Dios nunca falla
Tesoros
[God Never Fails]
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido una honda decepción al ver que algo no nos salía como esperábamos o deseábamos. Quizás hasta llegamos a preguntarnos si Dios nos había fallado. Ha habido ocasiones en que nos hemos consagrado a algo que estábamos convencidos de que era la voluntad de Dios y pensábamos, por tanto, que Él bendeciría nuestros esfuerzos. Le rogamos sinceramente que nos ayudara; pero por alguna razón, nuestros planes se frustraron, y el resultado no fue el previsto.
Aun si entendemos las razones naturales y evidentes y las circunstancias adversas por las que algo no resultó, a menudo los cristianos podemos preguntarnos: «Pero, Señor, ¡yo creía que esa era Tu voluntad! ¿Por qué no interviniste milagrosamente para que saliera bien a pesar de todo? ¿Por qué no resultó? ¿Será que me has fallado?» En situaciones así, es muy fácil desesperarnos, sentirnos culpables, cuestionar nuestras decisiones, ¡o incluso echarle a Dios en cara lo sucedido! Si nos dejamos llevar y se lo reprochamos a Dios, puede germinar un pequeño resentimiento contra Él en un rincón de nuestro corazón.
La desilusión y el desaliento son muy reales, pero lo que debemos preguntarnos es: «¿Qué fue lo que falló? ¿De verdad falló Dios?» Para los que hemos puesto nuestra confianza en el Señor y en Su Palabra y procuramos ajustar a ella nuestra vida, la respuesta es que Dios nunca falla. Si las cosas salen mal o no como esperábamos o deseábamos, debemos aceptar el hecho de que o bien nosotros fallamos de alguna forma, por algún lado, o es que Dios tiene un plan distinto y hará que todo coopere para nuestro bien (Romanos 8:28).
Hasta los buenos propósitos y actividades pueden malograrse si nuestra motivación no es pura, o si no se los encomendamos a Dios, o no buscamos Su voluntad y Su guía. Otra razón importante por la que a veces puede parecernos que el Señor no responde nuestras oraciones y permite que las cosas se vayan al traste o no resulten como esperábamos —incluso cosas buenas que se enmarcan en Su voluntad— es que Él sabe mejor que nadie lo que conducirá a los mejores resultados en nuestra vida y en la de los demás. Su Palabra dice: «Mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los Míos —afirma el Señor—. Mis caminos y Mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!» (Isaías 55:8,9).
Aunque todo parezca marchar conforme a Su plan y estar encaminándose conforme a lo que le hemos pedido, debemos andar por fe, poner nuestra confianza y fe en Él y seguir Sus indicaciones, sea cual sea el desenlace. Muchas veces, aun cuando Dios haya dispuesto una situación ideal en respuesta a nuestras oraciones, es necesario que nosotros hagamos nuestra parte, confiemos en Él y nos comprometamos a seguirlo y hacer Su voluntad.
Si nos presenta una magnífica oportunidad y nos dice: «¡Hazlo!», es responsabilidad nuestra confiar en Él, seguirlo y hacer lo que corresponda. Eso sucede con mucha frecuencia cuando testificamos y divulgamos la buena nueva: el Señor hace que nos encontremos con una persona que está buscando desesperadamente y pone en nuestro corazón el impulso apremiante de hablarle de Jesús. Si no lo hacemos, si desaprovechamos esa gran oportunidad, Su propósito no se cumple. En cambio, si hacemos lo que Él nos indica, podemos tener la tranquilidad de que Su voluntad se cumplirá por medio de nosotros, sean cuales sean los obstáculos y dificultades.
Un ejemplo bíblico de la importancia de nuestra diligencia para que se cumpla la voluntad de Dios se encuentra en Hechos 8:26–38: Felipe el Evangelista había estado predicando la Palabra de Dios en Samaria (al norte de Israel) cuando «un ángel del Señor le dijo a Felipe: “Ponte en marcha hacia el sur, por el camino del desierto que baja de Jerusalén a Gaza”». Dios estaba planeando algo tremendamente importante y quería valerse de él para ello. La Biblia dice que Felipe respondió obedeciendo. «Felipe emprendió el viaje.»
