El Evangelio de salvación
Recopilación
El apóstol Pablo escribió que las Escrituras «te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús»[1]. Puesto que la finalidad de las Escrituras —y del divino Autor que habló y sigue hablando por medio de ellas— es llevarnos a la salvación, y sabiendo que la salvación está en Cristo, se entiende que las Escrituras nos muestran a Cristo. Pero su objetivo al señalarnos a Cristo no es solo que lo conozcamos y entendamos. Ni siquiera que lo admiremos. Sino que pongamos nuestra confianza en Él. Las Escrituras dan testimonio de Cristo no solo con el fin de satisfacer nuestra curiosidad, sino para obtener de nosotros una respuesta de fe.
Muchas personas no entienden la fe. Existe la idea de que la fe es como un salto al vacío, que no da cabida a la razón. Pero no es así. La verdadera fe no falta a la lógica y la razón, porque su objetivo es fidedigno. Cuando los seres humanos confiamos en otra persona, la razonabilidad de nuestra confianza depende de la relativa fiabilidad de esa persona. Y eso es lo que hace la Biblia: da testimonio de Jesucristo como digno de toda confianza. Nos dice quién es Él y lo que ha hecho. La evidencia que presenta de Su persona y obra únicas es sin duda convincente.
Mientras más nos empapamos del testimonio bíblico de Cristo y más sentimos Su presencia —profunda, pero sencilla; variada, pero unánime—, más fe produce Dios en nosotros. Nosotros recibimos el testimonio. Creemos. A eso se refería Pablo cuando escribió: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios»[2]. […]
La Biblia entera es un evangelio de salvación. Y el Evangelio es «poder de Dios para salvación de todo aquel que cree»[3]. De manera que apunta de maneras inequívocas a Cristo, para que sus lectores lo vean, crean en Él y sean salvos.
El apóstol Juan escribió algo parecido al final de su evangelio. Dijo que anotó solo unas pocas señales de Jesús, porque nuestro Salvador realizó muchas más. Continúa diciendo: «Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en Su nombre»[4].
Juan ve el propósito final de la Escritura («lo que se ha escrito») de la misma manera que Pablo. Juan lo llama «vida»; Pablo, «salvación», pero ambas palabras son prácticamente sinónimos. Ambos apóstoles concuerdan que tanto esta vida como la salvación están en Cristo, y que para recibirlas debemos creer en Él. Los dos presentan la misma secuencia de pasos: Escritura—Cristo—fe—salvación. La Escritura da testimonio de Cristo para evocar fe en Él y, en consecuencia, darle vida al creyente. La conclusión es sencilla. Cada vez que leamos la Biblia, debemos buscar a Cristo. Y debemos continuar buscándolo hasta encontrarlo y creer en Él. John Stott[5]
Ver a Cristo en toda la Escritura
Resulta apropiado que, al final del evangelio de Lucas[6], el apóstol escribiera la interacción que Jesús tuvo con un par de Sus discípulos mientras caminaban hacia Emaús.
Jesús, el Mesías, había sido crucificado. Los discípulos estaban perplejos, no entendían lo que estaba pasando. ¿Cómo pudo el Salvador sencillamente haber muerto? Pero se acercó Jesús, disfrazado durante toda esa parte de las Escrituras, y les abrió los ojos para que vieran que todo lo escrito en la Biblia realmente trata sobre Él:
—¡Qué torpes son ustedes —les dijo—, y que tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en Su gloria? Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras[7].
Lucas continúa diciendo que «ardía nuestro corazón en nosotros»[8] cuando fue abierta su mente.
Entonces, el apóstol nos revela un hecho importante: El conocimiento del plan de Dios y el regalo de salvación está profundamente cimentado en entender todo el relato. Las buenas noticias no solo se encuentran en la segunda parte de la Biblia, el Nuevo Testamento. La Biblia entera trata sobre una sola persona, un plan y un objetivo. Esa persona es Jesús. Ese plan es la redención. El objetivo es la gloria de Dios. En verdad es un argumento muy sencillo.
Cuando leemos las Escrituras, tenemos que buscar cómo el texto se relaciona o apunta a Cristo. […] La Biblia es una oda a lo ecléctico. Está llena de libros de historia, poesía, sabiduría, canción, profecía y narrativas profundas. Si se lee solo una parte, se puede perder mucho de lo que Dios quiere enseñarnos. Si nos limitamos a repasar las partes que más nos gustan, nos perderemos la totalidad del relato.
