El impacto de una persona
Recopilación
¿Qué aspecto tiene el amor? Tiene manos para ayudar a otros; pies para acudir en auxilio de los pobres y necesitados; ojos para ver el sufrimiento y la tristeza; oídos para percibir los gemidos y penas de otros. Así es el amor. San Agustín
Después del motín
Por generaciones, la historia de los amotinados del Bounty ha fascinado a lectores y aficionados al cine. No obstante, lo que pasó después no es muy conocido. Sin embargo, es igual de fascinante.
Todavía hay un debate en cuanto a los motivos, pero en 1789 la tripulación del Bounty se amotinó contra el capitán William Bligh, por su supuesta crueldad. Bligh y unas cuantas personas más fueron puestos en una pequeña embarcación y los dejaron a la deriva. Los amotinados se quedaron en el Bounty y a la larga llegaron a Pitcairn, una isla pequeña, alejada y deshabitada que se encuentra en Oceanía. Eran solo veinticinco personas —nueve marineros británicos y seis hombres y diez mujeres de Tahití—. Al poco tiempo de haber llegado a la isla, quemaron el Bounty y construyeron un asentamiento.
Sin embargo, no tardarían en ver que aquel experimento era un desastre. Surgieron conflictos entre los rudos marineros británicos y los tahitianos; aquello llevó a la violencia y el asesinato. Además, un marinero descubrió un método para destilar alcohol de una planta autóctona. Aquel paraíso tropical se convirtió en un antro de borrachos, de vicio y libertinaje. Al final, solo sobrevivieron unos cuantos tahitianos y un marinero británico: John Adams.
Cierto día, Adams encontró la Biblia que habían rescatado años atrás del Bounty, pero que había quedado en el olvido. Adams empezó a leer la Biblia. Dios se valió de esas palabras para hacer ver a Adams cuáles eran sus pecados y conducirlo a la fe en Cristo. Su vida cambió muchísimo. Casi de inmediato, empezó a hablar de Cristo a sus compañeros en el exilio. La vida transformada de Adams y el mensaje de la Biblia les hablaron al corazón y también se convirtieron. Cuando en 1808 llegaron marineros norteamericanos a la isla Pitcairn —las primeras visitas que habían tenido— encontraron una comunidad próspera que vivía en armonía. […] Dios se había valido del testimonio de un hombre, John Adams, para transformar [aquella] colonia. Billy Graham[1]
Nehemías
Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo. Le dije: «Señor, Dios del cielo, grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel con los que te aman y obedecen Tus mandamientos, te suplico que me prestes atención, que fijes Tus ojos en este siervo Tuyo que día y noche ora en favor de Tu pueblo.» Nehemías 1:4-6[2]
*
A Stephen Olford, un predicador muy conocido (ya difunto) le preguntaron: «¿Cuál es el secreto del ministerio?» Contestó: «Ponerse de rodillas, con los ojos húmedos y un corazón quebrantado». Afligido, Nehemías lloró y por días hizo duelo; ayunó y oró por el quebrantamiento de la ciudad santa de Dios y las personas que él amaba.
¿Qué es lo que nos pesa tanto acerca de las necesidades de este mundo que se expresa por sí solo desde lo más hondo de nuestro ser? Lamentablemente, hay quienes no solo se abstienen de ir a ese lugar en su interior, sino que además no pueden llegar allí debido a las defensas que han construido a su alrededor. Sin embargo, solo personas con corazón quebrantado pueden satisfacer la necesidad de nuestro mundo quebrantado. Algo en nuestro interior debe hacer eco en el corazón de Dios, y hasta que hayamos sentido profundamente en nuestra alma la presión de Su dolor y compasión, no participaremos completamente en la obra de Dios.
[…] Dios se vale de personas comunes para cumplir Su propósito. Lo que Dios ve es el estado de nuestro corazón. Es el quebranto —la profundidad de llegar a tocar el corazón de Dios y que Dios toque el nuestro— lo que nos sostendrá y nos infundirá vigor. En realidad, nuestras lágrimas nos alimentan.
Nehemías deseaba con vehemencia llevar a cabo la voluntad de Dios. Lo que lo motivaba no era lástima, sino una verdadera tristeza y compasión, una emoción que hacía eco con Dios y que se convirtió en una fuerza impulsora. Si los ingredientes para que lleve fruto la vida de un cristiano son: ponerse de rodillas, con los ojos húmedos y un corazón quebrantado, entonces como somos el pueblo de Dios, debemos ponernos a Su disposición y, al igual que Nehemías, ser motivados por la compasión para que se lleve a cabo el plan de Dios en este mundo. Charles Price
Amy Carmichael
Amy Carmichael tuvo un solo propósito en la vida: dar a conocer el amor de Dios a quienes están atrapados en las tinieblas. Nació en el norte de Irlanda en 1867 y fue la mayor de siete hijos. La muerte inesperada de su padre cuando ella tenía dieciocho años la afectó profundamente y la llevó a plantearse con gran seriedad su futuro y el plan que le tenía deparado Dios para su vida.
A los diecinueve años, tras escuchar a Hudson Taylor hablar de la vida del misionero, se dio cuenta de que nada podía ser más importante que vivir al servicio de Jesús, que sin tener posesiones terrenas había dado la vida por ella. Entendió que la llamaba a hacer lo mismo: entregarse a Él. Eso significaba que tendría que morir a este mundo y sus elogios, a todas sus costumbres, modas y leyes.
Podría decirse que no reunía las condiciones para hacer obra misionera. Sufría de neuralgias, enfermedad que ataca los nervios y la debilitaba mucho físicamente, le ocasionaba fuertes dolores y la postraba en cama durante varias semanas. Aun así, Amy quería ser misionera. Oró al respecto y anotó las razones por las que consideraba que Dios no podría proponerle que lo fuera. Una de las primeras consideraciones era su mala salud. Sin embargo, en sus oraciones el Señor parecía decirle como si estuviera presente en su propia habitación: «Ve».