Cuando llegó al camino, se encontró con un «alto funcionario encargado de todo el tesoro de la Candace, reina de los etíopes». Aquel dignatario etíope creía en Dios, había ido a Jerusalén a adorar y estaba regresando a Etiopía. Iba en su carroza leyendo el capítulo 53 de Isaías, ¡una de las profecías más asombrosas de toda la Biblia! Quinientos años antes del nacimiento de Jesús, en ese capítulo se predijo Su vida y Su muerte con una precisión increíble. Dios dispuso una situación ideal, pero aun así Felipe tuvo que hacer Su parte para que se cumpliera el plan de Dios.
«El Espíritu le dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro”». Felipe podría haber respondido diciendo: «Un momento, será mejor que me lo piense dos veces. Este es un funcionario extranjero importante, mira los guardias armados que lo escoltan. Si me acerco a su carroza me puedo meter en un buen lío. ¡Quizás hasta me maten!» Pero la Biblia dice que «Felipe se acercó de prisa a la carroza». Corrió, se fue derecho a aquel carruaje y le preguntó al tesorero: «¿Acaso entiende usted lo que está leyendo?»
El etíope le confesó a Felipe que no lo entendía y le pidió que se lo explicara, lo cual este hizo muy gustoso. Y así fue como el etíope se convirtió al cristianismo. Como era un hombre de gran autoridad e influencia, una vez en su país contribuyó a convertirlo todo al cristianismo. Todo porque Felipe accedió a seguir el plan de Dios. Con ello quedó de manifiesto que tenía mucha fe en Él.
Si nos parece a veces que Dios no responde nuestras oraciones, quizá se deba a nuestra falta de fe y confianza en Su Palabra. Tal vez no estamos plenamente convencidos de que Dios está con nosotros y de que va a hacer lo que ha prometido por Su buena voluntad (Filipenses 2:13). Puede que aceptemos la posibilidad de que Dios intervenga y que sigamos la dirección general que Él nos ha trazado; pero a la hora de la verdad tenemos que actuar y hacer la parte que nos corresponde, con la confianza de que Dios estará con nosotros sea cual sea el desenlace.
No podemos avanzar cautelosamente sin comprometernos en serio hasta estar seguros de que algo va a funcionar o tener éxito. Tenemos que creer que Dios está con nosotros y que, si le encomendamos nuestros caminos, nos protegerá y bendecirá en lo que hagamos. Cuando te pida que pongas tu fe en acción, ¡tienes que apartar de ti deliberadamente toda reserva o duda que pueda hacerte vacilar, si no quieres dejar escapar la gran oportunidad que Dios te presenta!
Si no traducimos nuestra fe en obras cuando surge una gran oportunidad, en los momentos decisivos, la culpa será nuestra por no haber hecho nuestra parte, no de Dios. Cuando andamos por fe, como para Él todo es posible, Él puede obrar milagros para hacer realidad Su voluntad y Su plan. En cambio, sin fe no podemos cumplir Sus buenos propósitos, ya que «sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6).
Por supuesto, es posible que a veces las condiciones no den la impresión de ser ideales. Puede que hayan surgido nuevos factores y que se vea difícil lograr lo que esperábamos o alcanzar el objetivo que nos habíamos propuesto. En esas situaciones nuestra fue es puesta a prueba, pero así aprendemos a confiar en que Dios está con nosotros y va a contestar nuestras oraciones aun cuando las circunstancias parezcan indicar lo contrario.
Cuando Abraham tenía 100 años y su mujer, Sara, 90, el Señor les dijo que ella iba a tener un hijo. Romanos 4:19–21 dice: «[Abraham] no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia». Y Hebreos 11:11 dice de Sara: «Dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido».
Por muy negra que se vea la situación ahora mismo, aunque las cosas no resulten como esperábamos o queríamos, aun si todas nuestras expectativas y sueños parecen haberse frustrado, sabemos que Dios nunca falla. Él está con nosotros y es quien «produce en [nosotros] tanto el querer como el hacer para que se cumpla Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Es quien ha prometido hacer que todo redunde en bien en la vida de quienes lo aman y son llamados conforme a Su propósito. «Yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11).
Tomado de un artículo de Tesoros publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en abril de 2023.
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