El punto de reunir perspectivas y géneros tan diversos es interactuar con un Dios que no cabe en estereotipos y rutinas. No se limita a darnos una serie de normas y reglas que debemos seguir sin pasión o deseo.
Lo que Él quiere es interactuar contigo, relacionarse contigo y caminar contigo. Así que, abre la Biblia con la emoción de ver cómo es Dios. Cuando entiendes que Dios es exactamente igual a Jesús, a lo mejor empiezas a ver la Biblia con nuevos ojos. Cuando entiendes que Dios ha estado apuntando a Jesús desde el mismo principio, tu estudio de la Biblia se convertirá en una aventura enteramente nueva. Tom Hudzina[9]
El cumplimiento de las promesas de salvación de Dios
En los Evangelios se hace mención más de 70 veces del «reino de Dios» y el «reino de los cielos». Los judíos del primer siglo entendieron por ello que Jesús lideraría un movimiento que derrotaría a los romanos y haría descender todas las bendiciones de las que habló Dios en el Antiguo Testamento. A juzgar por lo que dicen en los Evangelios, da la impresión de que algunos de los discípulos también pensaban igual.
Pero ese no era el plan de Dios ni mucho menos. El cumplimiento de la promesa que hizo Dios de que la salvación llegaría al resto del mundo a través de Israel, llegaría de una forma completamente inesperada; mediante el sacrificio de Jesús sobre la cruz. Su mesías daría la impresión de ser un mesías fracasado, alguien que hizo valerosas promesas, pero que al final terminó ejecutado por las autoridades. Sin embargo, ese «mesías fracasado» resucitó de los muertos para no volver a morir, derrotando así a la muerte. Nunca antes hubo alguien que muriera y resucitara, pero sin volver a morir años después. Hubo un par de personas que regresaron de entre los muertos, como Lázaro, pero con el tiempo volvieron a morir. Con Jesús no fue así. Dios hizo algo completamente nuevo con Jesús.
Todo lo predicho en las Escrituras sobre la salvación del mundo llegó a su punto culminante mediante esos acontecimientos. Se produjo un cambio fundamental que marcó el comienzo de una nueva era, conocida como los «postreros días», una era que comenzó con la resurrección de Jesús y que culminará con Su regreso, cuando la victoria sobre la muerte sea total y los que hayan elegido cumplir con la voluntad de Él sean resucitados, en cuerpo y espíritu.
Con la muerte y resurrección de Jesús se cumplieron las promesas y pactos contenidos en las escrituras judías, ¡y con ello todo cambió! Tras Su muerte y resurrección, el templo dejó de ser necesario, pues los pecados ya no se perdonaban anualmente mediante un sacrificio en el templo, sino que eran perdonados eternamente y de una vez por todas mediante el sacrificio de la muerte de Jesús. El templo dejó de ser la morada de Dios, pues después de Pentecostés, Dios el Espíritu Santo hizo Su morada en los creyentes.
La puerta que se cerró tras el pecado de Adán fue abierta. La separación ya no existe. La oportunidad para formar parte de la familia de Dios ahora está a disposición de todos. Se ha concedido a todo ser humano el derecho de convertirse en hijo de Dios a través de Jesús[10]. El Espíritu de Dios morará dentro de todo el que reciba a Jesús y le infundirá poder.
Por ser miembros de la familia de Dios, Sus hijos adoptivos,[11] desempeñamos un papel en el gran relato de Dios, en Su gran amor por la humanidad, Su amor por Sus creaciones. Hemos sido llamados a transmitir este relato a quienes nunca lo hayan oído, a quienes no lo comprendan o a los que les cueste creerlo. Somos embajadores de Cristo, tenemos una relación personal con Dios y la misión que nos ha encomendado el mismísimo Jesús es que transmitamos el mensaje, contemos el relato y les hagamos saber a los demás que ellos también pueden ser parte de la familia de Dios, que pueden hacerse parte del reino de Dios, de Su nueva creación. Sus pecados pueden ser perdonados, gratuitamente, ya que su entrada a la familia de Dios ya ha sido pagada. Basta con que la pidan. Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en agosto de 2022.
[1] 2 Timoteo 3:15.
[2] Romanos 10:17.
[3] Romanos 1:16.
[4] Juan 20:31.
[5] John Stott, Cómo comprender la Biblia, Scripture Union, 1978.
[6] Lucas 24.
[7] Lucas 24:25-27 (NVI).
[8] Lucas 24:32.
[9] https://www.cru.org/us/en/train-and-grow/spiritual-growth/seeing-christ-in-all-of-scripture.html.
[10] Juan 1:12.
[11] Gálatas 4:4-7.
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