El joven rico
Recopilación
[The Rich Young Ruler]
Al examinar lo que dijo Jesús acerca de creer y vivir como discípulos Sus enseñanzas, se hace evidente que quien verdaderamente crea en Él debe modificar su escala de prioridades. A los creyentes se les pide que sean leales a Él por encima de todo, eso incluye priorizarlo sobre nuestros bienes materiales, como pone de relieve Su encuentro con un joven adinerado.
Al salir [Jesús] para seguir Su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Marcos 10:17.)
Marcos dice que el hombre era rico. En el Evangelio de Mateo se lo describe como joven, mientras que Lucas señala que era un dignatario (Mateo 19:20; Lucas 18:18). Tradicionalmente este relato se conoce como el del joven rico. Es improbable que se tratara de un dirigente de la sinagoga, ya que para eso habría debido de tener más años. Pero es posible que fuera un influyente y adinerado líder cívico.
Sabiendo que el hombre era buen conocedor de la Ley, Jesús citó a continuación los Diez Mandamientos, en los que estaba plasmada la voluntad de Dios para Su pueblo. El hombre le contestó que los había guardado desde su juventud. Se trataba de un judío cumplidor de la Torá, que probablemente vivía bien y quería estar seguro de que heredaría la vida eterna.
Aunque había guardado los mandamientos, él sentía que le faltaba algo, que con la simple observancia de los mandamientos no había satisfecho su anhelo de conocer sinceramente a Dios y servirlo. Así que le preguntó a Jesús qué era ese algo.
«Entonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”» (Marcos 10:21).
Jesús exhortó al joven a ajustar su orden de prioridades. Si bien observaba la mayoría de los mandamientos, no estaba dispuesto a cumplir uno fundamental: «No tendrás dioses ajenos delante de Mí» (Deuteronomio 5:7). No era capaz de profesarle lealtad a Dios por encima de todo. Sus riquezas terrenales eran para él más importantes que su «tesoro en el cielo». Su fortuna se interponía entre Dios y él. Jesús lo invitó a retirar esa obstrucción.
Lo que Jesús le pidió, que vendiera todo lo que poseía y lo siguiera, no era algo que Jesús exigiera universalmente a todos los creyentes, sino que sirvió para poner de manifiesto lo que el joven anteponía a Dios. Hubo seguidores de Jesús que eran adinerados, pero no daban a sus riquezas más importancia de la que merecían y ponían primero a Dios. Cabe mencionar el caso de José de Arimatea, Juana, Susana y otras que compartieron sus bienes con los demás discípulos. El libro de los Hechos habla de discípulos fieles como Bernabé, que tenía tierras, y Lidia, que era propietaria de un negocio.
Tal como dijo Jesús en el Sermón del Monte: «Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24). Este hombre, al que Jesús miró con amor, no fue capaz de poner su amor a Dios y su deseo de «heredar la vida eterna» por encima del amor a sus bienes. «Él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones» (Marcos 10:22).
Luego dice: «Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a Sus discípulos: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” Los discípulos se asombraron de Sus palabras» (Marcos 10:23-24). Jesús declaró que los ricos «difícilmente» entrarán en el reino de Dios, pero no dijo que fuera imposible. Sin embargo, a continuación usa una hipérbole: «Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Marcos 10:25).
Jesús con esa frase quiso describir algo imposible. Un rico no puede entrar en el reino de Dios por su propio esfuerzo.
«Ellos se asombraban aún más, diciendo entre sí: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Entonces Jesús, mirándolos, dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios”.» (Marcos 10:26-27).
En realidad, lo que dice del joven rico se aplica a todo el mundo: nadie, sea rico o sea pobre, puede salvarse por su propio esfuerzo. Es una imposibilidad. Ahora bien, lo que es imposible para las personas es posible con Dios. La salvación exige la compasiva intervención de Dios.
Entonces Jesús les aseguró a Sus discípulos que los que atendieran Su llamado, los que sacrificaran lo que fuera importante para ellos con el fin de seguirlo, recibirían una gran recompensa, tanto en esta vida como eternamente (Marcos 10:28-30). A los que creen en Jesús, a los que lo siguen y lo ponen primero, por encima de cualquier otro afecto y de las riquezas de este mundo, se les promete vida eterna.
El relato del joven rico nos enseña que la estima de lo material puede impedirnos seguir a Jesús. Mediante este encuentro, Jesús nos mostró que poner primero a Dios es un requisito para ser un verdadero discípulo. Peter Amsterdam
¿Qué debo hacer?
Las Escrituras nos dicen que un hombre corrió hacia Jesús, probablemente jadeante, se arrodilló a los pies de Jesús y dijo: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» […]
Me imagino a ese rico dirigente religioso vestido de punta en blanco, sus ropas seguramente del Giorgio Armani del lugar. Por otro lado, Jesús parecía haber conseguido su ropa en una tienda de segunda mano. La escena debió ser algo digno de ver, sobre todo porque Jesús acababa de estar con unos niños y los había bendecido. Del menor de estos a la persona más importante.
