José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito, y le puso por nombre Jesús»[18].
El mensaje que se le comunica en el sueño acaba con sus planes de divorcio y echa por tierra su reparo de que si se casa con María va a transgredir la ley mosaica. El ángel le dice que el niño es obra del Espíritu Santo, por lo que no hay motivo para que tema infringir la ley de Dios al casarse con ella, ya que no se ha cometido adulterio. José lo entiende y sigue las instrucciones.
José entonces cumple la segunda fase del procedimiento matrimonial al recibir a María en su casa como esposa y por tanto responsabilizarse de ella y del niño que va a nacer. Después del nacimiento del niño, le pone por nombre Jesús, tal como le había mandado el ángel. Al ponerle nombre al niño, reconoce al hijo de su esposa como hijo legítimo suyo y se convierte así en su padre legal.
Probablemente en Nazaret se sabía que María se había quedado embarazada de Jesús antes de estar viviendo con José, ya que el niño debió de nacer mucho antes de que se cumplieran nueve meses desde que empezó a convivir con él. No dice explícitamente cuál era la actitud de la gente de Nazaret con respecto a María y Jesús, pero quizá se aprecia brevemente en un incidente posterior de la vida de Jesús, cuando unos judíos al parecer se burlaron de Él diciendo: «¡Nosotros no hemos nacido de fornicación! ¡Un padre tenemos: Dios!»[19]
Los evangelios de Mateo y de Lucas hablan de que María concibió sin intervención humana, por un acto del Espíritu Santo. Tanto José como María tuvieron que tomar decisiones por fe. En el caso de María, optó por creer lo que el ángel le dijo y aceptar la misión de ser la madre del Mesías, el unigénito Hijo de Dios. En el caso de José, optó por creer lo que el ángel le dijo en un sueño: que el niño era del Espíritu Santo y que era todo obra de Dios. Tanto José como María manifestaron su amor a Dios y su confianza en Él mediante las decisiones que tomaron. Eran personas de fe, y claramente las idóneas para criar a Jesús.
Publicado por primera vez en diciembre de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2021. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Miqueas 5:2.
[2] Génesis 49:10.
[3] 2 Samuel 7:12,13.
[4] Daniel 2:44.
[5] Leon Morris, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 1992), 24.
[6] Lucas 3:22.
[7] Mateo 1:18.
[8] Lucas 1:27.
[9] Lucas 1:31–33.
[10] Lucas 1:35.
[11] Lucas 1:38.
[12] Fulton J. Sheen: Vida de Cristo (Barcelona: Herder, 1959), 20,21.
[13] Lucas 1:39.
[14] Mateo 1:18.
[15] Mateo 1:20.
[16] Deuteronomio 22:20,21.
[17] Mateo 1:19.
[18] Mateo 1:20,21,24,25.
[19] Juan 8:41.
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