El crecimiento del alma
Recopilación
«Poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra». 2 Corintios 9:8[1]
Si de verdad queremos experimentar la abundancia de Dios, debemos abrirle espacio al permitir el crecimiento de nuestra alma. Los quejidos que emitimos al sentir la incomodidad del crecimiento pueden ahogar de momento el canto del cielo, pero ese proceso termina creando un espacio terrenal con superior acústica de salvación.
La vida de Jesús dista mucho de los estándares culturales modernos de abundancia, pero mediante el sufrimiento Su alma creció hasta alcanzar proporciones mundiales de salvación. Su dolor abrió el camino para el nuestro y Su abundante vida se convirtió en la nuestra. A lo mejor desabotonaríamos un poco más nuestra alma si realmente creyéramos que el crecimiento del alma puede ser la salvación del alma.
Adoramos a un Dios que, no solo sufrió y murió por nosotros, sino que además resucitó de entre los muertos con las cicatrices de Su sufrimiento terrenal. Un Dios tatuado por el mal, pero que lo portó como una condecoración. Es interesante recordar que, al exigir Tomás prueba de que Jesús había resucitado, no solicitó una demostración de los magníficos poderes otorgados a Jesús después de Su resurrección, sino ver las cicatrices de Su sufrimiento compartido.
Dios es un redentor. No hace desaparecer los problemas sino que los transforma en algo bueno. Como experto en neonatología, a menudo debo darles malas noticias a los padres de mis pacientes. Puede ser bastante deprimente, porque no encuentro motivo por el que le pasen cosas malas a personas buenas, pero luego recuerdo que todos sufrimos en esta tierra. El tema no es el mal inevitable sino el bien inesperado.
Sé que mi Redentor vive, así que en cada situación difícil espero ver evidencia de que Él está vivo y bien. En vez de preocuparme por la aparente ausencia de Dios, ahora me emociono al pensar en las formas nuevas e interesantes en que nos hará sentir Su presencia. […]
Jesús es la Gallina que desea reunir los pollitos bajo Sus alas, el Pastor que se preocupa por la oveja acosada y desamparada, la Botella que reúne nuestras lágrimas de dolor sin derramar una sola gota. Jesús no es un antiviral, sino el Gran Médico. […] Trata a Sus pacientes de forma suave y humilde. Si aceptamos Su régimen terapéutico, hallaremos descanso para nuestra alma.
Comenzará sentándonos y limpiando cada lágrima de nuestro rostro para que podamos ver con claridad el procedimiento médico que nos espera y anticipar la remisión eterna que nos ha prometido, donde ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor[2]. Erik Strandness[3]
Salir de nuestra zona de seguridad
Todos tenemos una zona segura, ese espectro de circunstancias dentro de las cuales nos sentimos cómodos o a personas con las cuales hemos aprendido a interactuar con facilidad y sin tener que hacer demasiado esfuerzo. En muchos casos, los límites de esa zona son determinados por nuestros temores y lo que pensamos que será aceptado por los demás en nuestra conducta, y lo que excede los límites cómodos de esfuerzo de nuestra parte.
La zona segura es agradable y cómoda. El problema es que, si le permitimos que rija nuestras decisiones, puede terminar por dejar poco espacio al crecimiento y el desarrollo. Puede ahogar la posibilidad de experimentar todo aquello que la vida nos puede ofrecer. Y a menos que sigamos esforzándonos más, existirá el riesgo de que seamos personas satisfechas de sí mismas en todos los sentidos.
Si el Señor quiere ampliar nuestros horizontes, el peligro de permanecer dentro de la zona en que nos sentimos seguros es que es posible que gradualmente seamos llevados hacia una existencia mediocre donde no exploraremos todas nuestras posibilidades. Podemos perder la habilidad de descubrir cuánto podemos lograr, al punto en que ya no daremos esos emocionantes saltos de fe.
Es incómodo traspasar esos límites y existen riesgos, porque no sabemos con qué nos iremos a encontrar. Pero la satisfacción, el sentirse realizado y la emoción de conocer a nuevas personas, nuevas ideas y nuevas oportunidades, todo eso forma parte de lo que hace de nosotros personas más profundas, impulsadas por nuevos propósitos. Jamás desarrollaremos al máximo nuestra capacidad a menos que estemos dispuestos a esforzarnos y llegar más allá de lo que pensamos que son nuestros límites.