Sin embargo, el hombre llamó bueno a Jesús, que es el equivalente a llamarlo Dios. Luego, como líder religioso, solicitó un mapa directo a la eternidad. […]
Jesús respondió la pregunta del hombre diciéndole que debía cumplir los mandamientos. […] La respuesta de Jesús fue la siguiente: «No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.» No dijo nada acerca de Dios y el hombre, todo fue acerca del hombre con el hombre.
Casi podemos oír al joven rico pensando mentalmente que todo lo había cumplido, porque rápidamente le dijo a Jesús que había cumplido esos mandamientos desde la infancia.
A continuación vino el versículo que me impresiona cada vez que lo leo: «Entonces Jesús, mirándolo, lo amó» (Marcos 10:21). Tal vez se pregunten por qué. Yo me hago esa pregunta. Sabemos que Jesús nos ama a todos, ¿verdad? Entonces, ¿qué ocurrió en ese momento que los conectó a los dos de esa manera? ¿Será que Jesús, dueño de todo el universo, cuyas riquezas superan todo lo que nos podríamos imaginar o poseer, lo dejó todo para vivir como un pobre maestro viajero antes de enrumbarse hacia la cruz?
¿Será que dentro de esa similitud yacía una gran conexión entre ambos? Y que Jesús, al saber lo que iba a decir a continuación, así como la respuesta del joven rico, sintió un tierno dolor. Ah, porque había algo más, una cosa más que el hombre tenía que hacer: venderlo todo, dejarlo todo atrás y seguir a Jesús. Y ahí se encuentran los primeros cuatro mandamientos. Dios por encima de todo. Dios y solo Dios. Dios, no solo en el trono del Cielo, sino también en el trono de nuestro corazón.
El hombre se dio la vuelta, cabizbajo, y se marchó. Lo que poseía en la tierra valía más para él que la vida eterna.
¿Qué harías tú? ¿Venderías todo para seguir al Señor? […] ¿Qué pasaría si te pidiera que dejaras algo que te gusta y te dijera: «Deja eso y sígueme»?
¿Qué harías tú? ¿Por qué lo llamas bueno? Ahora es nuestro turno para responderle. Eva Marie Everson1
Entonces, ¿quién podrá ser salvo?
En este pasaje de las Escrituras, Jesús le habla a un joven rico (Lucas 18:18-30). Ese joven líder religioso buscaba consolación y saber sin sombra de duda que tenía vida eterna. Necesitaba que Jesús estimara y calificara sus capacidades o que le diera algún consejo que él pudiera seguir que le garantizara su propia eternidad. De modo que Jesús le dio una tarea, una que aquel dirigente religioso sentía que era incapaz de llevar a cabo.
«Entonces, ¿quién podrá ser salvo?», preguntaron los espectadores. Cuando Jesús les respondió, dio a entender que nadie puede ser salvo por sus logros, sin embargo, solo Dios puede hacer lo que es imposible para el hombre. Nadie puede ganarse la salvación. Es un don de Dios (Efesios 2:8-10).
A ese hombre, que buscaba una confirmación para la vida eterna, Jesús le hizo ver que la salvación no viene por grandes obras sin ser acompañadas de la adoración a Dios. El joven necesitaba un punto de partida diferente. En vez de añadir otro precepto más que cumplir o hacer una buena obra, necesitaba someterse humildemente al señorío de Cristo.
La abundancia que ese joven poseía le facilitaba la vida y le confería importancia y poder. Cuando Jesús le aconsejó que vendiera todas sus posesiones, estaba tocando la razón del joven para tener refugio y un carácter distintivo. No pudo comprender que estaría mucho más seguro siguiendo a Jesús que con todas sus riquezas. Aquello dejó en evidencia el defecto del joven.
En esencia, su abundancia era su dios. Su riqueza se había convertido en su ídolo y no estaba dispuesto a renunciarla. En ese sentido, vulneró el primero y más importante de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:3; Mateo 22:36-40).
Inesperadamente, el comportamiento del joven lo volvió incapaz de guardar el primer mandamiento. No fue capaz de satisfacer la única condición que Jesús le puso, el de entregar la vida y el corazón a Dios. El joven vino a Jesús preguntando qué debía hacer, pero se fue sabiendo lo que no estaba dispuesto a hacer.
Jesús no les exige a todos los cristianos que vendan todo lo que tienen, sin embargo, esa puede ser Su voluntad para ciertas personas. En todo caso, nos pide a todos que nos deshagamos de lo que sea que se haya vuelto más importante para nosotros que Dios. Suponiendo que nuestra seguridad se haya pasado de Dios a nuestras posesiones, sería mejor que nos deshagamos de esas cosas.
Lo que cuenta es la fe y la confianza en Dios y no en uno mismo o en las riquezas. […] Como cristianos, nuestra recompensa es la presencia de Dios y el poder del Espíritu Santo. Más adelante, durante lo eterno, seremos recompensados por nuestro servicio y fe en el Señor. Chris Swanson2
Publicado en Áncora en enero de 2024.
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