El fracaso: a la victoria
por la derrota
María Fontaine
Aunque fallemos, el Señor nunca falla. Por muchas veces que le hayas fallado, Él no te fallará, te sacará adelante. Lo mejor que puedes hacer cuando enfrentes el fracaso es mantener los pensamientos en el Señor. Confía en Él. Sé que Dios te va a ayudar porque estás orando y nosotros estamos orando, y Él responde nuestras oraciones. Y lo que es mejor, «el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios»[1].
¿Por qué preocuparse? Todos fallamos alguna que otra vez. En realidad, todos fallamos con frecuencia. Todos nos liamos y confundimos un poco a veces, y el Enemigo nos ataca, así que no debemos caer en condenación al respecto. Es más, en cierta forma, deberíamos alegrarnos cuando fallamos. Si vamos a tener algún sentimiento al respecto, deberíamos alegrarnos, porque a lo mejor eso era lo que quería el Señor que hiciéramos, que falláramos. ¿Eres capaz de verlo de esa manera? Probablemente el Señor permite que fallemos para que no tengamos un concepto demasiado elevado de nosotros mismos. De no haber fallado nunca, te podrías felicitar a ti mismo, pero el fracaso te vuelve más humilde y dependes más del Señor.
«A los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien»[2]. No debes sentirte culpable ni preocuparte por errores y fracasos; sino tener la actitud opuesta y alegrarte por lo bueno que puede salir de tu fracaso. Puedes sentir agradecimiento de que no fallaste demasiado ni causaste un problema que no se pudiera remediar fácilmente. O bien, puedes sentir agradecimiento de que el Señor te dio una buena sacudida para despertarte antes de que llegaras demasiado lejos, y aprendiste algunas lecciones con ello. O de que el Señor no permitió que eso provocara que sucediera algo grave, tremendo y catastrófico.
De hecho, probablemente fue más beneficioso que perjudicial. Yo creo que deberíamos tratar de ver el fracaso desde un punto de vista positivo y darnos cuenta del bien que ha producido. Hasta cierto punto, es el orgullo lo que hace que nos sintamos muy mal por haber fallado. No creo que sea solo por orgullo, pues sé que sinceramente nos sentimos mal cuando tomamos decisiones desacertadas y nos pesa por todos los problemas o dolor que eso puede haber causado. Pablo dice:
Habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos.
Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de Su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. Hebreos 12:5–11[3]
Es como los padres con sus niños: ¿Te sientes muy dolido o decepcionado cuando tus hijos cometen un error? Sí, claro que te duele un poco, pero uno siempre cuenta con que a veces van a fallar y portarse mal, o que van a tomar una decisión errónea; todo eso forma parte de su crecimiento. No se pierde la fe en un hijo debido a que el niño ha hecho algo malo. Sabes que los niños no son perfectos. Todo eso es parte de la vida. La decepción inicial queda prácticamente olvidada con la felicidad que sientes al ver que tu hijo aprende y hace lo correcto. Y Dios nos ve a nosotros, Sus hijos, de forma muy parecida; estamos aprendiendo y es normal que a veces nos equivoquemos.
Por supuesto, tampoco queremos hacer daño a otros al cometer errores o fallar al Señor. Pero en una situación en que el Señor quiere acabar con nuestro orgullo, conviene que fallemos o que a veces hagamos algo mal o que no siempre acertemos, porque así nos damos cuenta de que solo el Señor puede obrar por medio de nosotros, y cuando sí tenemos éxito, le damos al Señor la gloria.
A veces Él tiene que permitir que fallemos para hacernos ver que Él es el único que puede lograr que tengamos éxito. De modo que algunas veces tiene que permitir que fallemos a fin de mantenernos humildes.
A muchos de nosotros el orgullo nos perjudica bastante. Sin embargo, el Señor conoce tu corazón y sabe que no quieres que sea así; y también sabe que estás orando para cambiar, y por eso responde tus oraciones. Claro que no siempre las responde como nos gustaría ni tan fácilmente como quisiéramos, pero sabe cuál es la mejor manera de hacerlo y así lo hará, si se lo pedimos. Lo hará de la manera que sabe que es más conveniente.
Debemos ver el fracaso como algo positivo, desde un punto de vista positivo. No es que el Señor trate de deprimirnos, de aplastarnos y que deje que el Enemigo nos pisotee, sino que en realidad Dios nos honra al enseñarnos estas cosas y al permitir que sucedan. Lo cierto es que deberíamos darle las gracias por ello. Es posible que sintamos remordimiento, pero debemos darle gracias al Señor, porque es fabuloso que aprendamos todo eso. Es hasta una bendición el que podamos fallar a veces, porque muchas veces logramos nuestras mayores victorias de aparentes derrotas.
Así pues, no dejes de mirar hacia arriba y conserva una actitud positiva al respecto. Puede que el Señor haya dejado que estuvieras confundido en cuanto a esas cosas solo para que te ayude a ser más humilde. El Señor permite que sucedan esas cosas porque quiere enseñarnos algo más importante y lograr con ello una mayor victoria.
Lo que intento decirte es que te alegres. Regocíjate. No es preciso que te preocupes ni que te sientas culpable por tus fracasos, porque si ponemos los ojos en el Señor y lo seguimos, todos ellos redundan en bien. Solo quiero animarte a que cuando enfrentes tus errores o fracasos veas el lado bueno, el lado positivo, porque a medida que confíes en el Señor, verás que Él hará que el resultado de todo eso sea mucho más positivo que negativo.
Artículo publicado por primera vez en febrero de 1985 y adaptado en noviembre de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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