La naturaleza del Señor es tal que Él a veces nos saca de los parámetros en los que nos sentimos cómodos y nos lleva hacia nuevos desafíos en nuestra vida para obligarnos a mirar bien los límites que nosotros mismos nos impusimos, de modo que podamos rebasarlos. Y al hacerlo, a menudo nos damos cuenta de que en realidad no es tan perturbador como pensábamos, y muchas veces encontramos un nuevo mundo de oportunidades y potencial que antes ni pensábamos que era posible. María Fontaine
Correr la carrera
Cuando crece nuestro espíritu, nuestra fe en Dios también aumenta. Cuando crece nuestra mentalidad, desafiamos las viejas formas de pensar y las cambiamos por nuevas. Cuando crecen nuestras relaciones, muere el egoísmo para dar paso al amor. De modo que, ¿estás creciendo en este momento?
Dios permite que vivamos experiencias que nos obligan a crecer como preparación para la carrera de nuestra vida. De vez en cuando, nuestra alma no da más. No hoy fuerza ni cantidad de presión que pueda mover el problema. ¡En eso consiste el crecimiento del alma! A menudo, esos momentos no son la verdadera prueba, sino el calentamiento previo a futuros desafíos. Son puntos de referencia que nos enseñan a no entrar en pánico a la mitad de la verdadera carrera.
Recordemos que Dios no permite a nadie correr con Él o para Él, a menos que haya extendido su pensamiento, su fe y su capacidad de vivir y de amar. De manera que, al enfrentar un problema que parece no ceder, debemos respirar profundamente y recordar que Dios nos invita a crecer. Es el crecimiento de nuestra alma lo que nos permite enfrentar situaciones que pensamos que serán nuestro fin, pero que no lo son; soportar situaciones que pensamos que acabarán con nosotros, pero que no lo hacen.
Tarde o temprano, todos enfrentamos situaciones y relaciones difíciles, pero son solo las profundas flexiones de rodilla de la vida. De manera que, cuando sientan que están siendo estirados al punto de quiebre, no se den por vencidos. Vean la situación en su debida perspectiva: preparación para correr y ganar la carrera que Dios les ha asignado en esta vida. Rhema
La fe y las zonas de comodidad
La fe no crece en un ambiente cómodo. Las cargas son fáciles de sobrellevar cuando nuestras necesidades son suplidas, el trabajo resulta soportable y sabemos lo que nos depara el futuro. Pero la fe se tonifica gracias a situaciones difíciles. Entonces caemos en cuenta que no podemos llevar la carga. Nos vemos obligados a entregarle a Jesús la carga y confiar en Él.
Proverbios 3:5 afirma: «Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia» o en tus propias fuerzas[4]. En otras palabras: soltemos la carga. Al depender más en Jesús y depositar nuestra confianza en Sus promesas, nuestra fe se ve fortalecida.
Tenemos que estar dispuestos a aumentar nuestra fe. La fe no tiene oportunidad de crecer cuando todo va bien o como de costumbre. Debemos tener la disposición de crecer y elegir situaciones nuevas de las que no estamos muy seguros.
La Biblia nos recuerda que, si bien en ocasiones las personas se vieron en situaciones difíciles que las obligó a estirar su fe, otras veces Dios esperó a que ellos dieran el primer paso antes de realizar lo que ellos no podían hacer por su cuenta.
Jesús dijo que la fe del tamaño de un grano de mostaza puede realizar maravillas. En ocasiones, eso es todo lo que tenemos. Y Él se vale de lo que ponemos a Su disposición. Pero me atrevería a decir que Él no espera que nuestra fe siga siendo pequeñita. Creo que Él espera que nuestra fe crezca al ver que Él interviene una y otra vez en nuestro favor. Me parece que Él quiere que alimentemos nuestra fe para que crezca, aflore y produzca fruto.
Dios tiene planes y un propósito para cada uno de nosotros. Nos presenta desafíos para ayudarnos a realizar dichos planes. Sin embargo, necesitamos fe para dar el primer paso y estirarnos para llevar a cabo esos planes. Resulta preciso actuar y empezar a construir lo que Dios desea de nosotros. Si esperamos hasta sentirnos seguros, nos perderemos la oportunidad.
Sin importar el punto en que se encuentren en su camino de la vida o los giros impredecibles que ha tomado, pueden tomar la decisión de ver cada situación abrumadora como una gran oportunidad de fortalecer su fe. Marie Story
Publicado en Áncora en abril de 2021.
[1] RVA-2015.
[2] Apocalipsis 21:4.
[3] https://www.premierchristianradio.com/Shows/Saturday/Unbelievable/Unbelievable-blog/The-Coronavirus-may-just-break-your-heart.-But-God-can-put-it-together-again.
[4] RVA-2015.
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