El gozo del Señor: nuestra esperanza y nuestra fortaleza
Peter Amsterdam
Si bien Jesús no mencionó sino dos veces el gozo o alegría en los Evangelios[1], está muy presente en los sucesos de Su vida y en Su enseñanza. Además hallamos menciones y ejemplos de gozo a lo largo del Nuevo y del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se emplean siete palabras griegas que aluden a gozo, júbilo, alegría y regocijo. Estos vocablos se emplean 72 veces en los Evangelios y 101 veces en el resto del Nuevo Testamento.
Se nos dice que el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, y que si lo servimos en esas cosas, agradaremos a Dios[2]. El gozo o la alegría subsiguen al amor en la lista del fruto del Espíritu[3]. No cabe duda de que la alegría es importante en una vida basada en Cristo. ¿Pero qué es exactamente esta alegría de la que habla aquí?
A grandes rasgos, en nuestro idioma el gozo, la alegría y la felicidad son considerados sinónimos. No obstante, las palabras griegas que se emplean en el Nuevo Testamento para describir gozo y felicidad no son tan afines de significado y en el Nuevo Testamento no se usaron con mucha frecuencia palabras griegas que expresaban el concepto de felicidad. Un autor explica:
Uno comienza a sospechar que para la mayoría de los escritores cristianos el gozo era más que un sentimiento grato, un estado agradable de ánimo o un sentido de rebosante júbilo, pese a que quizá engloba estos. […] El gozo es fundamentalmente una actitud hacia la vida que considera y acepta el mundo con ecuanimidad, un modo de ver la vida con certidumbre y con raíces profundas en la fe, con una aguda conciencia del Dios soberano que se reveló a sí mismo en Jesucristo y en Su muerte y resurrección, amén de una confianza en Él[4].
Los cristianos podemos acceder a ese estado de ánimo permanente, ese modo de ver la vida con certidumbre y esa aguda conciencia del Dios soberano y confianza en Él, los cuales en conjunto componen el gozo. ¿Cuál es la base de ese gozo? Tiene su origen en nuestra salvación, que nuestros nombres están escritos en el cielo.
Cuando los setenta y dos discípulos volvieron después de haber ido de dos en dos a ciudades que Jesús visitaría pronto, «regresaron con gozo, diciendo: “Señor, hasta los demonios se nos sujetan en Tu nombre”. Jesús respondió: “No se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos”»[5]. Tenemos gozo, nos regocijamos, porque poseemos la esperanza de una herencia eterna.
Podemos gozar de alegría porque adoptamos la vista de largo alcance, sabiendo que sean cuales sean las dificultades o reveses que experimentemos en esta vida, viviremos con Dios para siempre. En Jesús vemos un ejemplo de proyectarse hacia lo que deparará la eternidad, más allá de las pruebas del tiempo presente en esta vida: «el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios»[6].
Tenemos alegría debida a la presencia de Dios en nuestra vida. Al leer sobre la presencia de Dios en la Encarnación —la venida de Jesús, el Hijo de Dios, para hacerse presente en la Tierra—, todo el acontecimiento es evidentemente gozoso. Cuando Elisabet oyó la voz de María, el niño (Juan el Bautista) saltó de alegría en el vientre de su madre[7]; el ángel se apareció a los pastores la noche de la natividad de Jesús proclamando: «les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo»[8], «y cuando [los reyes magos] vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría»[9]. La presencia de Dios trae alegría a los que creen en Él.
La presencia de Dios se incorpora a nuestra vida cuando nos llenamos del Espíritu Santo; el Espíritu también está vinculado con el gozo. «Los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo»[10]. «Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en Él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo»[11].
Se nos exhorta a alegrarnos en el Señor, y a los creyentes a regocijarnos. «Mas los justos se alegrarán; se gozarán delante de Dios y saltarán de alegría»[12]. «La esperanza de los justos es alegría»[13]. Adorar y alabar al Señor suscita alegría dentro de nosotros. «Ellos, después de haberlo adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo»[14].
Nuestro gozo se basa en la fe que depositamos en lo que nos enseña la Escritura, a saber: que Dios es nuestro Creador; que aunque la humanidad está distanciada de Él por culpa de nuestros pecados, ha allanado el camino para que nos reconciliemos con Él mediante la muerte expiatoria de Jesús y el perdón de nuestros pecados; que gracias a esa reconciliación, entablamos relación con Él, Su Espíritu mora dentro de nosotros y nuestro vínculo perdura por la eternidad.
Nuestra fe en Dios y profunda confianza en Sus promesas de salvación, reconciliación, el alojamiento del Espíritu Santo dentro de nosotros y el fruto definitivo de nuestra salvación —la eternidad con Dios— contribuye a darnos paz interior y una perspectiva optimista y serena del futuro. Nuestras creencias generan esperanza —la expectativa de un futuro halagüeño— y propician que vivamos con gozo y esperanza[15].
La alegría es una reacción a la acción de Dios en nuestra vida: a Sus bendiciones, presencia, promesas; la relación que mantenemos con Él; el hecho de que somos Sus hijos. Es un modo de responder a lo que Él representa y a Su actuar en nuestra vida, a Su amor. Cuando estamos agradecidos por lo que Dios ha hecho por nosotros… cuando ponemos el foco en Su bondad, amor y atención, y nos contentamos con Sus bendiciones, tenemos motivo para regocijarnos. Estar agradecidos por las bendiciones que Dios nos otorga contribuye a que vivamos con gozo, toda vez que adoptamos una actitud positiva hacia la vida.
