El bebé del pesebre
Relatos del árbol navideño
«Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Lucas 2:11-12
Recordemos a quien nos da
Una Navidad un pastor recibió una llamada del rector del colegio, que era miembro de la iglesia. Se le quebró la voz de emoción cuando le pidió al pastor si lo podía ayudar. El último día de clases antes de las vacaciones, un niño de seis años llegó a su aula con una nota sujetada a su andrajoso abrigo. La nota era de su padre. Decía: «Por favor ayuden a mi hijo si es posible. Hace poco su madre se fue de casa y nos abandonó, y la semana pasada perdí mi trabajo. Me estoy tragando el orgullo por su bien. Nunca antes tuve que pedir ayuda, pero ¿podría hacer lo posible para que él reciba un regalo de Navidad?»
Cuando el pastor escuchó el relato, si identificó con el dolor del padre. Accedió a ayudar y decidió involucrar a sus propios hijos en la ofrenda de dar a los demás. Esa tarde fuero a una tienda y compraron comida para el señor y su hijo. Luego, pasaron por una tienda de juguetes y cada uno compró un regalo para el niño, y al llegar a casa lo envolvieron. Después, aquella misma tarde, fueron a la casita que necesitaba pintura y reparaciones y tocaron a la puerta. Cuando el hombre abrió la puerta y vio al pastor y a sus niños que traían comida y regalos, su postura indiferente fue conquistada por la emoción y se le llenaron los ojos de lágrimas.
El niño, al que se le pusieron los ojos como platos cuando vio los regalos, no se apresuró a tomarlos sino que primero le fue a dar un abrazote al pastor. Lo miró al rostro y le dijo: «Gracias, señor. Mi maestro me dijo que vendría. Me dijo que vendría.»
El niñito estaba muy sintonizado. Le prestó más atención al dador que a los regalos.
Creo que el niñito de este relato comprendió la esencia de esta época. Me puede enseñar una lección. Esta Navidad no solo recuerdo el regalo de vida que nos trajo el niño del pesebre, sino que también recuerdo al niño del pesebre. Mi relación con ese niño es lo que me da plenitud. Mi conexión con él me da esperanza. Mi entrega es retribuida con Sus promesas. Anónimo
El camello se había escapado
Nuestra familia siempre ha disfrutado de la tradición navideña de armar un nacimiento completo de cerámica; con reyes magos, camellos, pastores, ovejas y, por supuesto, María, José y el niño Jesús. Cada Navidad el nacimiento era el mismo.
Un año, cuando mis hijos eran pequeños, desenvolví cada pieza con cuidado y armé una representación artística de la primera Navidad. Los niños se juntaron para verla. Hablamos del nacimiento de Jesús y de la visita de los pastores y los reyes magos. Luego le dije a los niños, como de costumbre, que no tocaran las figuras, reiterando que eran frágiles y se podrían romper.
Pero aquel año la tentación fue demasiado fuerte para mi hija Elisabeth, de dos años. El día que armamos el nacimiento me di cuenta, algo irritada, que varias veces un camello se había salido de su lugar, o una oveja se había descarriado y alejado de su pastor. Cada vez, volví a poner las piezas en su lugar, identifiqué al culpable y le advertí que dejara de tocar y mover las piezas.
A la mañana siguiente, Elizabeth se despertó y bajó a la sala antes que yo. Cuando llegué, me di cuenta que el nacimiento estaba nuevamente desordenado. Todas las piezas estaban agrupadas, muy juntitas. Impacientemente, me dispuse a reordenarlas; pero me detuve cuando entendí que estaban como estaban por una razón. Las veintitrés figuras estaban agrupadas en un círculo, mirando hacia dentro, todas bien juntitas para poder contemplar de la mejor manera la figura que descansaba en medio de todos: el niño Jesús.
El espíritu de la escena me conmovió y reflexioné sobre el sentimiento de una niña de dos años. Sin duda, Cristo debería ser el centro de nuestras celebraciones navideñas. Si todos nos juntáramos alrededor de nuestro Salvador, no solo durante la temporada navideña sino cada día, tendríamos una mejor perspectiva de la vida. Compartiríamos con facilidad con aquellos que no están tan cercanos el amor que Él nos ofrece. Ese año dejé la escena de la Natividad como la había diseñado Elizabeth. Durante el resto de la temporada fue un emotivo recordatorio del verdadero significado de la Navidad. Janet Eyestone
Dos niños en un pesebre
En 1994 dos estadounidenses aceptaron una invitación del Ministerio de Educación de Rusia para enseñar moral y ética cristiana en varios colegios e instituciones de ese país, entre los que se contaba un orfanato para unos cien niños víctimas de abandono o de malos tratos.
Poco antes de la Navidad, las voluntarias narraron a los niños el nacimiento de Jesús, un relato que la mayoría nunca había oído. Los pequeños escucharon fascinados la descripción de la llegada de María y José a Belén, donde al no encontrar lugar en el mesón se vieron obligados a ir a un establo. Y ahí nació el niño Jesús, y fue puesto en un pesebre.
Al terminar el relato, las voluntarias organizaron una actividad manual. Entregaron a los niños un trozo de cartulina para que hicieran un pesebre, parte de una servilleta amarilla que cortaron en tiras para hacer la paja, un trocito de fieltro que utilizarían para recortar al niño Jesús y un pequeño paño de tela con que envolverlo. Mientras los chiquillos hacían su tarea, las voluntarias iban de uno a otro para ofrecer un poco de ayuda a los que la necesitaran.
Al llegar una de ellas a la mesa donde estaba sentado Misha —un niñito de seis años—, vio que éste ya había terminado su pesebre. No obstante, al observarlo de cerca le sorprendió que hubiera no uno, sino dos bebés en él. Cuando le preguntó al pequeño por qué, éste cruzó los brazos, frunció el ceño y procedió a explicárselo con mucha seriedad. Teniendo en cuenta su corta edad y el hecho de que no había escuchado sino una vez el relato del nacimiento de Jesús, lo refirió con bastante exactitud; esto es, hasta que llegó a la parte en que María puso al niño Jesús en el pesebre. A partir de ahí, Misha comenzó a improvisar.
—El niño Jesús me miró y me preguntó si tenía casa. Le contesté que como no tengo papá ni mamá, no tengo donde quedarme. Entonces me dijo que podía quedarme con Él. Pero yo le contesté que no podía porque no tenía un regalo para Él como todos los demás. Pero como tenía muchas ganas de quedarme con Él, me puse a pensar en algo que pudiera regalarle. Así que le pregunté: «Si te mantengo calentito, ¿ese sería un buen regalo?» Jesús me dijo: «Si me abrigas, ese será el mejor regalo que me hayan hecho». Así que me metí en el pesebre. Entonces Jesús me miró y me dijo que podía quedarme con Él para siempre.
Al terminar su relato, Misha tenía los ojos llenos de lágrimas, y estas empezaron a rodarle por las mejillas. Se tapó el rostro con las manos y apoyó su cabecita sobre la mesa mientras sollozaba. El huerfanito había hallado a Alguien que nunca lo abandonaría ni lo maltrataría, Alguien que se quedaría con él «para siempre»[1]. Anónimo
[1] Relatos tomados de http://homeandholidays.com.
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