El don de profecía
María Fontaine
La capacidad de escuchar al Señor en profecía y hacerlo participar en todos los aspectos de nuestra vida da muchos frutos hermosos, en particular una profunda intimidad y cercanía con Él y con el Espíritu de Dios. El Señor transmite en profecía una inmensa cantidad de palabras motivadoras y edificantes para la fe que nos ayudan a acercarnos a Él.
Una de las creencias fundamentales en las que se basa la Familia desde el principio es la de que Dios nos sigue hablando hoy en día, que en la actualidad todavía transmite mensajes a Su pueblo: profecías, revelaciones y palabras inspiradas con orientación y consejos espirituales. Nuestra relación con la profecía comenzó al principio mismo de la Familia, cuando David animó a los que fuimos los primeros integrantes de los Niños de Dios a reservar ratos para —dejando todas las demás actividades— escuchar a Dios:
La oración no consiste simplemente en ponerse uno de rodillas a expresar su opinión, sino en dejar también que Dios exprese la Suya. Y esperar hasta que conteste. No solo hay que ponerse a orar, sino también hay que sintonizarse con el Espíritu. Y si lo hacen, Él le dirá a cada uno de ustedes lo que tiene que hacer[1].
Cada día debería ser un nuevo día, una nueva experiencia, un volver a escuchar la voz del Señor. ¿Por qué vivir con lo que comiste ayer? Hay que comer cada día. Puedes escuchar a Dios cada día, y deberías hacerlo. No hay que escuchar una voz audible. Puede ser simplemente un silbo apacible que sientes en tu interior. A veces ni siquiera son palabras, puede ser una impresión que tienes. Dios ni siquiera tiene que comunicarse con palabras. Te puede dar una sensación o una imagen o idea[2].
No pueden confiar en su propia sabiduría, no pueden apoyarse en su propia prudencia. Deben buscar la guía y orientación milagrosa, sobrenatural y poderosa del Espíritu Santo. Es imposible resolver estos problemas por cuenta propia. «No se apoyen en su propia prudencia, sino reconózcanlo en todos sus caminos y Él enderezará sus veredas»[3].
Por eso, recuerden que no pueden resolver estos problemas según su propia sabiduría, su propia fuerza, su propia mente, su propio entendimiento o sus propios esfuerzos por tratar de resolver las cosas. Tendrán que pedirle al Señor que mediante el milagroso poder sobrenatural del Espíritu Santo les dé revelaciones categóricas, rotundas y directas desde el cielo, de Él, que les muestre clara y exactamente qué hacer[4].
Un sello distintivo de nuestro movimiento ha sido que procuramos averiguar en cada caso cuáles son las indicaciones de Dios y seguirlas, convencidos de que si buscamos Su voluntad con plena fe, la descubrimos[5]. También estamos convencidos de lo que dicen las Escrituras de que en los últimos días Dios «derramaría Su Espíritu sobre toda carne» y Sus siervos de ambos sexos profetizarían[6]. El recibir de Dios mensajes actuales específicos para nuestro llamado y nuestra manera de servirlo constituye uno de los pilares fundamentales de nuestra fe.
Hasta cierto punto, el cumplimiento de las promesas de Dios es un tema subjetivo y misterioso. No siempre sabemos a ciencia cierta si Sus promesas se cumplirán de la forma que esperamos o de acuerdo a la interpretación que les demos, así como el tiempo y el lugar en que sucederá. Hace 2.000 años, cuando Juan recibió el Apocalipsis, todo indicaba a que esas promesas se cumplirían mucho antes en la Historia. El hecho de que no se hayan cumplido ha significado que los cristianos han debido ajustar su interpretación de las Escrituras, y confiar en que Dios validará Su Palabra en el momento y de la manera que considere más propicios.
Muchos cristianos con frecuencia invocan promesas que fueron dadas específicamente para los israelitas. Tenemos la fe de invocar esos versículos porque los consideramos la Palabra de Dios, la cual se puede emplear en diversas situaciones, incluso si fueron dadas para una situación particular o si aún no se han cumplido. Sabemos que el milagroso poder de Dios, el cual se exhibe en Sus promesas y en el cumplimiento de las mismas, es un principio que se puede invocar en oración. Nos beneficiamos de los principios espirituales que fundamentan una promesa, aunque la misma haya sido dada para otra época o para una circunstancia específica.
No podemos concebir el plan completo de Dios o Su voluntad en lo que respecta a Sus promesas. Por eso Pablo escribió: «¿Quién entiende la mente del Señor? […] Cuán insondables son Sus juicios, e inescrutables Sus caminos»[7]. Solo Él sabe si Sus promesas se cumplirán, así como el momento y el lugar en que sucederá. Tampoco aseguramos que esas promesas no se vayan a cumplir en el futuro. Puede que suceda de forma diferente de lo que esperamos o de la manera en que interpretamos esa profecía y el cumplimiento que esperamos.
El Señor suele obrar dentro de los límites de nuestro entendimiento, igual que hacen los padres y madres con un hijo, que tienen en cuenta en qué fase de su desarrollo se encuentra y no le piden algo que todavía no es capaz de hacer. Solo conocemos en parte. Solo podemos profetizar en parte[8].
Por lo general Dios nos habla dentro del contexto de nuestra fe. De todos modos, podemos tener la seguridad de que si Dios nos quiere revelar algo que queda fuera de nuestro contexto y nuestra comprensión, y nosotros le estamos rogando de todo corazón que nos manifieste Su plan, lo va a hacer, aunque tenga que darnos revelaciones que queden totalmente fuera del campo de nuestro entendimiento y nuestra fe. De la misma manera, si por algún motivo que solo Él conoce decide no encaminarnos en otra dirección hasta que le parezca conveniente, tenemos que comprender también que tiene todo el derecho de hacerlo.
A fin de cuentas, entra a jugar aquí lo que llamamos el factor Dios: tenemos la certeza y convicción de que Él es muy superior a nuestras limitaciones y entendimiento humanos. En respuesta a nuestras muy sinceras oraciones, nos va guiando, incluso cuando eso implica llegar más allá de lo que hasta un momento determinado nos habían permitido nuestras limitaciones y la fe que teníamos hasta ese momento.
Artículo publicado por primera vez en agosto de 2010 y adaptado en abril de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] Tomado de «Para…mira... escucha», mayo de 1971.
[2] Tomado de «Feliz Navidad», diciembre de 1976.
[3] Proverbios 3:5–6.
[4] Tomado de «Por el amor de Dios, sigan a Dios», octubre de1970.
[5] Jeremías 29:13.
[6] Hechos 2:17, 17 NVI.
[7] Romanos 11:34, 33.
[8] 1 Corintios 13:9.
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