Dado que el gozo es una reacción a lo que es Dios y a las bendiciones de las que gozamos con Él, y no a nuestras circunstancias, puede crecer y estar saludable aun en tiempos de pesar y sufrimiento. «Nos gloriamos en las tribulaciones»[16]. No es fácil regocijarnos en nuestras penas. Es más, en términos generales, no es natural estar gozosos y regocijándonos constantemente. Así y todo, la Escritura reza: «Regocijaos en el Señor siempre»[17].
Muchos queremos cultivar un espíritu alegre, pero no es algo que podamos hacer por virtud propia. La alegría o gozo es un fruto del Espíritu, y para cultivarlo es preciso izar nuestras velas de modo que el aliento del Espíritu nos impulse con rumbo al gozo. Una forma de izar nuestras velas es leer, absorber y llevar a la práctica las enseñanzas de la Escritura. Dirigiéndose a Sus discípulos poco antes de Su crucifixión, Jesús dijo: «Si guardan Mis mandamientos, permanecerán en Mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor. Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto»[18].
Cuando nos asaltan las olas, vientos y tempestades de la vida, hallamos gozo sabiendo que «para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito»[19]. Encontramos consuelo y fe para soportar las dificultades que enfrentamos y ser victoriosos en tanto que fijamos los ojos en las promesas de la Palabra de Dios[20]. Al leer la Biblia, el Espíritu de Dios se vale de la Escritura para hablarnos al corazón, consolarnos y guiarnos, y así insuflarnos fe y esperanza, que sirven de peldaños para alcanzar el gozo. A medida que hacemos nuestra parte al permanecer en la Palabra de Dios, el Espíritu se mueve en nosotros para comunicarnos alegría.
Cultivamos el gozo depositando nuestra confianza en Dios. Ser digno de confianza es parte de la esencia de Dios, parte de Su carácter. A lo largo de las Escrituras se nos exhorta a poner en Él nuestra confianza. Confiar en Él significa ponernos al cuidado de Él, sabiendo que nos ama y vela por nuestros mejores intereses. «En ti confían los que conocen Tu nombre, porque Tú, Señor, jamás abandonas a los que te buscan»[21].
La confianza conduce a la esperanza, y la esperanza al gozo y potenciamos nuestro gozo cuando cultivamos agradecimiento y gratitud ante cualquier situación en la que nos encontramos. «Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es Su voluntad para ustedes en Cristo Jesús»[22].
Sean o no agradables nuestras circunstancias, debemos mostrarnos agradecidos. Eso no quiere decir que debemos agradecer las circunstancias difíciles que se nos presentan, pero sí dar gracias en medio de cada circunstancia, sea buena o sea mala. La Escritura nos enseña a dar gracias al Señor por obrar para bien en nuestras actuales circunstancias, sabiendo que Él no nos dará cargas que no podamos sobrellevar y que Su gracia nos basta para poder sobrellevarlas. A medida que agradecemos y alabamos, experimentamos el gozo que representa nuestra herencia en Cristo y «el gozo del Señor es nuestra fortaleza»[23].
Como ya hemos visto, la alegría cristiana está asociada a nuestro credo. El gozo es producto de nuestra lectura, creencia y práctica de la Palabra de Dios; de la morada del Espíritu Santo en nosotros, amén del sacrificio que Jesús hizo por nosotros. El gozo cristiano implica llevar una vida dentro del marco de conciencia del amor y desvelo que Dios manifiesta por nosotros, afrontar los altibajos de nuestra existencia con fe profunda en que el Señor siempre está presente, consolándonos y atendiéndonos, y contentarnos y regocijarnos porque estamos siempre bajo Su amoroso amparo.
Los creyentes tenemos la capacidad de regocijarnos y llenarnos de Su gozo, gozo porque nuestros nombres están escritos en el cielo, porque estamos imbuidos del Espíritu Santo, porque disfrutamos de comunión y compañerismo con nuestro Creador y porque sean cuales sean las penalidades por las que atravesemos, Él nos acompaña. Eso no quiere decir que siempre estaremos felices, sino que sean cuales sean nuestras circunstancias, podemos afirmarnos sobre la roca maciza de la alegría. Somos un pueblo redimido y bienaventurado que morará con Dios para siempre.
Publicado por primera vez en marzo de 2017. Adaptado y publicado de nuevo en enero de 2022.
[1] Juan 17:13; Juan 15:11 (NBLH).
[2] Romanos 14:17–18.
[3] Gálatas 5:22,23.
[4] Martin R. P. y Davids P. H., eds., en el Dictionary of the Later New Testament and Its Developments, edición electrónica (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), 600–605.
[5] Lucas 10:17, 20 (NBLH).
[6] Hebreos 12:2.
[7] Lucas 1:44.
[8] Lucas 2:10 (NBLA).
[9] Mateo 2:10 (LBLA).
[10] Hechos 13:52.
[11] Romanos 15:13 (NVI).
[12] Salmo 68:3.
[13] Proverbios 10:28.
[14] Lucas 24:52.
[15] 1 Pedro 1:3–5.
[16] Romanos 5:3.
[17] Filipenses 4:4.
[18] Juan 15:10,11 (NBLH).
[19] Romanos 8:28 (LBLA).
[20] Santiago 1:12.
[21] Salmo 9:10 (NVI).
[22] 1 Tesalonicenses 5:18 (NVI).
[23] Nehemías 8:10 (NVI).
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