Amy se pasó un año entero buscando adónde ir, pero nadie la aceptaba. Por fin se aventuró a ir al Japón con tres misioneras más. Tenía una pasión inagotable por testificar. A bordo del barco, hasta el capitán se convirtió tras observar la alegría con que se lo tomaba Amy todo, hasta la suciedad y las cucarachas del barco.
Más adelante, la neuralgia de Amy se agravó tanto que el médico le ordenó que se fuera a un lugar con un clima más adecuado a su estado de salud. Tras un poco de forcejeo, Amy aceptó que le iría mejor en la India.
«Últimamente ha habido veces en que tuve que aferrarme con todas mis fuerzas al pasaje que dice: “Se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel”. Alabado sea el Señor: no dice exitoso». Amy Carmichael
En 1895, la Iglesia Anglicana encargó a Amy que fuera a trabajar a Dohnavur, en la India. Acabó por servir al Señor allí durante cincuenta años seguidos, a pesar de las dificultades que afrontaba de vez en cuando.
Realizar obra misionera en la India era peligroso. Cada vez que se convertía un miembro de una de las castas altas se desataba una ola de persecución. La comunidad hacía de todo para dificultarles la vida a los cristianos. Obligaban a clausurar los colegios de las misiones, otros los incendiaban, destrozaban las iglesias, atacaban a los misioneros y los golpeaban, y les hacían juicio por todo lo habido y por haber.
Al principio Amy viajaba y predicaba vestida con el atuendo de allí, lo cual los demás misioneros consideraban inaceptable. Vestida de sari y pintada con los tintes nativos pasaba fácilmente por hindú.
Al final, buena parte del trabajo de Amy se concentró en rescatar a niñas que sus familiares dedicaban a los dioses y se volvían prostitutas del templo. Amy decía: «Es posible dar sin amar. Lo que no se puede hacer es amar sin dar.» Y practicó ese lema a tal extremo que se metió en graves problemas.
En cierta ocasión parecía que iban a detener a Amy acusada de secuestro. Técnicamente, Amy era una secuestradora. Y una secuestradora crónica porque era muy común que acogiera a las niñas que escapaban de los templos. Las niñas del templo eran pequeñas que dedicaban a los dioses y eran obligadas a prostituirse a fin de ganar dinero para los sacerdotes.
Más de mil menores fueron rescatadas de situaciones de negligencia y abuso durante la vida de Amy. La llamaban Amma, que significa madre en tamil. Con frecuencia su trabajo era peligroso y estresante. Sin embargo, nunca olvidaba que Dios había prometido guardarla, a ella y a quienes tenía a su cuidado.
«Había días en que la situación se me ponía negra por lo que había oído y sabía que era verdad. A veces era como ver al Señor Jesucristo arrodillado solo, como en el Huerto de los Olivos. Y lo único que podía hacer alguien que se preocupaba por la situación era acercarse suavemente y arrodillarse a Su lado, para que no estuviera solo con el dolor que sentía por esos pequeñitos».
«A Dios le costó el Calvario recuperarnos, y a nosotros nos costará tanto como podamos conocer de la participación de Sus sufrimientos, si algún día se recupera a aquellos por quienes murió». Amy Carmichael
Amy falleció en la India en 1951 con ochenta y tres años. Pidió que no colocaran ninguna lápida sobre su tumba; en lugar de eso, los niños de los que se había hecho cargo pusieron encima una pila para que se bañaran los pájaros y una inscripción con una sola palabra: «Amma». Peter Amsterdam[3]
¿Cómo puede una persona contribuir a mejorar el mundo?
Hasta los pequeños detalles que tengas con una persona significan mucho. Un poquito de amor se multiplica y tiene un profundo efecto. El resplandor de tu sonrisa, la bondad reflejada en tu rostro, la influencia de tu vida sobre los demás, todo ello puede iluminar a mucha gente y tener un poderoso efecto sobre las personas de quienes menos esperarías una reacción positiva.
Cuando tus semejantes perciben el amor que hay en ti y les explicas que se trata del amor de Dios, razonan: «A lo mejor sí hay Alguien allá arriba que me ama». Cambia toda su perspectiva y les levanta el ánimo.
Hay mucha gente sedienta de amor. Por todo el mundo los seres humanos buscan un rayito de esperanza, un resquicio de salvación, un poquito de amor, una pizca de compasión, un remanso de paz donde hallar alivio. Si puedes demostrarles que existe el amor, podrán creer que existe Dios, porque «Dios es amor»[4]. David Brandt Berg[5]
*
Solo soy una persona, pero soy una persona. No puedo hacerlo todo, pero sí puedo hacer algo. Y como no puedo hacerlo todo, no me negaré a hacer lo que sí puedo. Frase atribuida a Helen Keller
Publicado en Áncora en julio de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] The Journey (Barnes & Noble, 2006).
[2] NVI.
[3] Artículo publicado por primera vez en noviembre de 2008; texto adaptado.
[4] 1 Juan 4:8.
[5] Artículo publicado por primera vez en abril de 1974; texto adaptado.
Artículos recientes
- Vencer el temor con fe
- La descuidada virtud de la gratitud
- La fe y los desafíos
- Un puesto en la mesa del Padre
- La asombrosa gracia de Dios
- Cómo enfrentar y superar la adversidad
- Obras en curso
- Respuesta cristiana en un mundo polarizado
- La viuda de Sarepta: Un relato de esperanza
- Superar el temor y la preocupación